Tercera jornada en la Biennale.
El sábado 31 de agosto fue la jornada en la que la aglomeración de medios, asistentes y artistas en el Lido se hizo realmente notoria. El titubeo propio de los inicios estaba desaparecido tanto en el transcurrir del certamen como en el proceder de los visitantes, y servidor ya estaba plenamente aclimatado al escenario, clima y agenda de mi cobertura veneciana. Cine llamado a unir público generalista y crítica, el regreso tras años de pausa de uno de los grandes maestros de la Historia del cine, una película con talento joven del cine francés y otra con la plana mayor del cine mundial en español eran los platos de un menú lleno de incógnitas pero harto apetecible.
A las 08:30 de la mañana me planté ante la Sala Dársena para el pase más abarrotado de todo el festival. De nuevo Sección Oficial, para la película americana más esperada del otoño y, a la postre, el inesperado León de Oro. La reunión de un director consagrado en la comedia con el actor más prestigioso e inaccesible de su generación para afrontar desde un enfoque diferente una historia venida del universo superheroico de las viñetas. Se trata de Joker, película de Todd Phillips con Joaquin Phoenix como payaso del crimen llamada a ser un gran éxito y a hacer sonreír al mundo. Filme de éxito innegable con el que un servidor, pese a tampoco compartir el entusiasmo y tener sus reservas, también se posiciona a favor. Lo cierto es que hablamos de una buena película que bien merece toda recomendación. Un largometraje denso, perturbador, espectacular y lúcido al ofrecer lecturas políticas. Más eficaz cuando abraza el nihilismo y la barbarie, cuando perfila antihéroes en un paisaje sin moral. Gran trabajo de diseño de producción y fotografía, que nos deleita con infinidad de planos para el recuerdo. Torpe es su utilización, pero excelente es también la banda sonora de Hildur Guðnadóttir. Y huelga decirlo, pero Phoenix hace otro gran trabajo, sosteniendo el filme sobre sus escuálidos hombros con una recreación de un perturbado con el que llegamos a empatizar de mucho trabajo físico y gestual. Un filme de finas formas, pero no tan fino fondo y un tanto pueril fondo. Es eficaz e impactante, pero también monótona, unidimensional, insistente. No confía en la suspicacia del espectador, y se le subraya todo de continuo. Nueva versión de El rey de la comedia más plana que aquella. Filme largo que avanza lento, que resulta predecible y en el que es fácil ir por delante, esperarlo. Y guión bien construido pero en absoluto extraordinario, como evidencian sus diálogos. Estudio de personaje sustentado en el trabajo de un gran actor, película muy lograda que quizás sea de las mejores del 2019. Pero no podemos evitar dudar de si la película hubiera tenido la misma repercusión si, en idéntico filme, hubiéramos cambiado un puñado de nombres de personajes y localizaciones asociadas a la mitología de DC.
La siguiente proyección en la misma sala suponía el inesperado y muy agradecido regreso de un maestro. Corren ya seis años desde el estreno de la estupenda El capital, y muchos pensábamos que el heleno Costa-Gavras había apostado ya por la jubilación. Sin embargo, vuelve dentro del fuera de concurso veneciano, con su primera producción en griego: Comportarse como adultos, adaptación de la novela biográfica de Yanis Varoufakis Adults in the Room: My Battle With Europe’s Deep Establishment. Una recreación satírica de la victoria electoral de Siritsa y las posteriores y tensas negociaciones entre el ministro de finanzas griego con el resto de ministros del Eurogrupo, en las que se mantuvo firme ante la adversidad para no ceder a las exigencias de la Troika. Un retrato político más del maestro, tan coherente con sus convicciones políticas como cabía esperar. Un filme bien armado a nivel de ritmo y fluidez narrativa cuyo humor y tono ligero harán las delicias de muchos espectadores, que se encontrarán ante un filme entretenido e ingenioso. La historia que cuenta es tan apasionante que por sí sola es motivo suficiente para que el filme merezca un visionado. Pero considerando el historial y talento de quién lo firma, es un filme de segunda fila, eminentemente decepcionante. A nivel de lenguaje el filme no ofrece demasiadas cosas, pues sus raudos travellings quedan arruinados por su pobre diseño de producción. Y tanto por el casting como por las interpretaciones, los personajes son versiones caricaturescas de sus homólogos reales. Es un relato simplista y maniqueo, de buenos y malos muy malos claros y remarcados. Un enfoque un tanto burdo y superficial para un guión con mucho potencial que podría haber dado para muchísimo más.
