Nueva crónica del #68SSSIFF protagonizada por mujeres.
El embarazo juvenil, el aborto, la adopción, el maltrato. Cuatro realidades muy presentes en la sociedad, pero cuatro tabúes todavía, demasiado ocultas, tanto en la familia como en la vida pública, lo que se traduce en un vacío en el sistema que acaba por perjudicar a las mujeres que las viven. En la quinta crónica de la 68ª edición del Festival de San Sebastián hablamos de tres películas dirigidas, escritas y protagonizadas por mujeres que tratan de dar mayor visibilidad a estas realidades: Nunca, casi nunca, a veces, siempre, Herself y True Mothers.
Nunca, casi nunca, a veces, siempre. Cuánto dolor, fragilidad y desamparo se esconden en estas cuatro frías opciones del test que una asistente social hace a una joven de 17 años previo a que le realicen una operación de aborto. Y con cuánta humanidad retrata Eliza Hittman esta realidad social que es el aborto juvenil, el duro proceso por el que pasa su protagonista y el contexto social y familiar que la ha llevado hasta allí, tratado con suma delicadeza y gran sutileza por un guion que tiene su clímax en esa maravillosa escena del test, de una carga emocional de esas que rompe por dentro y que se ve acentuada por un desgarrador primer plano que sostiene con brillante naturalidad la debutante actriz Sidney Flanigan.
Flanigan interpreta a la joven Autumn, que avanzado ya el proceso de gestación descubre que está embarazada. Con un complicado entorno familiar incapaz de ofrecerle apoyo ni consuelo, decide embarcarse en un viaje de 72 horas a Nueva York, único sitio en el que encontrar una clínica que le permita poner fin al embarazo. El trabajo aquí de guion y realización es una auténtica joya, con planos muy cerrados y con una gran manzana y su luminosa vida nocturna en un segundo plano, fuera de campo incluso, como un ruido extraño que confunde y atormenta todavía más a la protagonista, acompañada únicamente por su prima en lo que es una de las más bellas muestras de amistad vistas en el presente certamen.
Y qué bien que utiliza Hittman todos los recursos a su alcance, y sin aspavientos, para describir esta sororidad en la gran pantalla. Con un gesto, dos meñiques que se agarran fuerte y que dan la vida; y con una canción, “Staring at a mountain”, compuesta específicamente para la película por la cantante Sharon Van Etten, que también interpreta un pequeño papel en el filme.
I am so tired I fell right through
I looked into a darkness no one knew
I’m falling further into something
That I cannot understand
But you understand
Si hablamos de sororidad, otra película que viene en mente de este Zinemaldia es Herself (Volver a empezar). La directora de Mamma Mia, Phyllida Lloyd, presenta aquí un correcto drama social sobre la lucha para salir adelante de una mujer dublinesa tras huir de una relación de abuso y maltratos, y asfixiada a continuación por un sistema y unas leyes que lo tienen todo para ir contra la víctima.
Pero al contrario de lo que habrían hecho otros cineastas en su lugar, lo hace con amabilidad y sin regodeos ni dramas en exceso. Porque una mala experiencia no siempre tiene por qué estar rodeada de más maldades ni de personajes deleznables. Así pues, el guion de Malcolm Campbell y Clare Dunne sitúa a la protagonista (gran interpretación de la propia Clare Dunne, por cierto) en un entorno que la acoge y la ayuda a salir adelante y a coger las riendas de su vida, o dicho de otra manera, a coger el martillo y los clavos y a empezar a construir una casa siguiendo las instrucciones de un vídeo de Youtube.
No es la gran película del festival ni la mejor de la sección de Perlas de esta 68ª edición, pero Herself es la simpática cinta que hace salir al espectador de la sala de cine con un poco más de esperanza en el género humano. Y esto, de vez en cuando, tampoco nos viene mal.
La última cinta que nos ocupa en esta crónica es True Mothers, de la directora y guionista Naomi Kawase, ya una habitual del Festival de San Sebastián. Como en todas sus películas, la realizadora japonesa vuelve la mirada a la naturaleza y se apoya en ella y su belleza para contar, en dos tiempos, la historia de las dos madres del pequeño Asato: la biológica, una joven estudiante de 14 años que queda embarazada de su primer amor de instituto y cuya pudorosa y estricta familia la obliga a ir a un centro de adopción que la acoja (y esconda del escándalo) hasta dar a luz; y la adoptiva, una mujer felizmente casada y con una situación económica acomodada que decide recurrir al mismo centro de adopción después de varios intentos infructuosos de quedarse embarazada.
Lo mejor de True Mothers es sin duda cómo la directora construye las historias personales de sus dos protagonistas, en intimidad y bajo el mayor de los respetos por ambas mujeres y por las realidades que retrata: el embarazo juvenil, la adopción y, por encima de todo, la maternidad. Le sobran algún que otro panfleto sobre la adopción y una subtrama criminal, sin las que la cinta avanzaría de forma mucho más fluida. Con todo, el resultado es positivo y, en definitiva, True Mothers es una de las mejores películas que se ha podido ver en la Sección Oficial de este año en San Sebastián.