27 de abril de 2024

Festival de San Sebastián 2023: Crónica 1

Primera crónica del Zinemaldia. Sobrevivir.

Algo mágico pasa cuando una salta de proyección en proyección en una jornada como la que ha inaugurado esta 71ª edición del Zinemaldia. Es un poco como si ese hilo rojo invisible de las leyendas orientales que une a las personas aquí sirviera de hilo conductor de una narración conjunta.

Así pues, en lugar de visionar cada una de las películas como una entidad única e independiente del resto, todas ellas acaban alineándose de alguna manera -que no mezclándose-, formando un todo que va más allá de la suma de sus partes y que alcanza un sentido especial en la mente de quien lo está viviendo todo desde su butaca y, a la vez, también desde dentro de la pantalla y junto a los protagonistas, luchando sus batallas, llorando sus pérdidas; en definitiva, sintiendo sus vidas como propias.

Tomemos entonces las cinco películas que, al azar, han venido a dibujar la programación de este primer día en el Festival de San Sebastián de una servidora:

El niño y la garza, de Hayao Miyazaki;
Perfect Days, de Wim Wenders;
La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona;
Fallen Leaves, de Aki Kaurismäki;
Dispararon al pianista, de Fernando Trueba y Javier Mariscal.

Si una las lee en conjunto, encuentra que este hilo conductor, este enlace de unión, puede ser perfectamente el de la supervivencia. Consultemos pues a la RAE las distintas acepciones del verbo “sobrevivir”.

1. Vivir después de la muerte de otra persona o después de un determinado suceso.

A día de hoy, Hayao Miyzaki continúa siendo uno de los más brillantes cineastas a la hora de retratar la superación del duelo y los traumas de la guerra. Su uso explosivo y colorista de la fantasía es, para personajes y espectadores juntos, la mejor arma con la que entender, combatir y sobrevivir a una realidad a veces demasiado oscura y dolorosa.

“Okâsan! Okâsan!” Imposible no sentir como propios los gritos desesperados entre el fuego del joven Mahito a su madre al inicio de la película. El protagonista de El niño y la garza se queda sin su ser más querido en el momento que más la necesita, en una época de incerteza, miedo y muerte. A partir de allí, e incitado por la presencia de una curiosa garza real, el niño emprende un viaje a través de distintos espacios y tiempos, un viaje que empezará con la intención de reencontrar a su madre pero que acabará convirtiéndose en un camino hacia la madurez y la estima de todo aquello bueno que todavía vive en su mundo.

Y sin intención de simplificar la riqueza cultural y simbología japonesas, leo que la garza suele ser vista en la tradición oriental como aquella que guía el alma de los recién fallecidos hasta el paraíso. En la trama, la garza es quien lleva a Mahito a reencontrarse con su recientemente fallecida madre. Pero desde un punto de vista extradiegético, la garza también está guiando al propio Miyazaki en su camino al fin de sus días como cineasta, como relator de historias, como creador de mundos. Qué fuerza y qué belleza toma este doble sentido en la introducción de la garza como protagonista de su ahora ya sí que definitiva última película. Y qué tristeza, porque ahora seremos los espectadores los que, como el niño de su maravillosa nueva joya cinematográfica, deberemos sobrevivir a su ausencia.

Igual que los 16 supervivientes de ese trágico accidente en los Andes de 1972, que al volver a sus casas y con sus familias tuvieron que aprender a vivir sin sus compañeros, cuyos cuerpos quedarían sepultados para siempre bajo la nieve. Un acierto en este sentido la arriesgada decisión narrativa de La sociedad de la nieve, adaptación del libro homónimo de Pablo Vierzi que Juan Antonio Bayona ha presentado en Donosti: un film que da voz a los vivos, pero también a los muertos, reviviéndolos de alguna manera y devolviéndolos a la superficie.

La sociedad de la nieve

2. Vivir con escasos medios o en condiciones adversas.

Aunque si de definiciones de “sobrevivir” se trata, sin duda la nueva película del director de El orfanato y Lo imposible se rige por esta segunda acepción.

“Algunos lo llamaron ‘tragedia’, otros lo vieron como un milagro”. Más de 70 días consiguieron aguantar con vida esos 16 de los 45 pasajeros del vuelo 571 de la Fuerza Aérea uruguaya que nunca llegó a su destino, Santiago de Chile.