Tras unas horas para ingesta y visita a la sala de prensa, procedió regresar a la ya extremadamente familiar pero no por ello menos maravillosa Sala Dársena para una nueva sesión de la sección Orizzonti. La elegida en esta ocasión era la francesa Mes jours de gloire del debutante Antoine de Bary, con talentosos galos jóvenes en su reparto como Vincent Lacoste y Noée Abita. Y es conveniente empezar por ellos, pues sus personajes es uno de los mayores activos de una comedia juvenil divertida y refrescante que funciona en sus primeras instancias. La historia de un carismático, pillo y rebelde muchacho que hace sus primeros pinitos como actor y lidia como puede con el piso en el que se ha independizado. El papel de Charles de Gaulle le ofrece éxito y ricas oportunidades amorosas, pero será el pistoletazo de salida de una amarga espiral autodestructiva. Filme agridulce con reverso de nihilismo, que afronta el no habitualmente tratado tema de la impotencia en gente joven. Cuando apuesta por el humor y los diálogos chistosos, el largometraje funciona a pleno rendimiento. El personaje de Lacoste rebosa carisma y libertad. Pero hay un punto en el ecuador que marca una nueva vía hacia la que el filme se dirige y que lo va hundiendo progresivamente. Súbitamente la película se toma muy en serio su propia historia, y se desmarca hacia un drama afectado y depresivo, sentimentaloide en la manera de afrontar el nuevo bache psicológico sin retorno en el que se encuentra el protagonista. Su epílogo y tercer acto es narrativamente predecible y se acomoda en los estereotipos del drama sentimental juvenil de los últimos años. El romance nunca estuvo, apenas como agradable aderezo durante sus tramos de comedia, pero acaba aflorando como elemento nuclear al concluir de la manera más blanda. Una película apreciable en tanto primer paso de un realizador de futuro, pero bastante poco que sustraer ni recordar.
Y para cerrar una jornada apacible y variada pero menos fructífera que la anterior con una de las películas más fascinantes y difíciles de predecir de la Sección Oficial: La red avispa, con la que el heterogéneo y prolífico realizador francés Olivier Assayas se adentra en el thriller de espías cubanos noventero en la que ha contado con el póker de grandes nombres de cine en español: Penélope Cruz, Gael García Bernal, Wagner Moura, Edgar Ramírez…una narración extendida durante décadas y alambicada entre personajes y células terroristas ocultas interconectadas. Castrismo, emigrantes de Cuba a Miami, Opulencia y relaciones conyugales arrastradas por instancias conflictivas. Un filme, digámoslo así, prolijo en trama y en información. Como también es extremadamente peculiar, críptica, y muy tediosa. Exuberante en su producción y fría como un témpano a nivel emocional, incapaz de implicar al espectador en el imbricado argumento de verbo y desplazamientos por exóticos parajes. Es un amasijo de tonos, ritmos y estilos (ora grafismos, ora músicas diferentes, ora voz en off) en el que servidor se agarra en una desenfadada autoconsciencia para abandonar la incertidumbre. El guión trufa múltiples diálogos y frases que sirven de guiños al espectador y sutiles gags meta que dieron en el clavo, al menos para el que escribe estas líneas. El filme se antoja como una excusa para que varias personalidades talentosas del cine se conocieran y trabajasen juntos, en la que intuimos que ha sido más provechosa la jugada económica de cooperación y las vivencias experimentadas que unos resultados creativos tan ambiciosos como dispersos y desenfocados, en el que se intuye como una ocasión perfecta para que Assayas experimente con los códigos genéricos del espionaje de los 90. Sabemos de la maña de Assayas como cirujano de formas y relatos, pero esta es una de sus cobayas menos fructíferas.