26 de abril de 2024

AFF Sección Oficial: Lucía

Ella es la base sobre la que trabajar. Los recursos de estilo crean la magia. Un nuevo Atlántida Film Fest.

Retratos. Constantes retratos de Lucía en su hogar, en su trabajo como costurera, en sus quehaceres de cada día. Niles Atallah nos regala constantes retratos que se enriquecen de los personajes que en ellos habitan. Una opción muy válida es la de huir de cualquier opinión ajena antes de ver una película como esta donde todo lo que entra por los sentidos es nuevo y aumenta el disfrute al tomarla como un despertar. A veces desconocer es ganar.

Lucía narra los cambios en un país que avanza lentamente en los días que rodean la navidad dentro de una familia desgastada. Habla de Chile y la muerte de Augusto Pinochet, permite que se asomen algunos de los temas más comprometedores relacionados con el dictador y sus muertos y las reacciones del pueblo, pero dentro de este amplio marco se centra en Lucía. Ella es una mujer que vive la cotidianeidad de modo paciente, manejando sus anhelos, el arte que crea con sus manos, compartiendo una gran casa con su padre que se encuentra ausente en todo momento pese a su presencia, ajeno a cualquier forma de sentir, con los estímulos apagados, otro mueble de los que visten la película.

En tres ritmos se conmueve al espectador en una constante eclosión visual de color y texturas adaptadas al contexto. El ritmo principal se mantiene en base a una cámara estática en cada estancia en la que transcurre la acción. Es aquí donde encontramos una pinacoteca barroca y llena de elementos tradicionales donde Lucía, su padre o ambos comparten unas pocas palabras, unos ligeros gestos o simplemente se concibe un televisor encendido que informa de lo que ocurre fuera de esas paredes. Esto permite parar como lo hace la narración y contemplar cada uno de los objetos que abarrotan estos encuadres y dictan un nuevo lenguaje, el de naturaleza muerta que simboliza un pasado acumulado en estanterías.

Un segundo ritmo se incorpora a este principal, que alterna imágenes para conseguir un efecto de stop motion. Siempre muestra instantes sosegados en los que los personajes respiran, duermen, simplemente están, y da una compleja sensación que marca el paso del tiempo, la intranquilidad interna, el peso de la soledad y la necesidad de esconderse. Es el reflejo de los momentos que uno vive consigo mismo, un recuerdo de lo que se siente plasmado más allá de un espejo.

En un momento puntual todo parece suceder a una velocidad distinta, al salir la cámara de su estaticidad y moverse con los personajes mostrando un cambio de hábito, un encuentro con otro mundo distante y falso. Es un tercer ritmo que asegura un nuevo descubrimiento.

La repetición es una herramienta muy  arriesgada que cuesta asociar a la sencillez, pero Niles encontró un equilibrio perfecto entre la quietud y el exceso dosificados como rutina quebrada en los puntos exactos. Algo que también destaca son las pulidas representaciones de Lucía (Gabriela Aguilera) y su padre Luis (Gregory Cohen), que con naturalidad soportan la vida en extensos silencios contemplativos como personajes fuertes. La belleza rezuma en cada fotograma que gana con su iluminación y la combinación de colores, algo que siempre me fascina en cualquier lugar, y ese aspecto pictórico lleno de flores, fotos y madera envejecida y repintada en paredes descorchadas y suelos antiguos. La estética consigue desertar la infame necesidad de tachar de lenta y anodina la película, cuando lo que necesitas es desplegar esos sentidos inertes como quien pasea por un museo cualquiera.

Todo Lucía.

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