Hong Sang-soo por partida doble en la primera crónica del FICX 2018.
Uno de los mayores alicientes de la 56ª edición del FICX era la doble participación de Hong Sang-soo en la sección oficial. Grass, suponemos que fuera de concurso por ser más lejana en el tiempo, es un estudio de personajes y situaciones de poco más de una hora repleto de desconcertantes y maravillosos detalles. Por su parte, Hotel by the River aborda frontalmente un tema como la muerte y lo hace a través de una puesta en escena que privilegia en plano general y su poder observacional.
De nada sirve a estas alturas tratar de definir en pocas palabras el cine de Hong Sang-soo. Todas sus películas son iguales, los actores de siempre hablan en ellas de las mismas cosas de siempre –a menudo se repiten diálogos y situaciones– y sin embargo cada una es especial y se distingue del resto por algún pequeño cambio de enfoque, alguna novedad formal o algún desvío narrativo más atrevido de lo habitual. Con el paso del tiempo el cine del surcoreano se ha vuelto más sencillo; ahora es capaz de sintetizar en un solo plano –a través de un montaje interno en el que predominan zooms y paneos que reencuadran continuamente la acción y la vuelven más profunda, humana y compleja– lo que antes podía requerir una variación narrativa o un punto de vista añadido. Grass sigue en esta línea y se basa en la simple observación que realiza una joven de todos los personajes –con los que en principio no interactuará– que frecuentan la cafetería en la cual está escribiendo su diario, que es utilizado en algunos momentos como voz en off. Es sorprendente que la película con la premisa más simple que ha hecho Hong –que ya es decir– sea también la más desconcertante de su filmografía. La temática de las conversaciones oscila entre la aparente banalidad y el existencialismo que impregna los tres últimos largometrajes del director de Lo tuyo y tú, que se hace notar desde el intenso diálogo inculpatorio punteado por música clásica que incluye el primer encuentro del filme. La música diegética, introducida mediante archiconocidas piezas clásicas que suenan en el café, está utilizada de forma extraña y le aporta un sentido distinto a cada imagen que acompaña; mientras que la extradiegética es empleada como elemento de introspección, como catarsis emocional para los personajes, al tiempo que sirve para marcar los tiempos dramáticos del relato, llevando aún más allá lo explorado en The Day After. Su habilidad natural para el (re)encuadre, más pulida en cada obra que realiza, cobra aquí un peso definitivamente mayúsculo, convirtiendo un simple desplazamiento lateral en un fantasmagórico viaje al infierno. Grass confirma todas las constantes del cine de Hong Sang-soo y se apoya en la trascendencia de sus pequeños y cuantiosos detalles para erigirse como una nueva obra maestra de su firmante.
Si Grass –pese a su luminosa extrañeza– refuerza la idea que tenemos sobre el cine de Hong Sang-soo, Hotel by the River, a concurso en la sección oficial del festival, abre definitivamente una nueva vía en su filmografía. Al igual que la anterior película, está filmada en blanco y negro y la acción ocupa un lapso temporal inferior a un día. Sin embargo, aquí el blanco y negro es mucho más puro, casi se diría que físico, y sirve para abordar frontalmente un tema como la muerte. Un viejo poeta se encuentra en ese hotel a la orilla del río que da nombre al filme, y se reúne con sus dos hijos, con los que no mantiene demasiado contacto, para anunciarles que está a punto de morir –nunca conocemos el motivo de esta muerte inminente, que podría ser desde una enfermedad terminal hasta un suicidio premeditado–. Mientras tanto, en el mismo hotel, una joven que acaba de sufrir una ruptura amorosa espera impaciente la llegada de una amiga que le servirá de apoyo moral –no dista mucho del planteamiento de En la playa sola de noche, del que podría ser una variación–. Los primeros planos de la película representan al poeta y a la joven como fantasmas en el inmenso espacio que ocupan, y la espectral aparición de Kim Minhee parece salida de algún Brisseau o de A través del bosque de Civeyrac. La posterior llegada de su compañera hace que ambos relatos, sólo conectados mediante un misterioso accidente y algunos encuentros fortuitos, diverjan en el tono: la línea narrativa de los hombres es más seca y solemne que de costumbre, mientras que la de las mujeres, misteriosa y abstracta hasta que se produce la reunión de ambas, recuerda en los momentos más distendidos a Céline y Julia van en barco. El gran tema a tratar, contemplado desde un inusual plano general y con el continuo vibrar de una cámara que reencuadra por inercia, se apodera en cierto modo de la que puede ser la obra más existencialista de Hong hasta la fecha; la gravedad es más notoria que de costumbre, con un humor que se dispone cuidadosamente, sin dejarlo interferir en el potencial dramático de la historia. Hotel by the River peca en su estructura narrativa y en el desarrollo de la misma de convencional, al menos en el contexto de una filmografía tan personal y reconocible como la de Hong, pero abre un infinito campo de posibilidades que nos impide adivinar el camino que tomará su cine a partir de este momento.