25 de abril de 2024

Críticas: Woman of the photographs

Instagram: el pozo de las identidades perdidas.

Woman of the Photographs (Shashin no onna, 2020), ópera prima del director japonés Takeshi Kushida, vuelve a traernos la gran pregunta existencial sobre la identidad: ¿quién soy yo? En un mundo en el que no solo debemos enfrentarnos a esta cuestión en la vida real, sino también en la online, ese hilo que nos une con nuestro verdadero yo puede romperse fácilmente por la fragilidad de unas relaciones sociales cada vez más superficiales y basadas en las apariencias.

El filme habla sobre cómo, hoy más que nunca, nuestra propia identidad se forja a través de la mirada de los otros. Con esa espontaneidad propia de un actor no profesional, Hideki Nagai interpreta a Kai, uno de los protagonistas principales y dueño de un estudio fotográfico. Kai fotografía y retoca digitalmente a mujeres que necesitan sentirse queridas para poder amarse a sí mismas, perfeccionando sus rasgos hasta desfigurarlos, pero acercándolos a la que creen que es la “mejor” versión de sí mismas: una en la que no son ellas en absoluto. Misterioso, solitario y devoto a su trabajo, Kai se posiciona ante las mujeres primero con fingida indiferencia, después con temor, manteniendo una distancia prudencial entre su cámara y ellas, hasta acabar siendo devorado (casi literalmente) por su propio deseo reprimido.

El cineasta muestra la función que las fotografías ejercen actualmente, siendo un escaparate ante el mundo que nos rodea. Kai conoce a Kyoko (Itsuki Otaki), influencer cuyo trabajo consiste en vender su imagen a través de la variable ley de la oferta y la demanda. Kushida mezcla la realidad y la fantasía, de forma similar al cineasta nipón de animación Satoshi Kon, para filmar esta relación de dependencia con el ojo ajeno. Mientras que en Woman of the Photographs Kushida transporta a Kyoko a un escenario imaginario en el que cada like que recibe se convierte en un aplauso para su ego, en Perfect Blue (1997) Mima, cantante y actriz, se sube a uno de verdad, convirtiéndose en el juguete y punto de mira de su público. Esta exposición implica que deben transformarse en la persona que sus fans les piden que sean, lo que deriva a una relación tóxica con respecto a su cuerpo y su alma, que les hará disociarse de la realidad. Todo ello filmado por Kushida, al igual que por Kon, mediante un juego de espejos y reflejos que nos muestra a dos Kyokos diferentes, difuminando los límites entre realidad y la imagen, y jugando con la dicotomía de su personalidad.

De esta forma, Kushida vuelve a crear, como ya hizo en su cortometraje Voice (2017), un mundo en el que los sentidos cobran especial protagonismo. En una entrevista para el Blackbird Film Festival, el director japonés reconoció que todos los elementos sonoros de la película habían sido grabados a posteriori, incluidos los diálogos. La decisión de intensificar de esta manera todos los sonidos, desde arrancar la costra de una herida o pulsar insaciablemente el cursor del ratón, son los que hacen que la película vaya adquiriendo un tono más crudo, incluso incómodo, similar al body horror de David Cronenberg o al de la cineasta francesa Julia Ducournau (Titane, Crudo), logrando que la película alcance características del género del thriller. Pero más que como fin, el suspense funciona como un medio para reflejar la sordidez y frialdad de un mundo basado en las apariencias en el que Kyoko y Kai encajaban hasta el momento de encontrarse. Porque será solo al conocerse cuando ambos comienzan a preguntarse quiénes son realmente y si están dispuestos a sacrificar la imagen que proyectan sobre los demás para apostar por su verdadero yo.

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