La senda del monarca submarino.
A toda vista está que el cine de superhéroes es la mina de oro de este siglo, sobre todo de esta década, y ha venido para quedarse. Pronto todo personaje de las viñetas tendrá su propia película, y cada uno de los grandes estudios lucha por tener su propia filial superheroica que llene sus arcas de millones de dólares. Los X-Men de Fox, el universo Spiderman de Sony, el aplaudidísimo Universo Cinematográfico de Marvel y otros tantos experimentos que intentan seguir la estela. A nivel empresarial es evidente que Los Vengadores de Disney sostienen la sartén por el Mango, y Warner desea plantarles batalla desde hace unos años con su universo extendido de DC. La jugada, tanto a nivel comercial como crítico, les ha salido rana hasta ahora. Pero aún así, cuando se aprobó el proyecto de Aquaman hubo múltiples elementos que despertaron la curiosidad generalizada. En primer lugar, el origen y mitología del personaje es tan extravagante y pintoresco que por sí solos dan para un filme ameno; el fondo de La liga de la Justicia le daba un poco de margen para ir por libre; los nombres del reparto eran atractivos. Pero aún faltaba el gran argumento de peso: la dirección de James Wan, talentoso realizador curtido en el terror que se nos decía que tuvo amplia libertad creativa. Por ello, acudimos al pase de prensa de este estreno navideño con entusiasmo, pese a que las críticas estuvieran divididas. Y con respecto a las expectativas previas, fui gratamente sorprendido. No hablamos de una gran película, que no obstante tiene evidentes problemas y es un gran disparate. Pero como espectáculo de grandes dimensiones y pasatiempo palomitero, pocas películas de este estilo me han hecho gozar más este año.
Arthur Curry es un individuo único en su especie, un metahumano poderoso hijo del pescador Thomas Curry y de la reina Atlante Atlanna. Heredero legítimo del trono de Atlantis, se verá instado por la Princesa Mera y su mentor de infancia Vulko a encontrar el legendario tridente dorado de Atlan y con él parar los pies a su hermanastro Orm, que desea unificar los reinos marinos para entablar una guerra con la superficie, y convertirse con pleno derecho en el Rey de los Océanos. Un desatado filme de aventuras, anegado de acción y fantasía. Un relato con aromas a Thor y a Pantera Negra. También, y mucho, a Flash Gordon. Una película que se siente como una serie de animación mañanera, y que es pura diversión y disfrute. En su decisión de no tomarse nada en serio a sí misma está su virtud. Es un desenfreno de mundos, criaturas, escenarios y personajes, entrelazados en un extenso metraje que fluye como un río.
Es una película que apuesta por el exceso, consciente de lo que es y del absurdo de la iconografía de Arthur Curry. Todos se lo están pasando en grande, y ese entusiasmo se contagia. Múltiples aspectos a reseñar: La banda sonora de Rupert Gregson-Williams, vibrante y grandiosa, muy eficaz para lograr el tono épico. Carisma en múltiples de las interpretaciones del reparto. Y la evidencia de que, independientemente de la calidad del filme, James Wan se reafirma como gran director. Es un filme muy bien realizado, con numerosas escenas de acción planificadas en sostenidos planos generales, y dota de ritmo los conflictos y batallas, que lucen a través de su montaje el extenso trabajo del equipo artístico diseñando reinos y criaturas, y logrando que un filme que es casi todo efecto especial (de los mejores del año) tenga un atractivo y riqueza visual que casi todos los congéneres de látex no tienen.
No nos engañemos, el guion es harto irregular. La trama es el arquetipo clásico del héroe despojado de cualquier intento de giro o camuflaje. El villano principal es muy plano, y la subtrama con el villano secundario risible, lamentable e innecesaria. Si bien hay química entre Mera y Aquaman, su romance es soso y su desarrollo, además de típico y perezoso, no aporta nada al marco general de las cosas. Y el tono ruidoso y testosterónico de hipérbole hortera bien puede no ser entendido, por consiguiente rechazando esta película como ridícula y excesiva. Es una perspectiva que erra el punto de lo que estas superpelículas deberían lograr, que es entretener y fascinar con fanfarria y artificio. Esta lo logra de pleno.
Placer culpable que ofrece elementos ya vistos y no enriquece la existencia de nadie, pero que agarra al espectador por sorpresa y le zarandea por una montaña rusa de delirio. En estas fechas navideñas, Aquaman nos ofrece aparcar la angustia vital para divertirnos con pescados con esteroides. Que empiece la fiesta.
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