Háblame si quieres, pero entrar no creo que lo consigas.
Los amantes del cine de terror esperamos con ansias cada año “La película de terror de la temporada” y Háblame apuntaba a serlo. Unas críticas entusiastas llegaban desde Estados Unidos y un estreno en época estival para conseguir atraer al público joven que tanto necesitamos en las salas.
Y, si bien, la película es disfrutable porque otorga los sustos de libro y, sobre todo, genera una atmósfera bastante irrespirable, malsana y cargante, la cinta adolece de algo que, al menos a este crítico, le parece irrenunciable, la claridad expositiva, la verosimilitud en los orígenes.
Aceptamos cual espectadores de Cuarto milenio en ese museo de los horrores que es el cine, ese objeto satánico, puerta a otras dimensiones que es una mano blanca (quizás de escayola). Aceptamos que hay que ponerse delante, coger la mano, decir Háblame y permitir al espíritu que veamos que entre dentro de nosotros. Pero sin una explicación razonable de lo que ocurre, todo cae por su propio peso. ¿De dónde sale esa mano? ¿Quién empezó a realizar dichas “comunicaciones”? ¿Por qué la tiene cierto personaje? Con una explicación de todo esto a la manera introductoria de las películas de Insidious (digamos de las dos primeras) o mejor aún con los prólogos de Expediente Warren, todo adquiriría otra dimensión.
Háblame es el primer largometraje de Danny y Michael Philippou, dos hermanos directores australianos. Tienen 30 años y solo han participado en la dirección de varias series y han creado una serie de cortometrajes de terror con el payaso de Mcdonalds como protagonista. Curioso que hayan encontrado tanto dinero para financiar de buenas a primeras esta cinta. El guion está coescrito a 8 manos por uno de ellos y otros tres guionistas. Quizás sea lo peor de la película, porque no hay desarrollo real de personajes, más allá de lo esperable en una película de terror.
La película es un compendio, a pesar de ello, de cómo atraer a los nuevos públicos a un cine de terror que enganche, que nos mantenga pegados al asiento, a un cine que acompañado de sustos y un montaje perverso nos tenga todo el tiempo pegados a la butaca.
No esperen de ella grandes diálogos, grandes estudios de personajes o giros de guion espectaculares, aunque alguno hay. Siéntese con ganas de disfrutar, de destensar, de sentir miedo. Siéntese con todos los prejuicios fuera dispuestos a darle la mano a la escayola y a pedirle que os hable, que entre en vosotros ya es cosa vuestra. La película, sin duda, hace lo que puede para conseguirlo.