6 de noviembre de 2024

Críticas: Los ojos de Tammy Faye

Tammy, la marioneta.

Unos grandes y tristes ojos azules con gruesas pestañas postizas ocupan la pantalla, se asemejan a Betty Boop, pero son Los ojos de Tammy Faye (The eyes of Tammy Faye, Michael Showalter, EE.UU, 2021), y así comienza el biopic sobre la vida de la cantante y evangelista estadounidense Tammy Faye Bakker. Basada en el documental de mismo nombre The Eyes of Tammy Faye (Fenton Bailey y Randy Barbato, EE.UU, 2000), el filme retrata la montaña rusa del éxito al fracaso que vivieron tanto Tammy como Jim Bakker, su marido en ese momento. Jessica Chastain y Andrew Garfield dan vida a ese matrimonio que, con una cursilería e infantilidad muy parecida a la que compartía la familia Flanders de Springfield, lograron en los años 80 construir un gran imperio televisivo cristiano que comenzó con un simple espectáculo de marionetas. Lo que en un principio surgió por la necesidad de demostrar al mundo que la fe también puede ser divertida, acabó convirtiéndose en una historia de estafas y avaricia.

El problema de protagonizar a una figura tan mediática, al menos en Estados Unidos, es que la gente puede ir a Internet y hacer comparaciones, pero Chastain puede respirar tranquila. Quizá por las largas horas de maquillaje diario o por los siete años de preparación que le llevaron a hablar y cantar como una auténtica minesotana, pero Jessica Chastain logra salvar y dar algún sentido a la película- y Garfield la ayuda.

La evangelista fue un blanco fácil, tanto para el ala republicana más conservadora como para todos los que decidieron convertirla en el hazmerreir de Estados Unidos durante aquellos años. Ridiculizándola por su maquillaje, su forma de hablar o incluso por su sensibilidad y lágrima fácil cada vez que salía en televisión- a día de hoy todavía se pueden comprar camisetas con una cara embadurnada de lápiz de labios y sombra de ojos en las que se lee: «Me encontré con Tammy Faye en el centro comercial».

Es por ello que, a pesar de que la figura de Tammy Faye necesitase ser reivindicada, – algo que se hizo en el documental ya mencionado- debido a la criminalización y humillación que sufrió por parte de un país que tendría que haberle agradecido su visión transgresora dentro del cristianismo, Michael Showalter no otorga el ritmo que se merece a un filme con una trama casi gangsteriana, como sí lo hizo Craig Gillespie con Yo, Tonya (I, Tonya, EE.UU, 2018). Tonya Harding y Tammy Faye, patinadora sobre hielo profesional y cantante respectivamente, representan casos de mujeres exitosas cuya reputación fue dañada no sólo por los medios de comunicación sino también por sus maridos, quienes las trataron como títeres. Pero en este caso, Los ojos de Tammy Faye, producida por la misma Chastain, se queda en película Disney sin sello autoral, y sin lograr que la figura de la evangelista estadounidense- que se atrevió a entrevistar en su programa a un homosexual enfermo de VIH y lanzar el mensaje a millones de espectadores de que Dios sí quiere a todo el mundo- pueda convertirse en un icono. Este suceso, que sí se recrea en una de las escenas del filme, es quizá de los pocos momentos en los que el director transmite al espectador el verdadero valor de Tammy, mientras que el resto de la película se queda en caricatura.

Porque aunque Showalter intenta dotar de vida propia a Tammy Faye y revalorizarla, una vez terminada la película, y más aún con un final triunfalista con bandera estadounidense y un “Dios bendiga América” incluidos, es probable que el público que desconocía a este personaje se quede solo con Tammy, la marioneta, cuyos hilos fueron desde el principio llevados por su marido y por un país que no supo apreciarla.

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