La historia de ella, la verdad, y las dos largas de ellos dos.
La épica de Gladiator, la exitosa película del propio Ridley Scott, y la estructura narrativa de Rashomon, el clásico de Akira Kurosawa. La combinación de estos dos títulos da como resultado un buen drama histórico, una mejor denuncia de la tragedia de la violación y un atrofiado juego de puntos de vista, lastrado por dos de ellos, demasiado abultados. Así es El último duelo, la nueva película de Scott, que a sus 83 años mantiene un pulso cinematográfico envidiable y una concepción visual de sus historias muy notable.
La película ha despertado un interés particular por tratarse del nuevo guion escrito por Ben Affleck y Matt Damon casi 25 años después del oscarizado libreto por El indomable Will Hunting. En esta ocasión coescrito junto a Nicole Holofcener (Sobran las palabras, ¿Podrás perdonarme algún día?). Los tres adaptan el libro homónimo de Eric Jager en el que se narra el enfrentamiento entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris, dos amigos que finalmente devienen enemigos y, finalmente, rivales en duelo cuando la esposa del primero acusa al segundo de violarla. El último duelo es el juicio sumarísimo para este caso que en 1386 conmocionó a la sociedad parisina.
La película empieza con los instantes previos a este duelo de caballeros. El triple relato posterior es para descubrir el porqué de todo ello. A partir de ahí, Scott y los tres guionistas dividen el metraje en tres capítulos: uno para cada uno de los implicados en esta pequeña contienda. Lástima que solo uno de ellos sea realmente relevante, el de ella, Marguerite de Carrouges. La primera hora y media es un letárgico prólogo, a veces demasiado discursivo, otras veces demasiado innecesario (la violación en el punto de vista de Le Gris). El calvario en Marguerite sí es importante. La rivalidad entre los dos hombres podría estar contada en mucho menos metraje en paralelo a la potente trama de ella. El último duelo brilla en relato de la víctima, ahí emociona y muestra todas sus cartas. En los dos capítulos previos el buen hacer de Scott evita el hastío, pero francamente es el conjunto es un relato atrofiado y preso de su propuesta narrativa en modo Rashomon.
Y si el tercer acto es el mejor de todos. El de la verdad de Marguerite de Carrouges. Es decir, la VERDAD. En mayúsculas. Es en buena medida también por la imperial Jodie Comer. La ganadora del Emmy por Killing Eve se merienda a sus compañeros de reparto, tanto por tener las mejores líneas de guion y las escenas más lúcidas, como por su soberbia interpretación. Todo convicción, naturalidad y dolor en un rol tan lleno de aristas. Ella es el rostro de la tragedia de la violación a nivel físico y mental. Ojalá sea una de las cinco nominadas a los premios de la próxima temporada, entre ellos, el preciado Oscar. No obstante, tampoco hay que desmerecer el excelente trabajo de Adam Driver, así como los notables Matt Damon y Ben Affleck frente a la pantalla, más allá de su labor en la escritura.
Es una verdadera lástima que El último duelo no funcione en todo el esplendor que podría haber relucido, porque Ridley Scott demuestra que sigue siendo un gran cineasta y la hora final es majestuosa en más de un aspecto. Por todo ello, tampoco me parece el mejor Scott en años como muchos están pregonando a los cuatro vientos, ya sea porque servidor defiende a capa y espada Prometheus o porque Todo el dinero del mundo y Marte también son dos solventes dramas al nivel de este nuevo estreno. Así pues El último duelo es un buen blockbuster a la antigua usanza y, aunque irregular, muy disfrutable dentro de la dureza de su (tri)relato. Y Jodie Comer, reina. Ella merece el visionado.