Múltiples diálogos.
La plataforma de distribución Exhibition on Screen ha llevado a los cines de diferentes partes del mundo una serie de documentales que abordan la vida y obra de grandes artistas de la pintura. Creada en 2011, ha elaborado hasta la fecha un total de 16 largometrajes, tres de los cuales serán analizados en este texto, con motivo de su reciente estreno en cines españoles: Vincent van Gogh: una nueva mirada (Vincent Van Gogh: A New Way of Seeing, David Bickerstaff, 2015), Renoir: admirado y renegado (Renoir: Reviled and Revered, Phil Grabsky, 2016) y Canaletto y el arte de Venecia (Canaletto & the Art of Venice, David Bickerstaff, 2017). Un conjunto de obras que establecen un estimulante diálogo con ellas mismas, entre ellas y con otras obras relacionadas.
El primer y más evidente diálogo es uno que ha nacido fruto de la casualidad. Una coincidencia espaciotemporal ha querido que Vincent van Gogh: una nueva mirada coincidiera en la cartelera con una cinta que también aborda la vida y la obra del pintor holandés: Loving Vincent (Dorota Kobiela y Hugh Welchman, 2017). Sin embargo, más allá de la anécdota, el análisis de ambas piezas constituye un conjunto casi indivisible que ayuda a comprender en toda su esencia esta figura indispensable del mundo del arte. De la misma manera que Los archivos del Pentágono (The Post, Steven Spielberg, 2017) termina donde comienza Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, Alan J. Pakula, 1976), o El instante más oscuro (Darkest hour, Joe Wright, 2017) donde se inicia Dunkerque (Dunkirk, Christopher Nolan, 2017), Loving Vincent comienza en el punto en el que finaliza el documental sobre el pintor. Mientras este último aborda la vida del autor en su vertiente más personal, dejando algo de lado el apartado artístico, la cinta de animación se sumerge en una trama de ficción que trata de resolver, a modo de investigación policial, qué llevó a la muerte al pintor.
En ambas está presente el estilo del autor. En el documental, desde sus limitaciones iniciales como pintor hasta la explosión expresiva de su etapa más reconocida; en la cinta de animación, el hecho de abordar el plano formal como una reproducción de su estilo pictórico. Sin embargo, en ambas se impone la visión humana. La ferviente devoción religiosa de van Gogh, sus fantasmas y su estrecha relación con su hermano, enfermiza por momentos y sobre la que, aunque no se profundice en los aspectos más controvertidos de la misma, resulta inevitable pensar en la cinta de David Cronenberg Inseparables (Dead Ringers, 1988). En cualquier caso, lo más agradecido del relato reside en su afán por humanizar a un personaje del que se sabe mucho acerca de su obra pero apenas nada acerca de su personalidad, especialmente si se tiene en cuenta la visión que defiende el filme, que asegura que buena parte de las anécdotas que se cuentan sobre su vida, que ya forman parte del imaginario colectivo, son en realidad falsas.
El diálogo que propone Renoir: admirado y renegado tiene que ver con la visión que se tiene del autor en el seno de la comunidad artística y de la crítica de dicho medio. A pesar de ser un reputado autor de su generación, siempre ha quedado en un segundo plano debido a la controversia de su obra. Por un lado, el hecho de que retratara de manera enfermiza a mujeres, a las que pintaba siempre como si de seres carentes de personalidad, incluso de inteligencia, se tratase. Por otro lado, la escasa aceptación de la que goza su etapa principal, que es considerada por muchos expertos como mediocre. Con semejante panorama, resulta especialmente agradecido contar con un documental como este, que, lejos de afiliarse a la visión dominante, propone un contrapunto que enriquece el debate. No se trata en ningún caso de una defensa a ultranza del pintor, del que no se esconde nada por lo que es criticado —hecho que se refleja en el amplio espacio que se le concede a sus detractores en el metraje—, pero sí una reivindicación del subconsciente como parte esencial de la creación artística. En el caso del pintor francés, su obsesión por la carne y las pulsiones derivadas de la misma son una constante en su obra, lo que da lugar a no pocos debates en torno a su manera de entender el mundo, el cuerpo femenino y las relaciones personales, algo que, de manera inesperada, conduce la reflexión nuevamente a la obra del canadiense Cronenberg.
El tercero de los diálogos lo propone el documental consigo mismo. Canaletto y el arte de Venecia se sumerge en el arte del pintor veneciano, creador del estilo pictórico conocido como vedutismo. El artista consagró su obra al retrato exhaustivo de su ciudad natal, de la que supo captar su esencia hasta el punto de que colocarse ante una obra de Canaletto no implica observar una vista de Venecia, sino vivir la experiencia de habitarla. De manera probablemente involuntaria, el director del documental establece un juego metacinematográfico entre las obras del autor y las imágenes reales de la urbe, que consiste en intercalar imágenes de los cuadros entre los planos que muestran la ciudad en la actualidad. Lo que se extrae de la comparación entre la calidad artística de las obras de Canaletto y las impersonales tomas de Bickerstaff, que recuerdan a imágenes turísticas del lugar, es la idea de que, en efecto, lo que hizo del pintor alguien excepcional era su capacidad para llenar de vida sus ilustraciones, por lo que se confirma que, en efecto, colocarse ante uno de sus cuadros es mucho más que simplemente observar una parte de Venecia.
Siendo todos ellos de corte didáctico, sin apenas hallazgos cinematográficos que merezcan reseña, lo valioso de los documentales de Exhibition on Screen es, precisamente, su capacidad para acercar el arte al público no experto. Partiendo de lo más básico y sumergiéndose en la complejidad de cada artista de manera sencilla y expositiva, los tres documentales reseñados en este texto cumplen su cometido: explicar en apenas hora y media por qué los artistas que los protagonizan merecen nuestra atención.