29 de marzo de 2024

Críticas: Okko, el hostal y sus fantasmas

El duelo más divertido.

No suele sorprender que una película de animación japonesa mezcle folklore del país, tradiciones ancestrales, elementos fantásticos y dramas durante la infancia en una aventura para toda la familia. Al contrario, son los rasgos más esenciales de la mayoría de propuestas y aunque la fundacional no es presumiblemente Mi vecino Totoro, sí es aquella que catapultó al anime a nivel internacional y la que puede situarse como paradigma de todo ello y el faro que ilumina, influencias mediante, a buena parte de las propuestas del propio Studio Ghibli, sus discípulos en otras compañías y animadores en general del país nipón.

Uno de los últimos en nutrirse ha sido Kitarô Kôsaka que para su primer largometraje, Okko, el hostal y sus fantasmas, ha sabido condensar con buen acierto sus tres décadas como animador en títulos como La tumba de las luciérnagas, El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o El viento se levanta. Todos los ingredientes de este debut suenan a ya vistos, pero el director consigue ofrecer una buena comedia, apoyada por unos genuinos protagonistas, de espíritu aventurero y equilibrando el relato con las dosis óptimas, nunca excesivas, de drama. Si bien es cierto que la película se ve con agrado y con carcajadas en sus momentos más inspirados, también lo es que el global nunca termina por ponderar sus posibilidades y la emoción no surge en ningún momento pese a que la historia es sumamente triste en su espina dorsal.

La película arranca con un accidente de coche en el que Okko pierde a sus padres y ella sobrevive milagrosamente. La temprana orfandad la empuja a irse a vivir con su abuela al campo donde regenta una posada de estilo tradicional. Okko empezará a formarse para ser la futura regenta del lugar mientras explora, desde lo fantástico, su propio e introspectivo proceso de duelo, con dos amigos fantasmas mediante y con varias lecciones de aprendizaje a lo largo de los siguientes meses. No deja entrever sus sentimientos y su dolor queda eclipsado por los nuevos retos y amigos, aunque siempre están ahí al acecho, esperando el momento oportuno para aflorar y sanar las heridas del mejor modo posible.

Okko, el hostal y sus fantasmas tiene una estructura parecida a los capítulos de una serie anime de televisión en el que cada uno resulta ser una importante enseñanza durante este intervalo de tiempo vital de Okko. El último de estos es la llegada de una familia que se aloja en el hotel de la abuela en cuya maleta traen una triste revelación que supondrá un descalabro para Okko y la cristalización, o mejor dicho el brote, de su peor pesadilla. Pero también la aflicción inevitable e imprescindible para seguir hacia delante, con la determinación de forjar un futuro prometedor.

La película cuenta con una impecable técnica animada, lo esperable de un sucesor de legado Ghibli. Destaca sobre todo el diseño de personajes, desde Okko y su archienemiga de otro hostal hasta los tres fantasmas que propician los instantes más cómicos y destensados de la pátina de amargura imperante. Okko, el hostal y sus fantasmas no es la quintaesencia del cine de animación japonés, ni presenta un relato nada original, pero todo en ella funciona con solidez y se reivindica como una buena dramedia para toda la familia.

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