Si Boyero viniera al FANCINE, se iría a los 5 minutos de la sala. Esto va llegando a su fin, quinto día del festival de cine fantástico de Málaga.
En el día de las elecciones de un pequeño pueblo colombiano, un agricultor encuentra un grupo de muertos apilados en el campo. Lo que sería el punto de partida de un rancio cine social, Todos tus muertos (Carlos Moreno, 2011) lo lleva a un terreno surrealista en el que los muertos representan todo lo que se nos quiere esconder, la realidad que no queremos ver. Estos, perfectamente vestidos e impolutos, aún parecen estar estar vivos, e incluso se comportan como tal, dando vida a una fábula simbólica filmada con un gusto por la fotografía y el sonido (excelentemente trabajados ambos) que nos encierran junto a sus protagonistas en una trama ante la cual, tanto ellos como nosotros, no sabemos como reaccionar, ni menos escapar. Los irónicos títulos de crédito abrazan la obra con el público, que aunque no se hace explicar, si los reconcilia y les agradece haber asistido a esta farsa, la misma que presenciamos cada cuatro años.
Como nos contó su propio director al presentarla, Krokodyle (Stefano Bessoni, 2010) es una especie de autobiografía cinematográfica en la que por capítulos nos habla de su oficio, su particular visión de la vida y su fascinación por capturar la imagen muerta por medio de un alter ego que hace las veces de su yo cinematográfico. Profesa su admiración por El cielo de Berlín (Wim Wenders, 1987) y aunque evidentemente no vuela a la altura del autor alemán, intenta acercarse al fondo del arte con nobles intenciones, quizás demasiado ingenuas en determinados momentos, pero admirables al reconocerse en su amigo cineasta que se siente frustrado por el fracaso de su primera película por culpa de los productores (ahora es cuando conviene recordar que el anterior film del director es la inefable Imago Mortis) o de manera inquietante al crear un mundo fantástico por medio de una macabra animación -al estilo del checo Jan Svankmajer- con la que otorga un punto desconcertante a la (su) obra, que convierte el film en una incómoda mezcla de realidad, ficción y fantasía que toca el surrealismo mágico al ser capaz de concluirse a si misma. Krokodyl es un fósil cinematográfico en el que, quizás dentro de millones de años, unos arqueólogos encontraran los restos de un cineasta sin película que, como no pudo ser inmortal con su obra, dejó sus restos en el cine para así no abandonar este mundo nunca.
Ra. One (Anubhav Sinha, 2011) parecía de las propuestas más divertidas y refrescantes que veríamos esta semana, una película de superhéroes de Bollywood se antojaba como el caramelo del festival, pero el caramelo se vuelve amargo al comprobar que en esta ocasión, Bollywood se va acercando cada vez más al peor Hollywood. Como entretenimiento que es, dejamos fuera de la sala las gafas de pasta y entramos a pasarlo bien, pero no pone de su parte un sentido del humor demasiado infantil (a costa de su cargante protagonista) repleto de chistes verdes para todos los públicos que supongo en India todavía serán transgresores y provocaran el sonrojo de las señoras, como tampoco ayuda un delirante -pero en el fondo tremendamente convencional- argumento que en lugar de parodiarse, se toma demasiado en serio a si mismo, provocando la carcajada involuntaria en lugar de la cómplice viendo como cobra vida ese videojuego, que termina convirtiendo la película en uno. El presupuesto con el que están rodadas las estruendosas secuencias de acción (pagado por una innumerable cantidad de marcas que hacen de la película su espacio publicitario) divierte lo suyo, aunque falta imaginación y la fantasía no llega a límites de otras obras absurdas de Bollywood, aquí en sus dos horas y media de duración todo es mucho más soft, tanto en la acción como en el drama almibarado a ritmo de Stand by Me, peligrosamente cercano al estilo del mal cine de Hollywood, demasiado para poder disfrutarlo. La gracia (y Bollywood) se encuentran en dos números musicales candidatos a canción del verano que recuperan el espíritu con el que entramos a verla, y, aunque sea por un rato, nos hacen salir del cine bailando y cantando.