26 de abril de 2024

Críticas: Antes del frío invierno

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El cine francés y la burguesía (again).

Viendo Antes del frío invierno se hace inevitable pensar en Caché de Michael Haneke con la que comparte, además de protagonista, argumento, desarrollo y trasfondo muy similares. La intrusión de un elemento extraño en un entorno burgués aparentemente feliz, a partir del cual se evidencian todas las carencias que se esconden tras una fachada de vida acomodada y perfecta, es la base de la nueva cinta que escribe y dirige Philippe Claudel. El director nos presenta a la pareja formada por Daniel Auteuil y Kristin Scott Thomas como la imagen idílica del matrimonio consolidado, cómplice y feliz. Él, Paul, un neurocirujano sexagenario que disfruta de su vida burguesa y de su profesión a caballo entre el hospital y su clínica privada. Ella, Lucie, pasa el tiempo entre su inmenso jardín y el cuidado de su nieta, cuando no organizando reuniones informales a las que siempre acuden su hijo, su nuera y el mejor amigo de la pareja, Gerard, un psiquiatra que comparte consulta con Paul. Al igual que sucedía en Caché, sin un motivo aparente un día Paul comienza a recibir una serie de envíos peculiares, en este caso ramos de rosas rojas, anónimos en el hospital, en la clínica y en su propia casa. Al mismo tiempo, una misteriosa joven parece coincidir con él en todo momento y lugar, lo que unido al cada vez más frecuente envío de flores le lleva a pensar que sus encuentros con ella no son fruto de la casualidad.

Antes del frío invierno 2

Lo que hace Claudel es introducir al personaje de Lou, la joven, de una manera aparentemente inocente en la vida de Paul para provocar con ello una serie de reacciones en todos los protagonistas, a veces de manera totalmente indirecta, con las que poner patas arriba una vez más en el cine francés el modelo familiar burgués y acomodado que representan. Mientras Paul pasa del miedo a que su intimidad sea atropellada por una desconocida, al sentimiento de culpa y más tarde a la necesidad de actuar como un padre para ella, se va haciendo más patente la incomunicación que existe en su matrimonio que no es tan sólido como aparenta, y que acaba extrapolada al matrimonio de su hijo. El director va tensando la cuerda del personaje de Paul, metiéndole en una espiral de confusión y autocompasión en la que él mismo se encierra con su silencio, hasta que se rompe y su autodestrucción provoca que las personas que le rodean se deshagan de las caretas con las que se muestran ante él. “Eres un niño mimado con arrugas” le espeta Gérard a Paul en un momento del film, recordándole que tiene todo lo que un hombre puede desear: un trabajo respetado y de éxito, una buena posición social, una mujer perfecta y una vida perfecta que él se empeña en no apreciar y en poner en riesgo por algo que ni siquiera es capaz de entender ni de compartir con los demás.

Daniel Auteuil se identifica plenamente con su personaje, dotándole de una fragilidad interna bajo la convincente seguridad con la que se muestra hacia los demás. Con aparente serenidad, va poco a poco desgranando su personaje hasta convertirle en un ser temeroso de haber perdido su vida antes de que el frío invierno se apoderara de ella. Un invierno que comparte con Kristin Scott Thomas, quien ya protagonizara la ópera prima de Claudel, que es capaz con sus miradas y sus gestos discretos de transmitir la angustia que las acciones de su marido le provocan. Todo ello narrado con un tempo calibrado entre lo cadencioso de la rutinaria vida de Paul y la convulsión interna que desencadena la presencia de Lou en la pareja, aunque hay momentos del guión en los que la relación entre Paul y Lou parece estancarse en un punto muerto del que no sabe muy bien cómo salir.

Antes del frío invierno 3

Volviendo a la comparación con Caché, o incluso con la más actual Borgman, Claudel juega también en Antes del frío invierno a distraer la atención con preguntas que en un primer momento parecen ser la base de la historia, pero que no son más que la excusa para lo que verdaderamente quiere contar. Así, deja en el aire cuestiones que se plantean en la película que, en definitiva, carecen de la relevancia que se le presuponía inicialmente. Estamos por tanto ante una de esas películas en las que se exige una implicación del espectador más allá de la de sentarse a que le cuenten con todo detalle un misterio para dárselo resuelto 90 minutos más tarde. No se trata de un thriller cuya función sea la de desenmascarar a un culpable para que la vida feliz de los protagonistas vuelva a su cauce, es una reflexión sobre las máscaras que todos nos ponemos, precisamente para ocultar su inconveniencia en ese mundo feliz que hemos creado de cara al exterior, de nuestros sentimientos o deseos más ocultos.

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