25 de abril de 2024

D’A 2012: Para la polémica

Llegaba al D’A alguno de sus platos fuertes y la presencia de uno de esos directores tan particulares como controvertidos: Albert Serra.

La jornada empezaba, de hecho, con el nuevo film del director catalán que él mismo vino a presentar a la Sala 1 de los Aribau: El senyor ha fet en mi meravelles. Si alguien había visto un trabajo anterior de Serra y conocía su peculiar estilo, a lo que se unía un metraje de casi dos horas y media ya podía imaginarse lo que se le venía encima, pero en esta ocasión cualquier preconcepción sobre lo que Serra podía plantar ante el espectador hubiese sido errónea. En primer lugar, puesto que como él comentó antes de empezar este era un proyecto bastante alejado de todo lo demás que había realizado hasta ahora y, en segundo, por el hecho de volver a intentar romper moldes (o como le quieran llamar a lo que hace este señor) con un cine que, ante El senyor ha fet en mi meravelles, lo primero que se pregunta uno es hasta dónde puede llegar la concepción de cine y, si realmente, este film lo es. Supongamos que sí debido a que sigue las directrices de lo que sería un rodaje por mucho que intente romperlas con planos fijos, diálogos que bien podrían ser el off de un rodaje (por lo menos, así se presentan) y un descarado reciclaje de planos con los que Serra parece reírse a mandíbula batiente de la concepción artística arrojando un metraje excesivo sobre el que, entendemos que si se pueden sacar reflexiones, no era necesario llegar a tales límites. En definitiva, otro trabajo made in Serra ante el que sus acérrimos reirán cualquier tontería y aquellos que lo repudian volverán a pensar que le vendría mejor una nariz de payaso que una cámara. Yo soy de los últimos, a todo esto.

Acto seguido, pudimos ver el corto Paradigm, un trabajo del videoartista Carles Congost donde dejaba impreso un sello en algo que servidor calificó de cine-opereta, pero que no se sabría muy bien lo que es. Sí hay que reconocer que Congost tiene talento para la imagen y para engarzar música, pero quizá habría que verle con un proyecto no tan personal o intrincado entre manos.

La sesión seguía con una revisión con la que el que esto escribe decidió darse el gustazo para seguir sacándole jugo a esa joya de la decadencia llamada L’Apollonide, sobre la que hablé los primeros días, y que sigue pareciéndome lo mejor del festival con diferencia.

Terminaba la cosa con otra de las grandes esperadas del festival, que no era otra que Snowtown, la cual fue presentada por Xavi Sánchez Pons, a raíz del cual se alargará un poquito más de lo normal este artículo. Porque uno entiende que haya invitados para presentar la película y por norma general no molestan: se limitan a hablar sobre las dos o tres virtudes que más les han llamado la atención e incluso a añadir algún detalle sobre la producción y a hacerse al lado elegantemente para que el público pueda disfrutar de la proyección. No fue el caso del redactor de Mondo Sonoro que, además de dejar un par de perlas sobre otros títulos indignas del festival (aunque en éste tema no me meteré, cada cual es libre de opinar lo que quiera), se dedicó a dar una explicación con pelos y señales de qué constituía para él el film de Justin Kurzel; vamos, que si no fuese porque su descripción se alejaba bastante de la realidad, la hubiese destripado tan frescamente ante un público impaciente por verla. Así que, pese a que no podemos tener quejas acerca de la organización o el cuidado con los que el D’A predispone títulos y horarios a su público, habría que intentar pulir detalles como los de realizar una mejor selección sobre los presentadores de las diversas películas. Antes de terminar con esto y empezar a hablar sobre Snowtown quiero constatar que, aunque ésta es una opinión únicamente de quien esto escribe (la web no tiene por qué hacerse cargo de ella), también fueron varios comentarios negativos los oídos entre el público a raíz de esta aparición.

En cuanto al debut de Kurzel, se nos presenta un film con una clara tendencia hacia un crudo realismo que hace del espacio donde transcurre la acción un adusto e inclemente paraje en el que toda esa galería de bizarros personajes surgidos de la Australia más profunda conforman un panorama en el que ni el más temible de los psicópatas se encontraría a gusto. La cuestión, pese a las virtudes que logra conformar Kurzel gracias a una filmación que sin necesidad de rimbombancias argumentales se antoja potente y compacta, es el hecho de no saber medir con más concisión el tempo, redundando vez tras otra sobre una misma temática que afecta a dos personajes en concreto y que nos lleva con excesivas vueltas a lo mismo hacia un clímax o punto fatídico que probablemente tarde demasiado en llegar. Y es que si mantener la atención del espectador es difícil (aunque el cineasta australiano lo logre la mayoría del tiempo), más difícil resulta desprejuiciarse y verse inmerso en un drama que no resulta nada fácil de componer, aunque Kurzel lo intente constantemente, pese a salir más airoso de una compleja construcción de personajes y de alguna que otra descarnada secuencia que acucia momentos de clímax realmente firmes. Sin embargo, y ante un trabajo que resulta más intenso a ratos que satisfactorio en el global, lo que cabría destacar es la labor de un nombre que les diría que no olvidasen en los próximos años: Craig Coyne. Un muchacho que borda un trabajo tremendo y que, acompañado por un gran Daniel Henshall, termina dando la puntilla final que sostiene lo que en ocasiones Kurzel no sabe sostener.

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