20 de abril de 2024

Críticas: Sinónimos

Nouvelle vague a la israelí.

Totalmente desnudo, física y emocionalmente, y también huérfano de identidad; así llega Yoav a la cosmopolita y aburguesada París. Sin nada. Solo su rostro y su cuerpo. Deambula en busca de un piso deshabitado para ocuparlo y echarse un baño de agua fría. La necesita en su piel como quien toma una manta rápidamente para taparse en el sofá. Yoav reniega de sus raíces y huye sin mirar atrás para establecerse como un parisino más. Obtiene la ayuda de Émile y Caroline, una joven pareja adinerada con lo que establece una intrincada y sensual relación. La colisión de dos sociedades para evidenciar la fragilidad de ambas.

El director Nadav Lapid logró con Sinónimos el prestigioso Oso de Oro en el Festival de Berlín en la pasada edición. Su nuevo trabajo era muy esperado, puesto que su anterior película, La profesora de parvulario, obtuvo muy buenas críticas y un exitoso paso por el circuito de festivales, incluso en este lustro ha tenido un remake en E.E.U.U. con Maggie Gylenhaal al frente. Este nuevo proyecto es radicalmente distinto, tanto en el planteamiento de la historia como en los mecanismos cinematográficos usados para vehicular la misma. Lapid asume el arriesgado papel de postularse como un heredero de la nouvelle vague o, con la boca más pequeña, ofrece un homenaje a las obras capitales del movimiento de los 60 y 70.

Sinónimos remite constantemente al Godard de Bande à part, al Alain Resnais de El año pasado en Marienbad o más recientemente a la irreverencia de Leos Carax. Ahí reside el gran error de Lapid: demasiado ensimismamiento en la forma y recurrentes citas y referencias a maestros. La película termina por no poseer fuerza por ella sola, necesita en todo momento tener la cuerda atada en terreno firme para no mostrar las costuras de conjunto. No obstante, precisamente ahí también se encuentra la gran baza del filme: su espíritu libre, su innata capacidad por sorprender y saltar al vacío sin miedo -aparente- por caer al precipicio. En última instancia, pese a los resultados finales, uno debería estar más satisfecho y emocionado durante el visionado con una película que sacuda de algún modo que no con la enésima cinta cortada por el mismo patrón. El director israelí no cae de pie elegantemente, pero sí reporta suficientes alicientes como para apreciar en Sinónimos una poderosa respuesta al inconformismo con el sistema, ya sea el Israel contemporáneo o la Francia hipócrita cimentada en sus valores nacionales. Patriotismo israelí frente a paternalismo francés.

Los sinónimos del título sirven, por una parte, para asimilar los dos estados que, con sus distintos y particulares problemas sociales enquistados, establecen una provocadora sinfonía; y, por otra parte, también asimilan a Yoav con Émile y Carolina como humanos sumidos en el total desconcierto, ya sea en la huida personal de su pasado o por el desequilibrio emocional en un presente que los sacude en lo más recóndito de su intimidad sexual. El trío protagonista, herramienta indispensable para construir el carácter sugestivo y provocador de la cinta, está encarnado con mucha solvencia por el sorprendente debutante Tom Mercier (excelente interpretación), Quentin Dolmaire y Louise Chevillotte. Al fin y al cabo, Sinónimos es un inteligente y sutil relato sobre la búsqueda de la identidad, desde el desprecio a la inherente hasta la exploración del yo más profundo pasando por el replanteamiento de la propia sexualidad. Una película tan arriesgada como caprichosa, tan subversiva como excesivamente referencial. Cine a contracorriente que, en estos tiempos ya es motivo de aplauso, pese a no ser ni mucho menos redonda.

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