14 de diciembre de 2024

TerrorMolins 2023: Sleep

Terror coreano en la primera crónica desde TerrorMolins.

Corea continúa explorando posibilidades más allá del thriller que le ha otorgado una fama efímera, no tanto por su durabilidad, sino por cómo ha ido degenerando la marca para convertirse en un eterno y compacto déjà vu donde es suficiente con explotar dos o tres constantes, y en esta ocasión se encuentra con un terror, de cariz más psicológico, que en los últimos años ha dejado propuestas de lo más interesantes (una pequeña recomendación podría ser Seire, con la cual curiosamente Sleep establece no pocas conexiones), y que en el debut de Jason Yu encuentra nuevos incentivos desde los que desarrollar un horror de espacios, de tenues atmósferas y, en especial, afianzado en la cotidianidad: así, de la llegada del primer hijo a la aparición repentina de un insomnio muy inoportuno, el cineasta coreano despliega una compleja premisa, pues bien sabido es que trabajar en espacios acotados y cerrados posee una dificultad añadida que en Sleep no se asemeja como tal, sobre todo por el modo en como su autor va reinventando las aristas del relato y buscando nuevas vías desde las que no incurrir en un agotamiento que se podría dar con facilidad.

Es en ese gesto, el constante despliegue de alternativas con las que llegar a una explicación quizá no tan necesaria como un desarrollo que parece centrado en otra perspectiva la mayor parte del tiempo, donde Yu encuentra quizá el principal handicap de su debut tras las cámaras. Y es que lejos de desarrollar un terror tonal, que podría encontrar la fuerza necesaria en atmósferas a las que rara vez apela y construcciones a las que no concede tanta importancia, Sleep se pierde en pliegues que, de un modo u otro, agotan las aptitudes de la propuesta, como si no hubiese un rumbo fijo y todo derivase en apuntes que no llevan a ningún lado más allá de sostener el relato hasta su resolución. El problema, en ese aspecto, es que llegado el punto álgido del film, la (digámoslo así) revelación, todo se siente preso de un extraño afán por dar golpes de efecto y hallar un cierre lo más efectivo/efectista posible dada que la posibilidad de romper un equilibrio no existía: Sleep se devanea constantemente entre soluciones narrativas básicas, eludiendo la construcción de un terror que solo surge en secuencias muy concretas, como salpicando un metraje en el que lo importante no son los mecanismos, sino el qué.

Si bien es cierto que Sleep devuelve ese punto de locura tan coreano que ya nos brindó en el pasado desde algunas de sus mejores obras, lo cierto es que la falta de constancia y acierto hacen de la ópera prima de Jason Yu un film errático y ciertamente superfluo. Con todo, podría parecer que con Sleep estamos ante un film fallido y, lejos de todo ello, parece que consigue equiparar las constantes del género a un terreno donde el dislate y la incredulidad se apoderan del film como un todo aportando una cierta bocanada, como de aire fresco, y subvirtiendo en algún momento aquello que se parecía erguir con carácter propio. Es por ello que no sorprende que Sleep se haya transformado en una de las revelaciones del año, y es que pese a no funcionar de una forma estanca y no obtener una cohesión sacrificada en pos de la sorpresa, del giro de tuerca final, habita en ella ese espíritu de ‹rara avis› que quizá no comulga tan bien con el estatus de imprescindible que se le está otorgando, pues en su premeditada extravagancia se encuentra un título tan imperfecto como las veces disfrutable.

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