20 de abril de 2024

Críticas: Melancolía

Nunca un título resumió tan bien la idea de una película. Esta vez, Lars Von lo ha hecho.

Debo avisar que a lo largo de esta crítica hay sutiles spoilers que revelan momentos concretos de la trama. Como a mi juicio es lo menos importante de la película y el texto está trufado de ellos he preferido no ocultarlos, pero si alguno es muy susceptible con esto de no saber detalles del argumento, advierto de antemano que lo mejor es que no siga leyendo.

Resulta obvio que Melancholia es una película profundamente pesimista, y eso se transmite al espectador desde el primer momento. El desequilibrio de la puesta en escena así nos lo avanza, sin embargo esto contrasta con la armonía que parece manar del resto de los elementos, poco usual en el cine de Lars von Trier. Es curioso que la haya conseguido con un filme cuyo fondo es nada menos que la destrucción y el fin del mundo.

Y es que una constante en la filmografía del danés es el sufrimiento que padecen sus personajes, sobre todo femeninos. Aquí nos presenta un notable prólogo y dos partes, tituladas con el nombre de cada una de las hermanas protagonistas, en las que asistimos a sus respectivos desmoronamientos. La primera se centra en la boda de Justine (Kirsten Dunst), la melancólica protagonista que desea casarse para intentar acabar con el aura que le rodea pero acaba sucumbiendo ante lo artificial de la celebración. En la segunda la que se derrumba es Claire (Charlotte Gainsbourg), y con ella el planeta Tierra y todo atisbo de vida en el universo.

En la primera escena, la tremenda obertura de «Tristán e Isolda» sirve para fusionar las dramáticas imágenes de una colisión cósmica con la visión de Justine sobre el acontecimiento. Von Trier ha afirmado en varias ocasiones que su intención al presentarla era que el espectador pudiera centrarse así en la psicología de los personajes en detrimento de la deriva argumental. Sin embargo, la impresión última es que quería introducir la visión subjetiva ante el hecho de Justine, el alma de la película y un ser melancólico como Lars, en contraposición a la demoledora escena final que acaba dando sentido a todo lo visto.

El tercer vértice que presenta esta última escena no es el personaje de Kiefer Sutherland, que representa al hombre que cree tener una explicación racional para todo, sino el hijo de Claire (Cameron Spurr). Si los personajes de Gainsbourg y Dunst representan dos realidades coexistentes pero contrapuestas, el niño ejerce como catalizador de las emociones de ambas, y las miradas que las dos cruzan con él en el momento cumbre así lo demuestran. La relativa lástima es que en el camino nos topemos con un guión imperfecto y repleto de altibajos, que sin embargo acaban desapareciendo ante la contundencia de la idea que transmite de un modo casi inmejorable.

Justine abraza la destrucción del mundo externo en el que nunca encontró su lugar porque la interna ya se ha producido y el daño es irreparable. Es notable la escena en la que parece ofrecerse al planeta Melancholia enseñándole sus bonitas tetas en plena noche. En cierto modo se produce una simbiosis en la que el personaje muestra que ya hace tiempo que pertenece irreversiblemente a él, quizá desde su nacimiento. Kirsten Dunst, prodigiosa, demuestra que este papel estaba hecho para ella. Y es difícil imaginar qué hubiera resultado de la película de no haber cancelado finalmente su participación Penélope Cruz.

Melancholia alcanza el notable alto en lo que, a falta de ver algunas, es para mí la mejor película de su autor hasta la fecha. Ni siquiera Dogville, aclamada de forma unánime, me llegó: en su ya lejano día vi en ella más ganas de dar la nota que otra cosa. Un Von Trier más comedido, más sutil y con las ideas igual de claras para goce de un espectro quizá más amplio de público, algo que seguramente él nunca querría saber.

 

por Sergio de Benito

8 comentario en “Críticas: Melancolía

  1. Si la llega a protagonizar Penélope como estaba previsto, la película sí que hubiera sido realmente angustiosa. Le habría tenido que dar el 10 obligado por cumplir objetivos pese a que quisiera darle un 1.

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