Benson, Moorhead y las conspiranoias.
La metamorfosis parece un efecto fácilmente erradicable con un insecticida. En Piaffe, el impresionante debut de Ann Oren en la ficción, la metamorfosis humana es literal y caballuna, donde la musicalidad corpórea y elemental son ambrosía sonora durante toda la película. A través de alegorías ilógicas y mucha solvencia imaginativa, nos recreamos en la evolución del cuerpo de Simone Bucio y su creciente, visible e inspirada cola de caballo. Una joven apocada que debe encontrar los sonidos perfectos en su estudio de grabación, para hablarnos de la evolución del género, la propia identidad y la comunión con una anatomía cambiante, adaptable y vigorosa. Piaffe es una locura a la que se le exprime el sentido reivindicativo y su atómico progreso visual, que comienza intrigante y termina totalmente desatada, inconexa, una rave de música, color y drogas duras, aplicando un humor irracional y exprimiendo la belleza de una naturaleza modificada. El mimo con el que se trata la evolución del sonido y la música la convierte en un trabajo impecable a la vez que retuerce la realidad hasta el sinsentido. Una fiesta a la que todos no están invitados, pero madre mía, qué fiesta.
Siguiendo con las luces que proyecta el hombre, uno de los paradigmas de este Sitges, nos encontramos con un drama familiar, una coming of age que abraza de nuevo el fantástico para hablarnos de los miedos más mundanos. Nos cérémonies, del también debutante Simon Rieth nos descubre la vida de Tony y Noé, a través de peligrosos juegos infantiles con los que afrontar la idea de la muerte, el duelo y el abandono. Delicada pero firme, su discurso se aferra a lo imposible para relatarnos cómo el amor fraternal se apodera de su libertad individual mientras se van haciendo adultos. Es un simple regreso al pasado, a los juegos de verano y las amistades fácilmente confundibles, pero sabe arrancar una reacción vívida, emocional, prácticamente platónica a todo aquello que nos plantea.
Volver a despertar en el festival para meternos en vena a belgas haciendo lo suyo. Con Megalomaniac Karim Ouelhaj utiliza el viejo y complaciente truco de “inspirado en hechos reales” para que la desazón frente a lo que nos enfrentamos sea mayor. No es porque reproduzca las miserias de algún asesino en serie famoso, algo muy de moda en la actualidad, en realidad su historia se inspira en la idea del germen de ese mal a través de su hipotética descendencia. Para eso nos movemos alrededor de una mujer, sobre la que pesan todo tipo de maltratos para devolvernos a la perfecta víctima/verdugo. Oscura, siniestra y entristecedora, tal y como avanza la atmósfera se va volviendo más densa y desequilibrada, hasta el punto de una escena final que por buscar el desconcierto y el infierno en la actualidad, se convierte en una amalgama de imágenes incomprensibles. El psycho sufre en modo arty.
En realidad, a Sitges hemos ido para contemplar el discurso (cualquier cosa que digan servirá) de Justin Benson y Aaron Moorhead. En esta web estamos enamoradas de ellos y sabíamos que cualquier propuesta que se les ocurriera, iba a ser una fiesta. La pandemia nos ha ofrecido todo tipo de obras donde explayarse sobre el encierro, la interiorización de la soledad… pero también el guion de Something In The Dirt, donde fluye la conspiranoia en un film autoconsciente, lleno de referencias a sus anteriores películas, donde repiten el rol protagonista como dos extraños frente a lo inexplicable. Hay humor, propensión a retorcer los hechos hasta modificarles el significado, y una buena colección de altibajos donde se expresa mucho más de lo que se ve en un sentido metacinematográfico sobre el proceso de creación, los fenómenos paranormales y la alimentación de una pequeñez hasta que convertirse en una bola inabarcable. Las similitudes con la realidad son tantas y con un humor tan ácido que una pequeña porción de sus vidas y sus espacios se transforman en una reflexión desordenada y llamativa sobre el puro nihilismo de quien no sabe hacia dónde avanzar. Viva el tiempo libre.
En la actualidad, el cine de terror asociado a la maternidad es un must. Entre el catálogo Shudder que ha rondado por el festival este año encontramos Nanny, donde el fervor protector sobrepasa los lazos de sangre al trasladar la narración a las vivencias de una niñera migrante en Estados Unidos. Con el reclamo de una Michelle Monaghan que es apenas un apunte a pie de página, nos enfrentamos a diferencias de clase, injusticias en los acuerdos laborales y un sentimiento aferrado al fantástico y el terror de desconexión con una familia ausente. Aunque la fábula entre mujeres pez y sentimientos de culpa es correcta, la película no sobrepasa el ideal de telefilm con una Anna Diop que le aporta toda la luz necesaria a un título fácilmente olvidable.
Pero todo mejora si llegamos a Quentin Dupieux, parte II. Si la razón aparecía de algún modo alocado en Incroyable mais vrai, que nadie espere ningún tipo de cordura en Fumer fait tousser. Es más, podemos alegrarnos de la decisión. Los Power Rangers de la Tabacalera y el fin del mundo se retozan profundamente en la absurdez más desternillante durante una sucesión de gags con conversaciones hiperbólicas y carentes de inocencia, con espacio para marionetas, anécdotas inconclusas y un buen puñado de caras conocidas del cine francés, que nunca dicen que no al director. Fue doblete el premio a mejor guion para Dupieux por las dos películas y es casi comprensible no querer poner un film por encima del otro.