29 de marzo de 2024

Críticas: Martin Eden

El individualismo atemporal.

Una película totalmente libre, tanto en sus pretensiones artísticas como al despojarse de todo convencionalismo del cine histórico y político y también del original literario, la novela homónima de Jack London. Una magistral reflexión sobre el ejercicio de la libertad individual, los obstáculos para alcanzarla y los riesgos de perseguirla a toda costa. Un protagonista absolutamente arrebatador, cuya particular odisea termina conformando una radiografía de los grandes debates ideológicos del siglo pasado, poniendo especial énfasis en los postulados acerca del individualismo de Nietzsche.

El cineasta Pietro Marcello en su personal odisea, la adaptación de la novela autobiográfica de London, parece nutrirse de todas las corrientes del cine italiano: del neorrealismo, a las filmografías de Visconti o Pasolini y coetáneos suyos como Marco Bellocchio. Aun así, Martin Eden se eleva como un filme absolutamente personal y las reminiscencias de todos ellos son tangenciales o, simplemente, capricho de un servidor. Su aproximación al personaje es de una lucidez y riesgo muy inusuales: combina el verismo a partir de imágenes de archivo con recursos del cine moderno (la rotura de la cuarta pared con la lectura de una carta de Elena) o el cóctel musical que incluye el clasicismo de Debussy y temas electrónicos. Un amalgama anacrónico que respira universalidad por los cuatro costados y, sobre todo, excelencia en la propuesta y logros artísticos, a menudo, mediante la expresión poética de las imágenes.

No hay un espacio temporal determinado, Marcello juega a la atemporalidad de la historia, tomando mayor desconcierto con las imágenes documentales, la música extradiegética, el vestuario o incluso un tren de alta velocidad. Al final, las ideas políticas y filosóficas puestas en tela de juicio tienen la misma resonancia ayer, hoy y mañana. El fulgurante ascenso de Martin Eden es universal en distintas manifestaciones, la lucha de clases nunca ha tenido un punto y final y la caída en el cinismo y la soberbia por el individualismo mal comprendido resulta revelador en cualquier tiempo y lugar.

Martin Eden es un autodidacta que aspira a convertirse en poeta. Sus postulados socialistas son un espejismo de su ambición: el anarquismo y la defensa férrea de un individualismo arrogante terminan convirtiéndolo en todo aquello que detestaba profusamente. La cultura emancipa, sí; pero la aspiración social y el rápido olvido, condenan la ideología de uno mismo. Un personaje fascinante, sustentado en la magnífica labor interpretativa de Luca Marinelli, premiado con la copa Volpi en Venecia. Su afán por aprender, comulgar en el circuito social de su gran amor y conquistar la plenitud creativa son el motor de una odisea existencial y emotiva que cala hondo.

En este feroz retrato del individualismo salvaje, también hay lugar para una elogiosa defensa del conocimiento como vehículo emancipador del pensamiento único. Martin Eden, manierismo estético exquisito mediante, construye un relato universal, de fuertes resonancias en el presente, acerca del éxito y el fracaso, las revoluciones políticas y sus efectos en la sociedad, la pérdida de la identidad y el vacío existencial frente a la claudicación de los conformistas. La película de Pietro Marcello es mastodóntica en tanto que sus imágenes, su narración y sus multiplicidad de temáticas (genuinamente hilvanadas) amagan muchas capas y se prestan a ser leídas y revisitadas desde distintas ópticas. Una obra inconmensurable que perdura en la memoria. Sin duda alguna, el mejor estreno en salas comerciales de este atípico 2020.

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