11 de diciembre de 2024

Críticas: La chica desconocida

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El peso de la conciencia.

“No pasamos de hacer cortos documentales a la ficción por una cuestión de realidad, sino por nuestra pasión por el cine: por el deseo de crear historias, de trabajar con actores, de utilizar todos los recursos”. Así respondía Jean-Pierre Dardenne a la pregunta de uno de los periodistas sobre por qué un cine de ficción y no documental. La frase la pronunciaba Jean-Pierre, pero perfectamente podría haberla firmado su hermano Luc, sentado junto a él. Con perfecta sincronía, la pareja de directores belgas se repartía las respuestas en la rueda de prensa en la que presentaban su última película: La chica desconocida. Una rueda de prensa express marcada por un interrogante, el mismo que sobrevuela como una sombra toda la filmografía de la pareja belga: ¿qué pasa con Europa? “Las películas que hacemos -contestaba uno de los hermanos-, y lo decimos sin pretensión, son películas que forman parte de Europa. La promesa es una película que forma parte de Europa: lo hacía hace veinte años y lo sigue haciendo ahora”.

Resulta cuanto menos significativo cómo, después de ese lapso de veinte años, algunos de los temas que afectan La promesa (La promesse, 1996) continúan vigentes en forma de variaciones en La chica desconocida (La fille inconnue, 2017). Y cómo, de nuevo, nos encontramos con uno de los motivos que atraviesa la filmografía de los Dardenne: el sentimiento de culpabilidad, convertido en el motor que impulsa el movimiento de sus personajes en su particular camino a la redención. “Lo más importante para nosotros son los personajes”. Con esta contundencia respondía Jean-Pierre Dardenne a la pregunta sobre qué era más importante para ellos en sus películas, si la trama o sus protagonistas: “y los personajes -continuaba Jean-Pierre- se enfrentan a una situación que, efectivamente, los va a conducir a una cuestión moral”.

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La trama que inicia La chica desconocida puede resumirse en una línea, o en una acción: una médica no responde al timbre de su consulta. No abrir una puerta. Un gesto aparentemente insignificante, pero del que emerge todo un conflicto cuando, al día siguiente, la policía informa a Jenny (la médica en cuestión) de que cerca de su consulta han encontrado el cadáver de una joven inmigrante sin papeles. La culpa despierta entonces y, sin abandonar nunca su trabajo, Jenny emprende una angustiosa búsqueda por recuperar la identidad de la fallecida, por darle un entierro digno, por advertir a su familia, por devolverle su nombre, su identidad y, en definitiva, por restablecer su humanidad. En un doble juego de significado muy agudo por parte de los Dardenne, La chica desconocida (La Fille Inconnue en francés) podría ser esa joven anónima que canaliza y simboliza la sangrante problemática migratoria, pero también podría ser la propia Jenny, la joven médica de la que poco más sabemos a parte de cuál es su oficio. Así, en forma de proyección, en cierta manera el restablecimiento de la identidad, de la humanidad de Jenny, de la joven médica, pasa por la recuperación de la identidad de la joven fallecida.

La investigación de La chica desconocida podría hacer ver la cinta como un thriller, pero en cualquier paso sería un thriller evidentemente pasado por la marcada sensibilidad de los hermanos Dardenne, quienes eliminan el suspense de la ecuación y quiebran el esquema tradicional desplazando el foco de la causa al efecto. No hay ninguna voluntad de aclarar los hechos o encontrar un culpable, solo una búsqueda por rescatar a la víctima del anonimato. Los Dardenne derivan el género hacia lo humano, lo social. La frialdad característica del thriller toma cuerpo en el personaje de Jenny: rigurosa, profesional y aparentemente inalterable, pero lo humano continúa empujando en ella. Recordar aquí, en estos tiempos de Oscars y exhibicionismo, que la tristeza es algo más complejo que llorar a moco tendido. La (mala) conciencia, el remordimiento, es lo que llevan a la joven médica a emprender una exhaustiva búsqueda por un nombre sin dejar nunca de trabajar en su oficio, un trabajo en el que permanentemente está enfrentándose a heridas abiertas, a ese cuerpo enfermo o herido que no es otra cosa que la misma Europa. En todo su viaje, lo único de lo que se podría culpar a La chica desconocida es del gesto domesticado: de la impresión de que la última película de los Dardenne está instalada en una zona de confort (y, me atrevo a decir, tal vez su cine no debería ser un lugar en el que sentirse precisamente cómodo).

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Partiendo de lo anecdótico, los hermanos Dardenne continúan testimoniando con total clarividencia la situación actual. Y lo hacen de forma genuina, porque no afirman o niegan de forma contundente, sino que abren la puerta a dilemas morales, contradicciones y matices. Y es en esta problematización -que al final no es otra cosa que el dar con la esencia del ser humano-, el motivo por el que el cine de los hermanos Dardenne atraviesa el tiempo, el motivo por el que sus películas, como por ejemplo La promesa, siguen siendo válida veinte años después y lo seguirán siendo dentro de otros veinte.

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