19 de abril de 2024

FANCINE 2011: Día I

¿El mundo está lleno de superhéroes, monstruos o tan solo personas? Tenemos una semana para descubrirlo, comienza el Festival de cine fantástico de Málaga.

Wrecked (Michael Greenspan, 2010) fue la película elegida para inaugurar la 21 edición del FANCINE, y seguramente lo ha sido por contar con un esforzado Adrien Brody de cabeza de cartel más que por su calidad. Un coche accidentado en medio del bosque, un muerto en el asiento de atrás y un hombre incapaz de recordar quién es y qué le ha sucedido. Ese es el punto de partida de una historia de supervivencia que no se atreve a llegar a los límites formales de Gerry (Gus Van Sant, 2002) ni -en menor medida- Rescue Dawn (Werner Herzog, 2006), en las que se remarcaba la idea de que el hombre estaba solo con(tra) la naturaleza, pero también con(tra) uno mismo. Y eso que Adrien Brody está muy solo, la narración se sostiene sobre su gesto demacrado y su destrozado físico, pero aunque el director no quiera, en lugar de ahondar en su dilema interior (¿es un monstruo o una víctima?), acaba recurriendo a flashbacks y alucinaciones con los que el sufrido protagonista (y nosotros con él) trata de descubrir su pasado y su identidad, en busca de un final que nos revela lo que era mejor no saber, el conflicto sobre su verdadera personalidad se esfuma y el sentido de la película, también.

Tras los títulos de crédito iniciales, montados en sentido inverso, sospechamos que en El beso mortal (Robert Aldrich, 1955) nada va a suceder como esperamos. Si pensamos que es una de cine negro, nos equivocamos y toma rumbo a lo fantástico y paranormal, con un tono casi más cercano a las historias de la Dimensión Desconocida que a un noir clásico. Si creemos que se va a llevar a la chica, igual es la chica la que se lo lleva a él, pero por delante. Si los malos son tan malos, quizás se comportan así porque protegen algo peor que ellos, escondido dentro de una caja. Y si el héroe se sale siempre con la suya… bueno, esto siempre mola, no hace falta cambiarlo, pero le va a costar. Ralph Meeker da vida fantásticamente a Mike Hammer, un arquetípico héroe de cine negro perdido dentro de una trama de Hitchcock. Perseguido por si mismo, y por su intento de descubrir la verdad en torno al accidente de tráfico que sufrío junto a una joven que le pidió que no le olvidara, se verá envuelto en una red que pondrá en peligro su vida y la de los que lo rodean, y que finalmente gira en torno a una caja que al abrirla desprende un fuerte haz de luz y de la que es mejor no saber su contenido. Una caja que, a ojos del espectador contemporáneo, nos recuerda instantáneamente al maletín de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), del que brotaba una luz similar y del que nunca llegamos a ver lo que tenía dentro. Pero Tarantino si que vio esta película, todo un ejemplo de que al buen cine no se le pueden poner etiquetas.

No es de extrañar que los creadores de The Tunnel (Carlo Ledesma, 2011) subieran la película a internet para que todo el mundo la descargara gratuitamente (hola, Sinde, adiós, Sinde), porque esto no hay quien quiera pagar por verlo. No solo siguen en lo formal el transitado camino que inició hace más de una década El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick & Eduardo Sánchez, 1999), sino que también han intentado continuarlo por medio de la promoción viral para aumentar su difusión, y quien sabe si de paso crear otra leyenda urbana con la que llevar a la gente al cine. Afortunadamente, parece que no lo han conseguido, por méritos no se lo han ganado. El resultado final es el de una película que juega a ser un documental real pero no sabe como hacerlo sin caer en el ridículo, mezclando churros y Gernikas, como aquel que dice. El recurrente uso de la cámara de visión nocturna para (no) mostrar al bicho y los hechos acaecidos, sumado a la cámara con la que grababan el reportaje, las entrevistas a posteriori realizadas a dos de los reporteros (que narran y describen el film paso por paso, hasta el cansancio) y todo tipo de cámaras de seguridad son elementos de video usados que por sobreexplotación no hacen más que restar credibilidad a esta supuesta historia real a la que le sobra mucho morro. Se le echa de menos la valentía y la honestidad que desprendió Lake Mungo (Joel Anderson, 2008) a su paso por este festival, y aquella si que daba miedo. Aunque lo auténticamente terrorífico es que la criatura mutante que vive en los túneles sea capaz de manejar una cámara de video, usar el zoom y hasta componer el plano mejor que los propios cámaras. Fantástico, como los tronchantes subtítulos llenos de faltas ortográficas con los que el público asistente a la sala al menos se lo ha pasado bien. Recordad, «October 19» se traduce como 20 de octubre.

