24 de abril de 2024

Críticas: París, Distrito 13

El sexo placebo de las angustias generacionales.

La cámara sobrevuela el Distrito 13 y se asoma indiscretamente a una ventana. Es París pero no parece, podría ser cualquier hormiguero urbano. La nueva película de Jacques Audiard es hegemónicamente estética como la piel joven. Las curvas de los cuerpos se mueven entre las líneas rígidas de las medianeras. Cada fotograma es consciente de su contraste con la fuerza opuesta y complementaria del Yin y el Yang, del blanco y el negro. Es una película arquitectónica y corporal, es decir sobre aquello que recubre: piel y edificios envolviendo una generación. Pero, a su vez, es tan física como virtual.

El arquetipo de los veinte-treintañeros contempla los temas de siempre: el trabajo, el amor, la propia imagen, la identidad sexual, la familia. Pero los personajes están construidos desde el cuerpo, desde su conciencia coreográfica para desenvolverse en sus decisiones conscientes y, así, se logra contar bien una historia ya contada. En entrevistas, los tres actores principales (Lucie Zhang, Makita Samba y Noémie Merlant) detallan que el proceso de creación de sus personajes (Emilie, Camille y Nora) fue intenso, constructivo y exploratorio. Trabajaron con la coreógrafa Stéphanie Chêne y al respecto Noémie Merlant cuenta: “Los cuerpos hablan tanto como las palabras y queríamos expresarnos lo más posible en esas escenas íntimas. Muchos movimientos y gestos están coreografiados, como si se tratara de un baile. Cuanto más prepares una escena de sexo y comprendas que tiene una finalidad más te parecerá que es parte del trabajo y te sentirás más relajada”. No es la exigencia del guion sino la exploración psicológica y coreográfica de los personajes la que empodera el film. Los tres protagonistas rescatan y descartan experiencias interpersonales para unir las piezas de su propio rompecabezas. Y, una vez alcanzado el orgasmo de encajar la pieza en el sitio indicado, salen a buscar otra para encajar. Son individualidades necesitándose, pero en un puzle de tantas piezas como ventanas en el Distrito 13 pueda haber.

¿Cómo se manejan las nuevas formas de mantener una relación? En ese hilo narrativo se encuentra la complementariedad de la película. Porque París, Distrito 13, al final, es una película sobre la comunicación en todas sus formas: física, virtual, a través de las palabras o del cuerpo. Aún así, le cuesta apartarse de los estereotipos hegemónicos de cuerpos. Muy por encima, la película esboza los complejos por ser delgada en Emilie (Lucie Zhang) y deposita la inseguridad en la hermana de Camille (Soumaye Bocoum), un personaje secundario, pero al único de los cinco personajes que más aparecen en la historia, que no se le ofrece la erotización. La gordofobia en las pantallas está muy lejos de ser deconstruida. Parece tocarle el rol de “voz de la conciencia” para su hermano, como apoyo moral o aprendizaje ético. Como si su historia, que -a propósito- es poderosa en su propia lucha de sanar el tartamudeo y encontrar su expresión, no encajara en la sensualidad de la película y actuara como sostén de otro personaje, sobre todo en el envoltorio generacional de protocolos de la era Tinder.

Aunque es sensual, no es una película sobre la sexualidad, aborda más el aburrimiento de una generación con un horizonte escasamente atractivo, identificado en el personaje de Emilie. Una sociedad que supuestamente goza porque hay un aumento en la esperanza de vida pero, a la vez, no hay esperanza para transitar un tiempo cada vez más largo; la calidad y la cantidad cuestionándose. El capital no sólo significa la concentración del dinero, sino de todo; y, para el filósofo francés Michel Serres, el aburrimiento de los nuevos jóvenes “viene de esa concentración, de esa captación, de ese robo del interés”. El guion escrito en trío por Jacques Audiard, Céline Sciamma y Léa Mysius sitúa aquel arquetipo juvenil en la ultra-contemporaneidad. No proponen el encuentro de ningún amor verdadero romantizado, sino del amor anecdótico. Tal es así que la película está dividida en tres partes como fragmentos coloquiales de una historieta-cotilleo: “Empezó así”, “Un mes más tarde”, “Domingo”. Pero perfectamente el lunes siguiente o el próximo mes podría ser todo diferente, porque es una generación en la que no existen los ‘definitivos’. Cuando algo ha muerto y aún no se atisba nada nuevo, ni se sabe construir otra cosa, el límite y el compromiso parecen algo sobrehumano. El sexo propuesto en París, Distrito 13 es el del sexo placebo de las angustias generacionales y un sexo con miedo a decirse, sentirse y dejarse querer. Al punto de animarse a gritar «je t’aime» pero a través del teléfono portero, en un plano final limitado por un pasillo y una única persona agarrada al teléfono, que sale enamorada pero con ropa de luto, flores, cierra la puerta y no vemos nada más.

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