24 de abril de 2024

Criticas: Pacifiction

El autor y el hombre orquesta.

Todo debe partir de una base. La mía con respecto a la obra de Albert Serra es un vídeo sobre Mistol. En realidad, un pequeño clip donde habla de los derechos de autor, con la comparativa fortuita (probablemente no) de no ir por ahí robando botes de Mistol para darles uso, que lo normal es pagar por lo que consumes. Dejando claro el personaje.

En esos parámetros se ha movido siempre Serra, siendo un espectáculo aparentemente de vuelta de todo, con comentarios incendiarios que dan forma a su personaje promocional, y que además disfruta de la autoritis como paradigma de su cine. Quien habla y quien rueda son la misma persona y este discurso no tiene por qué ser equilibrado.

Desde sus relatos reñidos con lo circular llegamos a Pacifiction, su gran apuesta por lo convencional (dicen), su forma de resolver grandiosos eventos anclado en la parsimonia temporal. La película reconstruye la intriga corrupta posando su mirada en un carismático protagonista, acomodando en esta ocasión la profesionalidad en Benoît Magimel. Para ello vuelca algo añejo soportado en la actualidad sobre lo que nos quiere contar. Franceses colonizando islas paradisíacas para así acrecentar sus límites terrenales en un control que llega a nuestros días y que nos permite observar, sin apenas cambios, a un cargo público manejando unos hilos inexistentes.

Aunque el relato pudiese resumirse en apenas unas líneas, el costumbrismo asoma en cada repliegue del film. Esta historia se borda sobre dos formas de capturar el momento. La feísta, apreciación estilística que no depende únicamente de quien contempla, sino de las convenciones del arte en un momento concreto, viene con planos desestructurados, donde siempre hay algún impedimento visual, un descuadre, un elemento de distracción, un juego con los límites de la falsa improvisación, de lo efímero.

Por otra parte, pictóricas estampas de naturaleza abrupta, planos generales de aterradora belleza, como una afirmación del propio instante robado, como si la realidad fuese más bucólica y añorable de lo permitido. Sin duda, todo nos lleva a esa mezcla de expresiones, la estática y la dinámica, que fluyen en manos del realizador.

Los pasos de Magimel nos permiten conocer los términos de quien pasa por allí para controlar sus lares. Traje blanco, peinado prieto, anillo de casado y soltura en su verborrea, una declaración de intenciones física y argumental que va migrando a la duda y la paranoia en un hombre como claro ejemplo de poder involucionado. Varón rancio en un entorno exótico. Nos sigue durante un dilatado metraje un retrato ambiguo y concienzudo de un momento y un lugar que intenta generar interés más allá de lo hechos en sí, que encierran ese transcurso de tiempo dilatado, pero no necesariamente una elaborada trama dramática. Serra hace suyo el lugar con mayor parsimonia que el propio Estado francés, donde maneja los espacios como verdaderos referentes del avance de su historia. De Roller va de fiesta, De Roller se reúne, De Roller no concede amenaza, De Roller se agarra desesperado a unos prismáticos. De Roller tiene tantas versiones como una colección estival de Barbie, y al mismo tiempo se convierte en un apunte, una marioneta dentro de los grandes bagajes de Albert Serra.

En cierto modo, subrayar cine de de autor sí es importante cuando la impronta del mismo determina los acontecimientos que describe. En esta ocasión es la emancipación del tiempo,  el deseo por fijarse en lo pequeño u arbitrario, sin importar en absoluto el avance de una trama principal, dando forma al espacio y las gentes que lo habitan, ya sea un trasnochado local donde envolver los hechos de diversión, una floreada recepción de hotel, el ‹backstage› de un espectáculo o el porche de una pequeña casa.

Del mismo modo, se dota de importancia a personajes arquetípicos o pintorescos que simplemente están, mantienen su posición y observan aquello que les rodea. Algunos no necesitan hablar, otros intercambian comentarios ajenos, y todos alimentan una sensación más que un hecho, donde no importa el qué siempre que se pueda introducir en un contexto, aunque sea cualquier contexto.

Pacifiction no nos sumerge en la sorpresa, pero sí perfila el amor de su autor por todo aquello que hace, dejando su propia marca en un posible fin de lo conocido, y de canalla a canalla, el diálogo penetra lo suficiente como para no dejarnos indiferentes.

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