27 de julio de 2024

Críticas: Black Beach

Esteban Crespo vuelve a quedarse corto.

La segunda incursión en el largo del experimentado cortometrajista Esteban Crespo, que estuvo incluso nominado al Oscar a mejor cortometraje de ficción con Aquel no era yo, supone un cambio radical tras su ópera prima en el largometraje Amar, que adaptaba un corto suyo de título homónimo. En aquel relato intimista donde dos jóvenes vivían su primer romance de manera visceral, todo parecía cartón piedra. No nos creíamos ni los diálogos, ni los personajes, ni que los conflictos emocionales se dieran con esa inocencia y visceralidad a los 21, siendo mucho más creíble en la tierna adolescencia.

Con la investigación a raíz de ese debut en el largometraje descubrimos que Esteban había aparcado su verdadero primer proyecto: Black Beach por tratarse de una película mucho más compleja a nivel producción y realización: por manejar muchos más escenarios, países, equipos, escenas de acción. Así que debutó con lo que no tenía que debutar y se apagó su llama, pero nos tenía preparada esta segunda bala.

Black Beach es el thriller de siempre desde una perspectiva humana entre corporaciones, gobiernos y un país recóndito donde supuestamente hay una democracia autoimpuesta. Sobrevuelan por ahí las Naciones Unidas con un tufo a inmovilismo, desprecio y liberalismo que da miedo. Un ejecutivo debe trasladarse a un país africano para esclarecer el secuestro de un médico que mandaría los planes de acción de su empresa con el petróleo a la basura. Un Raúl Arévalo igual de sobrepasado que su personaje, se encuentra fuera de su zona de confort, su fragilidad es manifiesta y sus posibilidades empáticas y emocionales no deberían ser el sino, pero nos encontramos ante una ficción española, quizás de aspecto televisivo, no olvidemos que RTVE forma parte de ella. Así que, la cinta no se limita a contar esta historia llena de intriga política, sino que nos habla de lo que él deja en Londres, su mujer a punto de dar a luz y una madre que es la líder de una ONU que parece más una secta que otra cosa, y sobre todo, lo que dejó en ese país africano, con el que parecía que no tenía relación: una ex novia, amigos, familia y una amiga del alma encarnada por Candela Peña, que es el mejor contrapunto del personaje protagonista. Representa la cordura, la cercanía y la amistad.

En el thriller surge la conspiración política internacional, el terrorismo, el uso de la población civil para esconder secretos de violaciones de derechos, los asesinatos masivos y la impunidad de los gobernantes que lejos de la consabida democracia, han sido puestos ahí a dedo por los países con poder occidentalizados, para seguir repartiéndose el pastel de lugares donde se pueden explotar sus recursos naturales. No se entiende muy bien el localismo y el título del film. ¿Tiene alguna importancia o razón que todo acontezca en un país africano? La película es española y tiene un título en inglés que hace referencia al lugar en el que surgen los hechos: ¿era necesario? Se me viene a la cabeza uno de los títulos de Kurosawa: El infierno del odio. Creo que en un título debemos ser capaces de contar de que hablará nuestra peli. Black Beach? Casablanca? Ya…

La película suena a mil veces vista, las interpretaciones están por debajo de sus actores y actrices pero es porque el guion no consigue desarrollar bien sus caracteres y provoca que la empatía y los conflictos emocionales no surtan el mismo efecto. Todo en el libreto parece más bien prefabricado, o lo que es lo mismo, siguiendo matemáticamente las fórmulas para escribir un guion, como si el objetivo fuera obtener el máximo beneficio, como si fuera un producto. Y ahí falla también una dirección funcional que no permite vislumbrar que detrás del gran cortometrajista que fue Esteban Crespo haya un director con una mirada particular, única, diferente u original. Parece que cualquiera podría haber escrito esta película y la podría haber dirigido. El tempo sí es el adecuado. En muchas ocasiones parece que nos encontremos en una película de James Bond con menos medios claro y las escenas de las fiestas instauradas por el hijo del presidente también son interesantes desde un punto de visto psicológico, social y político. El espectador siente lo que cualquiera de los habitantes de un lugar así puede sentir. Los niños bien me refiero, vivir en la abundancia a costa de que los demás sufran, su hambruna, su pobreza e incluso su exterminio.

Así y todo, que una película parezca que sea prefabricada o que suene a vista no impide que podamos disfrutar con ella y lo hemos hecho. El thriller te mantiene en muchos momentos pegado al asiento. Emociona y, aunque no sorprende porque es muy previsible, sí que es mucho mejor trabajo en el largometraje que su predecesora. Eso sí, no le llega ni a la suela a Alberto Rodríguez, por supuesto. Interesantes y sorprendentes los duelos interpretativos entre madre e hijo: Raúl Arévalo y Paulina García, intentando solucionar conflictos internacionales desde sus propios intereses.

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