29 de abril de 2024

Festival de San Sebastián 2023: Crónica 2

Amor.

No es ninguna sorpresa que, al pasar los días de esta 71ª edición del Festival del Cine de San Sebastián, uno de los temas recurrentes e hilo conductor de gran parte de las jornadas, haya sido, en una sola palabra, el amor.

El intento de simplificar un sentimiento tan intenso a una mera ecuación científica para así dar sentido a nuestras relaciones y reafirmarnos en la vida que llevamos; el encuentro en un mismo tiempo y espacio de un amor pasado con otro presente y el cómo una persona cambia y se define en base a ellos; el cariño hacia el compañero de toda una vida aun a sabiendas de que su mente se desvanece poco a poco; la conciencia de uno mismo a partir del despertar del primer amor; la falta de amor.

Una sola palabra, y en especial una como esta, puede llegar a tener infinidad de significados y representaciones diversas en la gran pantalla. Al fin y al cabo, es uno de los pilares de nuestra sociedad y lo que en gran medida (lamentablemente no siempre) mueve nuestras vidas. Nos quedamos hoy con tres de las 14 acepciones recogidas por la RAE, y que vienen a representar muy bien algunas de las películas vistas estos días en el Zinemaldia:

Fingernails, de Christos Nikou.
Past Lives, de Celine Song.
La memoria infinita, de Maite Alberdi.
Monster, de Hirokazu Koreeda.
Un amor, de Isabel Coixet.

1.Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.

No deja de ser un tanto sorprendente que esta sea la primera definición que nos ofrece la Real Academia Española de “amor”. Quizá esa supuesta insuficiencia de partida y esa necesidad y búsqueda sea lo que lleva a Nat, la protagonista de Un amor, a dejarse absorber por una serie de personas y dinámicas tóxicas que la rodean y la aprisionan dentro de su propia mente, dejándola paralizada e incapaz de defenderse.

Buena adaptación del texto de Sara Mesa la que firman Isabel Coixet y Laura Ferrero, que han conseguido trasladar de la página a la pantalla la brutal angustia de la protagonista, aquí interpretada por una Laia Costa en estado de gracia. Una vez más, la actriz lleva a su personaje y, de paso, a la película, a un terreno tan cercano y personal que es difícil no empatizar con ella desde el primer momento y acompañarla en su camino al encuentro de un amor que, al contrario de lo que parece dictar su entorno —y la mencionada acepción en el diccionario—, no está precisamente en la unión con “otro ser”.

Fingernails

2. Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

He aquí el problema de intentar delimitar el significado de un estado afectivo tan intenso en una o varias frases, esperando de alguna manera poder dominarlo y alcanzar un aparente control de la vida que llevamos y las relaciones que tenemos. Como si una máquina pudiera decirnos si estamos o no enamorados de nuestra pareja, pongamos, analizando una simple uña. ¿Qué pasa si la máquina certifica una cosa pero el deseo y la atracción nos llevan hacia otra persona?

Ese es el punto de partida de Fingernails (Esto va a doler), segundo largometraje de Christos Nikou, una comedia romántica con toques de ciencia ficción que gira precisamente en torno a esa atracción mutua que “nos completa y da energía para convivir”, que dice la Real Academia Española. Cínica, divertida y desvergonzada en su cuestionamiento de las convenciones sociales sobre qué debe de ser “el amor de pareja”, la película nos regala dos grandísimas interpretaciones de Jessie Buckley y Riz Ahmed. Química a raudales, muchas uñas arrancadas y una playlist de lo más cursi. Maravilla.

Pero volvamos a esta segunda definición de “amor”. ¿Qué pasa ahora si cogemos ese sentimiento hacia otra persona que nos atrae, lo atesoramos a distancia en forma de recuerdo durante años y luego lo abrimos de nuevo, esperando que nada haya cambiado? Seguramente que esas dos personas que en un momento de sus vidas se completaron mutuamente ya no sean las mismas y, por consiguiente, hayan podido conocer a otros amores —y lugares— que han pasado a definirlos tal y como son hoy. ¿Significa eso que dejen de sentir cierta conexión entre ambos? ¿Que sus nuevas parejas hayan pasado a ocupar la totalidad de su vida y sueños?

Past Lives

Con qué delicadeza y sentimiento contesta a estas preguntas Celine Song, directora y guionista de Past Lives (Vidas pasadas), una de las grandes perlas de este Festival de San Sebastián. Basada en su propia historia personal, la película narra el reencuentro entre dos amantes de infancia años después de que ella marchara de Corea para emigrar con su familia a Canadá. La cinta crece aún más en su segunda mitad, con la aparición de un “tercero en discordia”, momento en el que la directora hace muestra de una gran maestría en la construcción de los personajes, a quienes en lugar de demonizar o ensalzar, describe con una humanidad y honestidad deslumbrantes, mostrando con respeto y empatía todas las aristas de cada uno de los protagonistas.

Porque ¿quiénes somos, espectadores y personajes, para juzgar la forma en que cada cual tiene de amar y de ser amado? Y lo peor, ¿cómo evitar que una persona que justo está descubriéndose a sí misma se deje influenciar por la intolerancia de los adultos —y también niños— a su alrededor hasta el punto de llegar a considerarse a sí misma un “monstruo”?

Siempre con esa capacidad de crear relaciones afectivas entre personas de mundos bien distintos, Hirokazu Koreeda vuelve a regalarnos con Monster una bellísima historia de amor y fraternidad entre dos niños, esta vez jugando con la subjetividad de los puntos de vista al más puro estilo Rashomon. Y es que qué fácil es tildar de “monstruo” a cualquier persona con tan solo una versión de los hechos. Una limitación a la que los dos pequeños protagonistas de la película hacen frente con esa misma alegría y energía de estar juntos y entregarse el uno al otro.

Monster

3. Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.

El entregarse a alguien como reflejo del amor y cariño por esa persona. Una entrega que bien puede ser la dedicación hacia el compañero de vida para cuidarle ante una enfermedad degenerativa, como el ponerse en manos de la pareja, con fe ciega en que ella sabrá guiarle en los momentos de oscuridad, cuando el “yo” se desvanezca y la mente deje de recordar.

No hay película que represente mejor esta tercera definición de “amor” que La memoria infinita de Maite Alberdi, el regreso al documental de la directora de El agente topo. La película se convierte en este caso en un enternecedor ejercicio de memoria que la actriz Paulina Urrutia regala a su compañero Augusto Góngora, reconocido periodista y cronista de la historia reciente de Chile, y en los últimos años víctima del Alzheimer.

Con qué destreza y respeto Alberdi se introduce en la intimidad de esta pareja —incluso cediéndole la cámara a Urrutia a partir de marzo de 2020– para seguir su día a día en la lucha contra una enfermedad que ha escogido borrar la memoria personal de una persona que tan activamente había trabajado para recuperar la memoria colectiva de su país para hacerle avanzar hacia el presente.

La memoria infinita

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