8 de octubre de 2024

Festival de Sitges 2023: Hermana muerte

La precuela de Verónica en Sitges 2023.

Que Paco Plaza es uno de los cineastas patrios cuyo grado de madurez le ha llevado a estar entre los mejores del panorama patrio —por más que lo suyo sea el cine de género y, ya sabemos, en este bendito país eso continúe resultando ¿casi? un estigma— resulta, a estas alturas, una obviedad. Hermana muerte se postulaba así como uno de los títulos para seguir atisbando una evolución, en especial en lo visual, que en La abuela se sublimaba por momentos; pero, y quizá esto es más importante, el realizador valenciano tenía la ocasión de demostrar una personalidad infranqueable, algo que ya logró cuando con [•REC]³: Génesis desbarató en un solo gesto la esencia de la saga —alejándose del formato ‹found footage› del que se había nutrido hasta entonces—, consiguiendo además uno de los productos con mayor personalidad del entramado de [•REC]. Y es que Hermana muerte, en un movimiento quizá no tan inteligente como se podría asumir —sí, es cierto, con ello se aseguraba una cuota de público, pero del mismo modo eliminaba un elemento sorpresa que se habría percibido de otra manera, dotando de una dimensión distinta al film que nos ocupa—, queda enlazada con uno de los títulos más celebrados de Paco Plaza, aquella Verónica que se estrenó en 2017, desprendiéndose de ese nexo una conexión que, de estar en otras manos, fácilmente habría derivado en un recital de referencias y gestualidad autoconsciente que Plaza suprime en casi la totalidad de su película.

Y es que en ese sentido, Hermana muerte es una obra con una entidad propia indudable, un hecho que constatan fácilmente sus primeros minutos, en los que el cineasta huye del terreno del ‹nunsploitation› al que se podría haber adscrito el film —si bien se guarda algunas cartas de lo más interesantes para su tramo final—, presentando un artefacto cuya deriva autoral resulta más que evidente. Con ello, no obstante, más de uno tendrá en mente un film que se acopla a los tics del cine de autor —sí, ni los amantes del cine de género nos libramos a veces— sintetizando una tarea que, nada más lejos de la realidad, Plaza aborda con una personalidad digna de elogio: se podrán poner pegas a un tramo inicial que quizá se alarga más de lo deseado, e incluso parece presa de un sosiego —alterado por determinadas secuencias que escarban en un adecuado horror sobrenatural— no demasiado común en un terreno como en el que nos encontramos, pero desde luego abordado con una mesura y un saber estar que hacen que Hermana muerte no solo entable cierta referencialidad para con el cine desarrollado entre las paredes de un convento, sino le otorgue un poso y un sentido propios que son los que elevan el film y lo alejan de ser un producto más dentro del (sub)género que habita.

Hermana muerte se revela, así, como una obra dirimida desde lo visual, capaz de reforzar las vías de un relato en cuya esencia no está la sorpresa —si bien, de algún modo, relativamente la hay—, más bien en un trayecto que transita los estertores de un horror pasado sin necesidad de enlazar el conveniente sermón. La inteligencia con que Plaza alude y expone (más que denunciar) una cierta coyuntura habla muy a las claras sobre un film que precisamente comprende el terror como una parte irrefutable de esos mismos hechos, y no lo emplea como mero pretexto desde el que construir un vehículo para poder llegar a las mismas conclusiones de siempre. Unas conclusiones que Hermana muerte no arroja, ni falta que hace, y que será el propio espectador quien se encargará de sacar.

Paco Plaza erige una propuesta de lo más loable que, si bien no alcanza sus mayores cotas a merced de una descompensación narrativa que se antoja un tanto obvia —y es que no llega a encontrar en ningún momento un equilibrio necesario entre la cadencia de los dos primeros tercios de film y un clímax final un tanto abigarrado, con esas concesiones al horror más visceral que se antojan casi una réplica lógica a juzgar por la naturaleza de la historia—, como mínimo establece las vías apropiadas para continuar indagando en un terror que en manos del autor de La abuela parece algo bien distinto, dispuesto a no ser trivial pero sin por ello perder ni un solo ápice de la esencia que siempre ha caracterizado este género y sus recovecos.

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