28 de abril de 2024

Críticas: El rey león

La fotocopia lánguida.

El ciclo de la vida sigue, y nada invita al cambio en los cada vez más extensos reinos de Disney. Sus propiedades intelectuales tienen tal influencia emocional sobre la mayoría de la población que el poder sugestivo que tienen en su mano es inmenso. La familiaridad con los filmes de infancia que tiene la población es tal que rentabilizar económicamente la nostalgia es una maniobra muy tentadora. Y una excusa perfecta para sacar a relucir los avances técnicos en hiperrealismo digital. Es por ello que ya llevamos unos años siendo bombardeados por una corriente de remakes en imagen real de los clásicos animados de la compañía. Y el último en la cadena de producción supone una nueva versión de, quizás, el más venerado de todos. Llega a nuestras pantallas, de nuevo, El rey león. Dirigida esta vez por Jon Favreau, quién ya hizo méritos con la estimable pero muy sobrevalorada El libro de la selva. Una película que viene precedida por una expectación altísima, y que sin duda va a contribuir a que la compañía de Mickey haga su agosto y redondeen el que está siendo un año histórico para ellos en dominación en taquilla. El material promocional ya levantaba suspicacias en este redactor por la extrema similitud en el lenguaje visual con la película de 1994. Pese a ello, la excelencia tecnológica podía ser motivo suficiente para que mereciese la pena volver a este universo. Una vez visionada la película no puedo afirmar lo mismo, si bien se trata de una producción que dio lo que esperaba de ella. Un competente relato épico con fastuosos efectos visuales y muchas de las virtudes de la original, pero carente de su energía, creatividad o personalidad y aquejada por una disonancia clara entre forma y fondo.

Mufasa, el Rey de las Tierras del reino en la sabana africana, acaba de tener un hijo, el heredero del trono Simba. El muchacho se cría en un ambiente pacífico y alegre, para recelo de su tío, el magullado y solitario Scar. Pero cuando la tragedia azote su hogar, Simba deberá madurar y, con la ayuda de inesperados amigos, tomar su lugar como rey. Idéntico argumento a la que ya fue en su día una estupenda formulación de Hamlet para muchachos. Innegable el minucioso trabajo del equipo de efectos visuales. El mundo que se nos presenta en pantalla parece muy real. Los movimientos de los animales están muy conseguidos, así como la cantidad de información que transmiten sus ojos. La banda sonora vuelve en todo su esplendor, bien integrada en diseño sonoro y con modificaciones en la instrumentación que le sientan como un guante al filme. Estupendos están Timón y Pumba, los únicos personajes que están a la altura de los originales y que en el filme que nos ocupa suponen un suplemento de energía que es muy agradecido.

El recuerdo de la original aflora con fuerza, y es difícil sentirse emocionado ante la imagen especular de los momentos más impactantes de la trama. Un homenaje en toda regla al clásico infantil que logra de pleno su objetivo: constatar el relevante espacio que la obra primigenia guarda en nuestro archivo sentimental. El equipo técnico y artístico detrás del filme sabe hacer bien su oficio, y los altos valores de producción logran que se disfrute el visionado y sin duda lograrán que muchas familias hallen en la obra similar regocijo al que tantos sintieron hace quince años.

La servidumbre hacia el clásico animado es tal que nos hallamos ante una fotocopia que la replica plano a plano, frase a frase, acorde a acorde. Da exactamente lo mismo pero lo hace con menos, sin personalidad, vigor ni personalidad alguna. Una carcasa mucho más limitada a nivel plástico y cromático, pues la planificación repite los motivos visuales pero encuadrados de manera más pobre, menos impactante. La decisión de cambiar dibujos por leones realistas reduce enormemente la expresividad y matices de los personajes. Y del mismo modo, su decisión de presentar el relato de la manera más realista posible provoca que asistamos a versiones en miniatura de los hechos, carentes de espectacularidad y disonantes por completo con la tragedia y la comedia, naufragando por completo en los números musicales. Si sustraemos las voces con acústica de estudio y la banda sonora de Zimmer, lo que vemos no difiere de un documental de animales.

En suma, una producción vistosa que deleitará a aquellas familias y espectadores que busquen en el cine productos en el familiar territorio de lo conocido, en el confort de lo ya memorizado y llamado a ser replicado hasta la saciedad. Para el resto, volver a ver la versión de 1994 siempre será una mejor opción.

Podéis leer más artículos de Nestor Juez Rojo en Celuloides en Remojo.

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