Ahogo o superación en el desconsuelo.
Una mujer aparece en pantalla con un largo vestido rojo. Con mirada impasible. Nada en ella parece evidenciar nada y, a su vez, despliega toda su amalgama de emociones en simples movimientos de cuerpo y rostro. ¿Es una obra de teatro? Tampoco hay nada que lo evidencie al cien por cien y, a su vez, lo parece a todas luces. La línea entre realidad y ficción es abiertamente indescifrable. Un hipnótico prólogo para el inicio del primer trabajo en inglés de Pedro Almodóvar, un exquisito y conmovedor cortometraje en que estiliza todavía más sus constantes artísticas.
Ha llegado el día. Tras varios proyectos fallidos y decisiones personales del cineasta para no abandonar su realidad, Almodóvar ha rodado en inglés, después de una trayectoria con más de una veintena de películas y numerosos premios internacionales (en Cannes, Venecia, los Oscar, los EFA y un largo etcétera). Y Tilda Swinton es la nueva chica Almodóvar. En las entrevistas en medios españoles, muchas estrellas cinematográficas siempre comentan: «me gustaría trabajar con Pedro Almodóvar». La oscarizada intérprete londinense es la primera en poder presumir de haberlo logrado.
El director manchego adapta, desde una perspectiva totalmente personal y moderna, La voz humana de Jean Cocteau, un texto que ya aparecía de una u otra forma en dos películas de su filmografía: en el rodaje ficticio de La ley del deseo o en el espíritu de las protagonistas de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Almodóvar, afinando su perfeccionismo formal y mostrándose más barroco que nunca, difumina la línea entre artificio y naturalidad en esta pequeña pieza de cámara, a medio camino entre el compendio de sus pasiones artísticas y la actualización en clave, más que feminista, personal del monólogo original operístico. Los cambios introducidos por el director de Volver son absolutamente lógicos y fieles a su obra anterior. La eterna lucha y la perseverancia de sus protagonistas frente a todos y todo.
El desconsuelo de una mujer abandonada por su marido. No soporta más la tristeza que la invade mirando las maletas de su ex amante. La casa se le cae encima. Aunque, ¿hay techo para que se desprenda encima suyo? El juego de realidad y ficción también fabula con las reglas arquitectónicas. Tan solo sale un día al exterior para comprar un hacha. ¿Un acto desesperado en la aflicción permanente o un acto de rebeldía y perseverancia frente al dolor? Quizás no es excluyente una de la otras, pero las mujeres Almodóvar acostumbran a tomar siempre la misma dirección. Ésta no es la excepción.
«Me senté a adaptar el texto de Cocteau decidido a ser fiel. Lo leía por primera vez en décadas. Pero está claro que soy infiel por naturaleza y que a esta versión debo añadirle «libremente inspirada» porque eso es lo que es», razona el director de Dolor y gloria. El desenlace no puede ser más almodovariano y, lo más importante, resulta sumamente conmovedor. La protagonista se aleja de la sumisión desesperada del original y muta en una especie de acto de venganza a modo de toma de consciencia de su propia condición y se muestra dueña de sí misma con autonomía moral. La voz humana roza la perfección en todo momento y ahí radica el principal escollo: no perderse en el esteticismo ni resultar frío en su cometido. En un ejercicio de estilo marca de la casa, Almodóvar cala hondo con este febril y rupturista retrato de una mujer compungida e inquebrantable.
Cuando el silencio desaparece, la música de Alberto Iglesias se convierte en el perfecto compañero de viaje emocional de Tilda Swinton. En el original de Cocteau de 1930, la música es una pieza fundamental; en La voz humana de Almodóvar también, las partituras de su habitual compositor (algunos temas recuperados, como el principal de La piel que habito) conjugan en una sinfonía perfecta con la atmosfera opresiva del corto y con la ausencia de diálogos. Por otro lado, cuando el monólogo impera en la función, Tilda Swinton eleva todavía más la obra. Su actuación es soberbia, abordando la protagonista desde diferentes registros en tan solo veinticinco minutos. Swinton transita distintos estados y tiene la misma fuerza en los silencios, las miradas y el trabajo corporal que en la voracidad y el melodrama de ese monólogo-llamada telefónica.
La voz humana es un hito en la carrera de Pedro Almodóvar: por adaptar finalmente este relato de Cocteau, por rodar en inglés por primera vez (a ver si llega el largometraje al perder el miedo con el presente corto) y por condensar gran parte de su obra fílmica en un ejercicio de estilo tan libre y personal como fiel al espíritu original y al suyo propio. Una exquisitez almodovariana.