28 de marzo de 2024

Críticas: La hija oscura

La cara oculta de la maternidad.

Pocos espacios hay en la lógica patriarcal donde las mujeres puedan desarrollarse, hay áreas delimitadas para nosotras, para que nos podamos sentir identificadas y desarrollar una identidad a raíz de ellos. El más primordial es el terreno de la maternidad por motivos obvios: el estado patriarcal nos quiere gestantes, reproductivas, nos instrumentaliza para convertirnos en objetos. En un momento de cambio como en el que nos encontramos hoy en día, donde se cuestionan las tradicionales formas de familia y se construyen nuevas líneas por las que desarrollar (o no) una infancia, las mujeres seguimos bajo el yugo de la reproductividad como realización personal. Y, probablemente sea el terreno más complicado de deconstruir, entender que eso que nombramos libre elección está supeditada a un contexto concreto en el que nos hemos criado, y, por lo tanto, manipulado desde que ponemos unos ovarios más al mundo. Tampoco es casualidad que el momento en el que las mujeres se han puesto a hablar de estos conflictos, otra vez, se nos haya relegado un espacio para hacerlo, tiene nombres mil: Que si el cine de la maternidad, que si las nuevas maternidades.

Es por eso, que cuando se nos presenta ante nuestros ojos personajes como la protagonista de La hija Oscura (The lost daughter, EEUU, Grecia, 2021): Leda -encarnada por dos maravillosas actrices: Jessie Buckley y Olivia Colman, cada una representando una etapa de la vida de la protagonista-, estamos perdidas, no tenemos referente, no sabemos cómo encarar personajes femeninos que hacen lo que representa que no se debería hacer. Somos seres de luz, ¿no? Y cuando no nos comportamos como tal, la sociedad nos castiga recurriendo al autopunitivismo que viene de una indefensión aprendida, en la que nosotras somos nuestras propias agentes del orden y este es el muro más complicado de derribar. Son esos conflictos con los que tiene que lidiar Leda, junto con Nina (Dakota Johnson) y otras mujeres que pone en el mapa de la trama Maggie Gyllenhaal, guion que ha desarrollado junto a la escritora del libro que adapta, Elena Ferrante. Las mujeres podemos ser malas madres, malas amigas, malas novias, asesinas, tiranas, mediocres, alcohólicas, depresivas y no necesariamente patologizadas (ese terreno también reservado para nosotras) para dar una explicación a esas inclinaciones.

La hija oscura nos presenta un espacio idílico en el que detonar conflictos para jugar al contraste, con una historia que nos retorna constantemente al pasado, intercalando el tiempo real con flashbacks. Parte de lo íntimo, para llevarnos a un terreno universal. La dificultad de la maternidad y cómo estas situaciones pueden llevar a hacernos cambiar de opinión. Como es el personaje principal, Leda, interpretada en el espacio temporal contemporáneo por Olivia Colman, una madre desnaturalizada que en un momento de su vida decidió dejarlo todo atrás. En un contexto vacacional, la película se desarrolla a través de las miradas de complicidad o juicio de las mujeres. Como si la sororidad se desparramara perdiendo de vista el concepto, llevándolo de la teoría a la práctica en un ambiente en el que las relaciones de poder son tan primordiales como es una organización criminal. Son muchos los planos contra-planos de mujeres observándose las unas a las otras, dejando en evidencia los juicios que nos hacemos las unas a las otras y cómo esto acaba desembocando en el autopunitivismo del que anteriormente hablaba.

Envuelta en colores fríos, la película juega al contraste en espacios donde representa que son para divertirse, cálidos: islas del archipiélago griego, bosques de pinos, casas antiguas de pueblo frente al mar, puertos pesqueros donde comer un pescado recién salido del agua… Pero no es oro todo lo que reluce, Maggie juega a que nada parezca lo que es y en todo este entorno articula una tragedia griega contemporánea (no es casualidad que esté grabada en Grecia), dando saltos entre lo clásico y lo contemporáneo para sustentar el díptico pasado-presente y desarrollar su catarsis y el sentido de lo trágico entorno a temas tan universales como es la maternidad o la negación de la misma, el consentimiento de esta o la falsa idea de la elección libre.

Complejo trabajo el que desarrolla la directora para relucir, en la simpleza de unas vacaciones de verano en la costa adriática, la intensidad atávica interna de la protagonista, dando como resultado algo que no es, pero parece serlo: una catedrática universitaria inglesa que en sus vacaciones se dedica a robar muñecas a niñas pequeñas. Una mujer que en algún momento de su vida decidió ser madre sin tener antes la muñeca, o quizás una señora que decidió ser muñeca para no tener que lidiar con el peso de los días. Solo Leda lo sabe, o no.

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