24 de abril de 2024

Críticas: Secretos de Estado

Katharine contra el Estado.

La dignidad personal para encabezar una lucha individual que, en el fondo, es colectiva. Saltarse una de las leyes más importantes de todo Estado de Derecho (la revelación de documentos oficiales y clasificados) para evitar el inicio de un conflicto bélico (la Guerra de Irak). El cine como arma política y de denuncia social. Gavin Hood, tras la estimable Espías desde el cielo, vuelve a inmiscuirse en los entresijos de las agencias de espionaje de los países occidentales; en esta ocasión para enarbolar un discurso contundente sobre las injusticias, ya sea el inicio de una guerra o la persecución del Estado hacia una supuesta traidora a la patria.

Ella en cuestión es Katharine Gun, una traductora del Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno Británico, que en 2003, mientras E.E.U.U. y Reino Unido maniobraban para poner en marcha la invasión militar en Irak, filtró un documento clasificado que urgía espiar a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y así poder chantajearlos y lograr su apoyo para la resolución en favor de la guerra. Una vez la propia Katharine reconoció ser la responsable de la filtración, publicada en el periódico The Observer, su vida se tambaleó al hacer frente a la causa judicial abierta contra ella al romper el Acta de Secretos Oficiales.

De hecho, su propio matrimonio estuvo gravemente amenazado, puesto que llevaba poco tiempo casada con un migrante turco y los responsables de la política migratoria urdieron trabas para eludir conceder el permiso de residencia. La película, con todo este material base, se maneja entre el sólido e intrigante thriller de espionaje y el potente drama íntimo del calvario personal de Katharine. Oscilando entre estos dos mares, de forma correcta en todo momento, pero sin la suficiente entereza para construir un doble relato altamente revelador o emocionante. Secretos de Estado parece más un filme de época, con un notable trabajo de fotografía y la pulcritud propia del cine británico, que no un relato contemporáneo.

“Lo volvería a hacer”, una frase que ahora está en boca de los políticos españoles al ser la arenga de la lucha permanente del movimiento independentista, también es la exclamación que Katharine Gun promulgó para escenificar su convicción: no había hecho nada malo, solo intentar evitar la escalada bélica con todas las herramientas a su alcance. Quien lo ha vuelto a hacer, por cierto, es Keira Knightley con una excelente interpretación que debería tenerse en cuenta en la próxima temporada de premios. La protagonista de Expiación es una de las mejores actrices de su generación, semi desaparecida desde The Imitation Game y, pese a una horda de detractores desde los tiempos de Piratas del Caribe, ha demostrado ser una actriz todoterreno, sobre todo con gran talento para el drama. Deberían lloverle más papeles de proyectos de envergadura en esta línea. El rostro de Keira es la dolorosa demostración de la lucha de David contra Goliat, mejor dicho de Katharine contra el Estado.

El trabajo de la actriz británica y la solvencia narrativa del director son las dos mejores bazas que, en la vertiente del thriller se muestra mucho más resolutivo en la trama de Katharine que en la trama de los periodistas, mucho más dispersa; por otro lado, en la vertiente del drama atina bien en no jugar la carta más sentimental y, pese al discurso político que rodea toda la cinta, nunca cae en lo panfletario. No es Secretos de Estado una gran película sobre el revisionismo de la Guerra de Irak ni tan siquiera una thriller redondo sobre los entresijos de los Estados para engañar al pueblo, pero sí es un sólido drama con suficientes mimbres como para ser altamente apreciable. Esto, a veces, ya es una gran proeza.

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