El que crea que los superhéroes solo existen en los comics o en la ficción se va a llevar una sorpresa. Un documental de la HBO nos presenta a los héroes de la calle, gente que dedica su vida (o más bien sus ratos libres) a proteger a los demás vestidos con traje y antifaz. Para muchos son unos freaks, para la policia un peligro, pero ellos de verdad piensan que su misión es ayudar a los demás, y eso intentan. Superheroes (Michael Barnett, 2011) tiene la difícil papeleta de no ridiculizar a sus protagonistas, ya de por si suficientemente ridículos, unos héroes sin poderes, lectores de comics y marginados sociales en su mayoría, que cuando intentan pasar a la acción y ayudar al mundo solo sufren la incomprensión de los que les rodean. Vamos, como si El Mocito Feliz llevara mallas, la soledad del superhéroe elevada a su quintaesencia. Porque esta gente, más allá de los duros problemas que hayan tenido en su vida, tratan de reconducirlos ayudando a los demás, y eso les honra. Los llaman locos, pero benditos locos, es significativo que, al mismo tiempo que se estaba celebrando la Comic Con de San Diego, a escasos metros de allí los superhéroes de verdad ayuden y den comida a los indigentes que más lo necesitan, en lugar de los falsos (y sus réplicas) que solo ayudan al capital, los poderosos y sus grandes empresas.

Pero la película friki del día era sin duda la delirante Monster Brawl (Jesse T. Cook, 2011) que proponía el enfrentamiento en el ring entre monstruos del cine y seres fantásticos como Frankenstein, la momia o el hombre lobo. Sobre el papel la idea podría ser divertida, el estilo de programa televisivo de lucha libre llevado hasta su esencia ayudaba, pero el ritmo y el sentido del humor brillaban por su ausencia, por ser finos. La incursión en secuencias cinematográficas presentando a los personajes rompían las intenciones televisivas del conjunto y lastraban el rimo de un film carente de buenas ideas, que aunque tampoco sea para tomárselo muy en serio, al fin y al cabo va de monstruos dándose guantazos, si no ofrece una mínima diversión ni aprovecha sus virtudes, poco le queda. En su favor, diremos que hicimos un Boyero y no la vimos entera. La proyección iba con retraso, todavía no habíamos cenado, eran más de las 11 y si no nos íbamos no llegábamos a la última peli del día. Eso si, la pizza estaba muy buena.

Inbred (Alex Chandon, 2011) es lo que le faltaba a Severance (Christopher Smith, 2006) para dejar de ser una velada parodia de Deliverance (John Boorman, 1972), o mejor dicho, lo que le sobraba. Una visita a la campiña de un grupo de chavales problemáticos de un centro social se convertirá en una odisea debido a la peculiaridad de los habitantes de un pequeño pueblo, a los que les gusta quemar animales, beber su propia orina y organizar retorcidos espectáculos circenses, lo normal. Con este argumento tampoco puedo evitar recordar Calvaire (Fabrice Du Welz, 2004) que brillaba al crear un malsano ambiente, algo que aquí se echa en falta, porque los subidones de volumen no cuentan.  Según nos recordó el director, que vino a presentarla, la película era una comedia y podíamos reírnos, pero Inbred solo divierte cuando se excede en el gore explícito sin control ni sentido (y yo me ría porque tenía al director cerca y me daba cosa), pero no funciona en su conjunto por ser tan plana e intentar crear una comedia de terror cuando el terror es inexistente y la trama pierde toda credibilidad sin quererlo a cada paso, apoderándose el tono paródico de la historia, por lo que el drama y los momentos truculentos -no aptos para estómagos sensibles- no pueden acabar estando más fuera de lugar en una película en la que al final quieres que ganen los malos cuanto antes para irte a dormir y recobrar fuerzas para mañana.

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