Triple retrato del primer amor.
El descubrimiento del primer amor, ese arrebato de verano, las primeras fisuras en las relaciones sentimentales, los primeros tropiezos con el fervor sexual y la toma de consciencia de los impulsos más íntimos y, en definitiva, del yo interior. Estamos, pues, ante una crónica de la génesis del amor. Una mirada tripartita a los albores de la pasión, el goce y las inseguridades a partir de las vicisitudes de dos jóvenes hermanastros, dos tramas de un lirismo embelesador, y un preadolescente en un campamento de verano teniendo la revelación de su ángel particular. La inocencia inmaculada de uno versus el broche de realidad de los otros dos.
Philippe Lesage sorprendió con su debut en el largometraje de ficción, la muy reivindicable Los demonios, una notabilísima reflexión acerca de la violencia y la expresión de ésta a todos los niveles. Ahora cambia totalmente de tercio y se centra en el sentimiento más puro: el amor. Guillaume es un joven estudiante de secundaria en un internado que durante su último curso descubre su verdadera condición sexual a expensas de poner en peligro su amistad más preciada. Charlotte, su hermanastra, entra en plena crisis personal que termina afectando a la estabilidad de su relación con su novio; quiere descubrir nuevos caminos y todo ello la conduce a los tortuosos caminos del mundo adulto y a la maldad de la masculinidad tóxica. Por último, Félix, un niño de colonias en verano, sin lazos directos con los otros dos protagonistas, experimenta la ensoñación del primer amor, el idílico, el exento de todo prejuicio y responsabilidad.
La voluntad del cineasta canadiense queda palpable al inicio del tercer acto (la trama protagonizada por el pequeño Félix) y resitúa la narración anterior de los hermanastros. Hasta ahí la película era otra, al menos, aparentemente. Y tiene un cierre perfecto. La dualidad de ellos dos plasmada en un bellísimo plano. La confraternización de dos desalmados, de dos desencantados con las relaciones sentimentales, de dos seres perdidos en su existencialidad. Génesis podría haber terminado ahí, sin problema, hubiese sido una película potentísima. El tercer acto, desconcertante en un primer momento, lúcido en el conjunto, genera cierta irregularidad en la cinta. La cohesión entre una parte y otra se antoja difusa en todo momento, quizás, un entrelazamiento entre las tres tramas hubiese reportado un global más satisfactorio y su mensajes y lecturas habrían calado más y mejor desde buen principio.
En los viajes emocionales de los tres protagonistas, la vertiente más interesante es la construcción de la identidad de cada uno de ellos en base a las experiencias y el descubrimiento del yo interior en toda su plenitud o la floración de nuevos retos. Si bien Lesage crea algunas escenas desde la más absoluta belleza, se muestra pulcro en secuencias peliagudas (sobre todo una del personaje de Charlotte) y aboga por una naturalidad desbordante en las tres historias, también lo es que no hay nada realmente relevante y destacable en Génesis, una película más centrada en lo literal que en lo relativo a la imagen y el espacio. No obstante, su foco es el tríptico sobre el origen del amor y ahí la película sí posee un atractivo especial y ofrece un notable drama sobre la fragilidad de las relaciones humanas. No es tan redonda como su asombroso debut, pero es la constatación de que en Lesage hay un cineasta en potencia.