Y es que más allá de la espectacularidad de las imágenes y de esa respiración contenida de todas las personas de la sala en la escena del accidente (sobrecogedor momento donde los haya), los pasajes más interesantes de la película son aquellos que se alejan precisamente del blockbuster para adentrarse más en la humanidad del grupo protagonista y en sus decisiones desesperadas, tomadas como colectivo con el único y solo objetivo de mantenerse con vida unos a otros.

Es en esas acciones, más que en el retrato individual de los distintos personajes, donde radican las secuencias más emotivas de la cinta. Claro que contar con la música de Michael Giacchino de banda sonora es como empezar con un as de más el juego de derramar lágrimas que tan bien se conoce Bayona.

Ahora bien, no hace falta encontrarse atrapado en medio de una cordillera nevada sin comida ni cobijo para tener que hacer frente a “condiciones adversas” con “escasos medios”. Muy buena muestra de ello son las películas Perfect Days y Fallen Leaves, ambas en la Sección Perlak de este Zinemaldia. Sin duda, dos “perlas” cinematográficas en el sentido literal.

Cada una a su manera, y con dos visiones muy distintas de la vida que nos llegan desde el enfoque de sus respectivos directores, Wim Wenders y Aki Kaurismäki, ambas cintas vienen a retratar esa supervivencia que todos conocemos tan bien: la del día a día. Quizá el día a día no es una lucha contra las inclemencias de la naturaleza ni una huida de las bombas de una guerra sin sentido alguno, como todas. Pero como muy agudamente se encarga de recordarnos Kaurismäki en su última película, a veces las batallas que nos toca pelear son más imperceptibles para el resto, pero igual de importantes y devastadoras para quienes las vivimos en primera persona.

Soledad, pobreza, melancolía… No obstante, la triste y en parte patética existencia de la pareja protagonista de Fallen Leaves nos llega a los espectadores a través de la cínica mirada de su director y guionista, como viendo siendo un habitual en su obra. El resultado final es una mezcla de humor del absurdo e historia romántica con un acabado de ternura imposible de no amar desde el minuto uno. Todo un regalo para el público, con carcajadas incluidas aseguradas.

Por otra parte, en el caso del último y también aclamado trabajo de Wenders, cabe destacar que es precisamente en la rutina metódica y sencilla del protagonista donde se encuentra el secreto de su propia supervivencia. Y qué bien que se le da a Wenders introducir poco a poco, y a través de pequeñas pero a la vez significativas variaciones de plano, los detalles que dan sentido a los días del personaje y le ayudan a reafirmarse en su decisión de permanecer en el mundo en el que ha escogido vivir su vida.

Fallen leaves

3. Permanecer en el tiempo, perdurar.

Un sentido especial toma aquí la playlist musical escogida por el cineasta alemán, un compendio de canciones que consiguen ser más que un mero capricho personal del director de utilizar sus temas favoritos para acabar formando parte imprescindible del desarrollo de la trama, generando seguramente nuevas lecturas y una interpretación distintas a la que tuvieron en su momento cuando fueron grabadas.

Esa es la grandeza de la música, el cine o cualquier otra forma de expresión artística, que “sobrevive”, o en otras palabras, que permanece y perdura en el tiempo, tomando para cada espectador y época un significado personal y distinto.

Como la música de Tenorio Junior y su peso en la edad dorada de la Bossa Nova brasileña, que casi 50 años después de su desaparición sigue bien viva, ahora también gracias al documental que Fernando Trueba y Javier Mariscal le han dedicado. Un gustazo ver de nuevo la animación de Mariscal en la gran pantalla con Dispararon al pianista. Lástima que en esta ocasión el dúo tras la fabulosa Chico y Rita no haya apostado más por una historia de amor o el thriller político a la hora de dar forma a todas las entrevistas concedidas por antiguos compañeros y familiares del pianista.

Y si de sobrevivir en el tiempo se trata, podemos regresar de nuevo a Hayao Miyazaki, primer Premio Donostia de esta 71ª edición del Festival de San Sebastián. Quizá El chico y la garza sea de verdad la última película del artista japonés de 82 años de edad. Su legado, no obstante, perdurará en el tiempo y seguirá generando amor por el cine y la animación en esta época y las que vendrán. Arigato Gozaimasu, maestro.

Dispararon al pianista

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