18 de abril de 2024

Críticas: Mary y la flor de la bruja

A falta de uno, dos.

Cuando cerró (temporalmente) sus puertas Studio Ghibli, que nos había regalado la mejor animación internacional de las últimas décadas, nos sentimos un poco huérfanos, la verdad. Hiromasa Yonebayashi fue el director de la última y preciosa aportación de dicho estudio: El recuerdo de Marnie. Ahora presenta Mary y la flor de la bruja sin el respaldo de Studio Ghibli creado por el fallecido Isao Takahata y por el maestro Hayao Miyazaki, pero con otro sello bajo el brazo.

Yonebayashi creó una nueva productora: Studio Ponoc para poder seguir rodando películas de animación y se llevó a parte del equipo de Studio Ghibli creando junto a sus asesores Kazuo Oga y Yoji Takeshige también Dehogallery, para poder crear esos fondos pintados a mano con los que Studio Ghibli estaba a años luz de sus competidores.
Mary, la flor de la bruja es la primera producción de Studio Ponoc, la segunda será el estreno en Europa de Ponoc Short Films Theatre, con cortos de Yonebayashi, de Momose y de Yamashita. Además Miyazaki ha resucitado Studio Ghibli para comenzar el rodaje de Kimi tachi wa do ikiru (¿Cómo vives?) que se estrenará en 2020.
Curioso que a falta de una distribuidora al final, vayamos a tener dos. Pero no nos extraña, porque el director de Mary y la flor de la bruja habia participado en El viaje de Chihiro, Ponyo en el acantilado o El castillo ambulante, todas de Miyazaki.

UNIVERSO FEMENINO.

En su tercera incursión en el cine, Yonebayashi incide en una temática que le mueve y le interesa. En su ópera prima Arriety, una adolescente se adentraba en un mundo desconocido; en El recuerdo de Marnie, Anna entablaba amistad con un mundo de su pasado y en Mary y la flor de la bruja, una niña viaja con su escoba mágica a un universo nuevo, parecido al creado por J. K Rowling para Harry Potter.

MARY EN EL PAÏS DE LOS COLEGIOS DE BRUJAS.

Todo huele a pasado pero no desde un punto de vista rancio, sino que son loables las influencias, sensibles y logradas. Cuando Mary camina o trota por el bosque y por el camino vislumbra gatos a los que persigue como si le llevara la vida en ello, es inevitable pensar en Lewis Carrol y su Alicia en el país de las maravillas. Mucho más en su adaptación de Disney que en el engendro perpetrado por Tim Burton, que esperemos que no se cargue también Dumbo.

Cuando llega a ese colegio de magía y hechicería pensamos en Harry Potter y en las ínfulas y petulancia de la iniciática Profesora Macgonagall en las películas de la saga. Cuando le dicen que pueden ser convertidos en animales pensamos en esos cerdos icónicos e inolvidables del inicio y del final de uno de los cuentos animados más perfectos y extremos de la historia del cine: El viaje de Chihiro.

A NIVEL FORMAL.

En definitva, una película emotiva, con gancho, protagonizada por una bruja novata que aprende a manejar su escoba y que tiene que luchar para no tener que utilizar sus poderes. El personaje está tomado de un libro infantil de Mary Stewart e icónicamente y a nivel multireferencial conecta con el unvierso Ghibli y con buena parte de la literatura y del cine infantil tanto clásico como contemporáneo. Sin embargo, Yonebayashi no es Miyazaki y se nota. A pesar de una sensible historia, llena de aventuras y perfecta formalmente, Mary y la flor de la bruja es fácilmente olvidable, no cae en el saco de las películas que serán recordadas, pase lo que pase y pase el tiempo que sabe. Igual simplemente luchar contra el maestro no es tan sencillo. No bastan con escobas y con brujas, no falta con escuelas ni con dos universos. A Mary y la flor de la bruja le falta magia, no la de sus personajes sino la de su mensaje. Magia para trascender, como siempre consigue Miyazaki.

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