25 de abril de 2024

Festival de San Sebastián 2022: Crónica 3

El arte como lenguaje político y social.

“El arte es subversivo con respecto a la norma y aborda aspectos de nuestra naturaleza humana que son difíciles, violentos, subversivos, inestables. En cierto sentido, el arte presta un servicio a la civilización al dar un modo de expresión a estas cosas que son necesarias para que podamos entender, para seguir teniendo una sociedad civil en la tierra, y creo que incluso ahora, más que nunca, es necesario el crimen del arte dados los acontecimientos que han sucedido en los últimos años. Por eso, yo diría que… ¡Viva el cine criminal”. Palabras de David Cronenberg al recoger el Premio Donostia en esta 70 edición del Festival de Cine de San Sebastián.

Decía estos días el director Sebastián Lelio en la rueda de prensa de The Wonder, su nueva película, que el arte de contar historias, el storytelling, “no es solo entretenimiento, sino también política.” En este sentido, contaba, su nuevo filme “habla del rol de las historias en nuestra sociedad, de cuáles creemos y de qué manera, por consiguiente, decidimos entender la realidad.”

Envuelta por un lúgubre manto de misterio y tensiones encubiertas, la película, que compite en Sección Oficial y es una adaptación de la novela homónima de Emma Donoghue, está ambientada durante el periodo de hambrunas que se sucedieron en la Irlanda del siglo XIX. No obstante, The Wonder es una película muy actual en cuanto al choque de discursos que plantea: ciencia versus credo, verdad versus cuento, amor versus odio.

Y es que al fin y al cabo, que decía el cineasta chileno, The Wonder no es tan distinta como parece de entrada a Una mujer fantástica, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera: “Aquí el foco también está en unos cuerpos femeninos en disputa con las fuerzas sociales y en cómo estas mujeres toman caminos distintos al mandato fijado por un grupo de varones”, remarcaba Lelio ante la prensa. “Esta historia es un ‘no al fanatismo’.”

R.M.N.

De fanatismos y discursos manipulados por el miedo y el odio también habla otra de las películas de este Zinemaldia. Se trata de R.M.N, el nuevo trabajo tras las cámaras del director rumano Cristian Mungiu. Tras su paso por la pasada edición de Cannes, la película se ha podido ver estos días en la sección Perlas del Festival de San Sebastián. En ella, un hombre vuelve a su pueblo de Transilvania tras un tiempo trabajando en Alemania. Allí se encontrará con una confrontación entre algunos de los habitantes y la dirección de la fábrica del pueblo, que acaba de contratar a tres operarios de Sri Lanka para ampliar su plantilla.

Tomando como punto de partida las siglas de esa Resonancia Magnética Nuclear (R.M.N) a la que el protagonista somete a su padre enfermo al inicio de la película, Mungiu hace una brutal radiografía del comportamiento humano y de su aversión por el que viene de fuera, por el que es “distinto” y entra en conflicto con el “nosotros”. Un “nosotros” que ni tan siquiera se puede entender como un “todo”, compacto y sin fisuras. Lo captura terriblemente bien esa cámara que el director deja en plano fijo durante la escena cumbre de la película y que permite al espectador asistir desde primera fila a una asamblea entre todos los habitantes del pueblo.

Racismo, clasismo, machismo, viejas discriminaciones por cuestiones de religión, explotación empresarial… Todas y cada una de ellas van quedando al descubierto a través de las intervenciones de los asistentes de esta asamblea que bien sabemos podría haberse celebrado en nuestra propia casa. Y es que lo decía Mungiu en una entrevista estos días: La trama de R.M.N está situada en un pequeño pueblo de Rumanía, escenario familiar al director, pero el retrato que allí se hace es en realidad universal.

As Bestas

Podríamos encontrarnos un relato similar a miles de quilómetros, en la otra punta de Europa. En una aldea gallega, por ejemplo, donde los deseos de rehabilitación del lugar por parte de una pareja de franceses que hace dos años que se instaló a vivir allí chocan con los de muchas de las personas que llevan toda su vida trabajando unas tierras que no les han devuelto más que miseria. He aquí el conflicto del que nace la que seguramente sea la mejor película de Rodrigo Sorogoyen hasta la fecha: As Bestas.

Incomprensión que se convierte en miedo, miedo que se convierte en odio, odio que se convierte en violencia. Un in crescendo hilvanado con meticulosidad y un dominio de la tensión que traspasa la pantalla y se le mete a una dentro del cuerpo durante las dos horas y cuarto que dura la película. Angustioso y redondo guion el que han escrito Sorogoyen e Isabel Peña, con una segunda parte luminosa y de una fuerza descomunal, gracias sobre todo a ese gran personaje femenino (gran Marina Foïs) y que tanto le faltaba a la filmografía del director.

Decía el otro día Juliette Binoche, el otro Premio Donostia de este año, que había que seguir de cerca al cine español que se estaba haciendo estos tiempos. Y cuánta razón llevaba: Alcarràs, Cinco lobitos, Un año, una noche, La maternal, As Bestas… De esas veces en que una desearía que se pudieran dar ex aequo todos los premios de la temporada.

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