18 de abril de 2024

Críticas: Fire of love

Like a burning stone.

Hay dos historias sobre volcanes que han marcado mi percepción sobre el mundo del cine y la música. Primero La soufrière, mediometraje de Werner Herzog donde quería dar forma al desgarrador silencio que se adelanta al fin, justo antes de la erupción (inconclusa) del volcán que se encuentra en la isla de Guadalupe. Luego está Pink Floyd: Live at Pompeii, con los lisérgicos sintetizadores de la banda sobrevolando sus improvisaciones sobre las cenizas milenarias del anfiteatro de Pompeya.

Un antes y un después. ¿Dónde encaja entonces el proceso?

La voz de Miranda July, una estrella del indie por la que muchos hemos suspirado, da voz al relato de dos vulcanólogos que probablemente estudiaron las incontinencias del volcán La Soufrière y los restos perpetuados del Vesubio. Seguramente entre las toneladas de material rodado durante su periplo entre volcanes deben encontrarse estos dos escenarios como un apunte a pie de página de la historia de la ebullición y reconstrucción terrenal. ¿Sabrían ellos algo de estos documentales?

Me pregunto si será algo que también intrigaba a Sara Dosa, la directora de Fire of Love, que con pericia convierte al matrimonio Katia y Maurice Krafft en dos ‹rockstars›, dos cinéfilos improvisados, dos actores con tablas suficientes para cautivar a la cámara, dos apasionados de su trabajo que, sin saberlo, han hecho de sus conocimientos un festival de las fuerzas de la naturaleza y el amor.

Fire of Love es algo más que un homenaje, parece un pequeño placer culpable esa intención de desmigar los misterios de dos personajes únicos. Suele ocurrir que las personas que dedican su vida plenamente a un tema nos resultan intrigantes, fascinantes, anecdóticas. Ellos nacieron por y para el movimiento de las placas tectónicas y, algo avanzados a su tiempo, ya fuese por necesidad o para reforzar sus estudios, se convirtieron en una especie de “tiktokers”, con Maurice siempre cámara en mano y Katia atraída por mostrar al objetivo sus descubrimientos. Una forma un tanto banal de describir su admirable trabajo, pero que sirve para aproximar su historia hasta a quien no tenga siquiera el mínimo interés por su estudio.

A medio camino entre el relato fantástico y una explicativa disertación de la conducta de la naturaleza, el documental sabe construir una nueva historia a partir de un extensísimo archivo que, tras un espectacular montaje, sabe jugar con las emociones, pasando de la diversión a las imágenes sobrecogedoras que nos ofrece estar tan cerca del fuego. Dos eruditos en su campo que por lo tanto se comportaban de una forma temeraria frente a uno de los elementos más imprevisibles, algo necesario para poder aproximarse mínimamente al pleno conocimiento que tanto anhelaban y que eran conscientes de no poder conseguir.

Fire of Love es, definitivamente, un documental asombroso. Hay espectáculo dispensado con elocuencia y una reconfortante historia de amor, ya no solo entre los dos protagonistas, también hacia aquello en lo que se centraron exclusivamente. Un final conocido no hace que sea menos sorprendente, puesto que más allá de Katia y Maurice, podemos disfrutar de monumentales explosiones, sofocantes humaceras y la impagable reproducción del crecimiento continuado de la superficie sobre la que transitamos.

Como respuesta a lo bucólico está la muerte y destrucción, el peligro conocido y el incontrolable, las horas de tedio en las que probablemente nunca nada pasó y la ingrata sensación de haberte perdido algo o no haber podido evitar un mal mayor. Todo ello cabe en una película que aprovecha logros ajenos y que sabe narrar una posible realidad de aquellos que ya no pueden reforzar la historia. Hay espacio tanto para las elucubraciones como para los hechos contrastados, incluyendo en repetidas ocasiones un todo distendido y fabulador, porque así, con la ecléctica voz de su narradora, somos capaces de tomar consciencia de dos enigmas más en la humanidad, dos personas cuyas vidas se reescriben hasta presentarse como personajes peculiares, dos estudiosos dignos de estudio, dos expertos en el rojo y en el gris de los que surge una emoción contagiosa.

Por otra parte, debo confesar que no pude dejar de pensar durante toda la película en aquel hombre dispuesto a morir en su isla si el volcán así lo decidía, que acabó implorando a Herzog que le sacase de allí. Katia y Maurice superaron las expectativas, mirando siempre de cerca cómo se acercaba el final, plenamente conocedores de la única verdad: los volcanes nos van a sobrevivir a todos nosotros.

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