26 de abril de 2024

Críticas: Adiós, señor Haffmann

No miremos hacia otro lado.

Siempre se ha dicho que todo aquello que sube tiene que bajar. Esto ocurre gracias a la gravedad. Al peso que el centro de la Tierra aporta a las cosas, y la intensidad con la que las atrae. Esta es una historia de subidas, e indudablemente de bajadas. Adiós, señor Haffmann (Fred Cavayé, Francia, 2021) se adentra en las calles de París, en 1941, con la incursión de las tropas nazis en la ciudad, y nos acerca a la realidad vivida por cientos de familias judías que se vieron forzadas a escapar, o en el peor de los casos, a quedar prisioneras por el régimen fascista.

Con la llegada de las tropas alemanas a la capital francesa, el señor Haffmann (Daniel Auteuil), joyero judío de buen éxito, consigue hacer escapar a su familia y promete reunirse con ella tras concertar el traspaso de su negocio con el que por el momento es su ayudante, François (Gilles Lellouche). Sin embargo, sus intentos fracasan y se ve obligado a permanecer oculto en el sótano de su casa-tienda, donde François y su mujer (Sara Giraudeau) le ocultaran del ejercito invasor.

La cinta, basada en la obra de teatro homónima de Jean-Philippe Daguerre, mantiene intactos ciertos aspectos de la composición teatral de su predecesora. El cineasta se sirve de tan solo un edificio y una calle para relatar el bruto de la historia. Este aspecto potenciará la que es una película de encierro, de asfixia y opresión. Resulta inevitable recordar otros relatos, cómo podría ser La trinchera infinita (J. Garaño, A. Arregi, JM Goenaga, 2019), que narra de un modo cercano la sinrazón de la guerra y la figura de “los topos”, esos hombres y mujeres casi enterrados, que llenaron España durante y tras la Guerra Civil.

La mirada hacia esta historia se sitúa a distintas alturas gracias al uso inteligente que el cineasta hace de la cámara. Los personajes, como en el caso de François, se nos presentan desde la altura de los talones. Desde el comienzo, el espectador aprende a distinguir a los personajes por la forma en que caminan, un uso simbólico y preciso para retratar a un ser humano en el mundo. Y es que el juego de niveles tendrá un valor fundamental a lo largo de la película. Los roles se invierten, aquel que en un comienzo estaba arriba, tras la barbarie de la invasión caerá al sótano; y quien ocupaba este oscuro lugar, resurgirá para tomar el control de la superficie.
Se trata sin lugar a dudas, de una historia de escaleras. Cavayé nos pone de frente el más crudo espejo de la codicia humana. Es la propia mujer de François quién llegará a manifestarlo de forma clara y contundente “Antes no teníamos nada, y ahora lo quiere todo.” François representa a ese grupo de individuos, que llegada la hora prefirió asociarse con los nazis de la forma más habitual por la que el ser humano se convierte en un villano: mirando hacia otro lado.

El valor humano de la cinta aparece en la intimidad con la que el director consigue capturar los eventos. Con una iluminación tenue y un diseño de producción cuidado, la casa-tienda en la que transcurre el encierro parece convertirse en un verdadero lugar de protección. Los personajes aquí parecen despojarse de la máscara que le enseñan al mundo. Los actores derrochan sinceridad y aportan matices delicados que generan una profundidad magnífica. Son ellos los encargados de crear junto al espacio, todo el componente íntimo de la película. Un gran peso que manejan con maestría y concreción. Sin embargo, este idilio se tambaleará cuando es el enemigo el que traspasa los muros y extiende su presencia hasta el interior.

Si bien la película recurre a un estilo narrativo tradicional a la hora de contar los hechos (tratándose de un hilo argumental por momentos predecible y sin sobresaltos), la delicadeza y sencillez con la que la historia está contada le suma un encanto que permite al espectador embarcarse en el viaje de sus protagonistas de forma ligera y con disfrute. La cinta llega en un momento inmejorable, recordándonos los errores del pasado en un tiempo en que por desgracia parece que el ser humano vuelve a caer en el peor de los horrores.
Si algo puede extraerse entonces es sencillo: esta vez, no miremos hacia otro lado.

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