24 de abril de 2024

Críticas: The Old Man and the Gun

El ocaso de la leyenda Redford.

David Lowery es un cineasta extraño en el cine norteamericano contemporáneo: tanto se mueve como pez en el agua con los códigos del cine indie en títulos como En algún lugar sin ley como flirtea con las grandes superproducciones bajo el sello Disney con el remake de Peter y el dragón. Posiblemente esta segunda faceta solo sea el pretexto para obtener presupuesto y destinarlo a proyectos tan singulares y personales como A Ghost Story, su obra maestra y una de las mejores películas del año pasado. La presión artística con su nuevo proyecto debería ser colosal, porque el filme de fantasmas despertó una unanimidad pocas veces vista. Con The Old Man and the Gun apuesta sobre seguro con una de aquellas historias que inspiran ternura desde la comicidad y la vitalidad del protagonista.

Partiendo de la historia real de Forrest Tucker, un ladrón de bancos, David Lowery presenta un divertida dramedia en el ocaso de la vida de un timador, amante empedernido (su gran amor aparece cuando es octogenario) y resolutivo en su afán de vivir con absoluta felicidad por mucho que él se construya sus propios obstáculos. Forrest se pasó la mayor parte de su vida en la cárcel o escapando de ella (se fugó, atención, 18 veces), todas las penas por atracar bancos. En el 2000, decidió dar su último golpe, la tentación ante el final de la etapa profesional o la imposibilidad de realizar otra actividad para enriquecer la rutina de la vejez. El último empujoncito, no obstante, lo sacude un día viendo la televisión: aparece el joven detective John Hunt y se obsesiona con demostrar que puede burlar las competencias de la nueva generación de policías.

Precisamente es en la relación entre Forrest y John, uno de los dos ejes argumentales del guion, cuando la película no termina de despegar y se enmaraña en una dicotomía cuya relevancia radica al inicio, por la obsesiva reacción del ladrón, pero en el desarrollo de la cual se pierde en las vicisitudes de John, que restan protagonismo a los acaeceres de Forrest, el alma mater del filme y la figura clave del tono del mismo. Por contra, la relación de Forrest con Jewel, su último (y, quizás, único) gran amor, posee una fuerza evocadora gracias a la sutileza y la ternura (en el buen sentido del término) con la que está narrada. No están tan hermanados con Bonnie & Clyde como sí con Kit y Holly de Malas tierras, tienen la misma inocencia y ganas de comerse el mundo, ya sea en la adolescencia/juventud o en la jubilación.

David Lowery ofrece en The Old Man and the Gun un curioso cruce entre la comedia negra, cercana a los hermanos Coen, y la reflexión sobre el paso del tiempo ante la inminencia de la muerte como en la reciente Lucky, por citar dos ejemplos modernos; ambos caminos convergen en un sorprendente tono naíf que lo viste perfectamente. En última instancia, la película puede verse como un testamento de la filmografía de Robert Redford, y como homenaje al cine clásico estadounidense; Lowery bebe mucho de toda una tradición de cineastas de los 60 y 70. En su comicidad y su inocencia también se halla una vertiente crepuscular, de fin de ciclo; es como si el retiro de Redford, anunciado el pasado mes de agosto, hubiese sido incluido premonitoriamente. El homenaje a la leyenda de Hollywood y al séptimo arte es doble cuando un montaje con escenas de películas antiguas del actor se convierten en flashbacks de los atracos a bancos del protagonista. Una delicia cinéfila.

No hay ninguna duda de que The Old Man and the Gun gana muchos enteros por Robert Redford, un intérprete capaz de guiñar el ojo y encandilar a los espectadores. Su trabajo es excelente, así como el de Sissy Spacek. Dos grandes nombres del Hollywood del último medio siglo que todavía no habían compartido pantalla. En conjunto, la cinta no se encuentra entre lo mejor de la filmografía de Lowery, pero sí se sitúa por encima de la media en un año realmente flojo en el cine norteamericano. Una notable crónica del ocaso vital de un hombre empeñado a vivir como un gañán, de vivir en su felicidad; en definitiva, una película que irradia luz y esperanza.

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