26 de abril de 2024

Muestra SYFY: Día 2

CAH Kenshin El guerrero samurai

Katanas, alcohol, paletos asesinos y drogas varias en la segunda jornada de la Muestra SYFY.

La segunda jornada de la Muestra Syfy de Madrid ha empezado con la primera película asiática que veremos en ella, la japonesa Kenshin, el guerrero samurai, del director Keishi Othomo.

Ambientada en 1878, narra la historia de un antiguo samurai, conocido y temido por su habilidad con la espada y sus matanzas en nombre de un grupo de patriotas al servicio del Emperador. Tras la guerra, jura no volver a matar y ayudar a quien lo necesite, pero el nuevo orden que él contribuyó a levantar, es ahora un poder corrupto contra el que tendrá que enfrentarse por el bien del pueblo.

Adaptación del manga del mismo nombre, Kenshin, el guerrero samurai condensa en poco más de dos horas el argumento de la serie de una manera convenientemente fiel al original, según hemos podido comprobar por comentarios en la sala donde se proyectaba. Sin embargo, no supone ningún impedimento el no ser seguidor de la serie para poder disfrutar de la película, puesto que tiene un guión que, si bien en la última parte pierde bastante, resulta muy fácil de seguir y no deja cabos sueltos para aquellos que conocemos por primera vez a Kenshin.

También bastante fieles al manga son las caracterizaciones de los personajes. Prácticamente Takeru Sato, el actor que interpreta a Kenshin, es un calco de su versión animada, y tanto el resto del reparto como la estética de las localizaciones son también muy similares a la serie.

Quizá lo más interesante de Kenshin, el guerrero samurai, sean las batallas y los duelos entre samurais, rodadas con una coreografía similar a la que nos acostumbraron los hermanos Wachowski en Matrix, y que proporcionan a la película un ritmo trepidante que, desgraciadamente, en las escenas melodramáticas desaparece casi por completo. Es esta diferencia de ritmos la que hace que en algunos momentos de la cinta, ésta pueda resultar algo pesada, pero en general es una película bastante recomendable para aquellos que disfrutan con la acción de las luchas niponas.

CAH Grabbers

Tras la acción en el Japón feudal, le ha tocado el turno a la comedia de terror Grabbers. En un pueblecito pesquero de una isla irlandesa, aparecen de repente unos monstruos marinos sedientos de sangre. Pronto, la guardia local y algunos aldeanos se dan cuenta de que, cuando los monstruos prueban sangre alcoholizada mueren, por lo que deciden emborrachar a todo el pueblo para evitar más muertes y así poder acabar con ellos.

El comienzo, con los pescadores sorprendidos por una amenaza que no vemos, el idílico pueblo costero donde nunca pasa nada y que, poco a poco va siendo consciente de que algo extraño está sucediendo y un plantel de personajes estereotipados para este tipo de película, nos remontan al cine de terror de serie B con films como Vinieron del espacio, La invasión de los ladrones de cuerpos, o incluso como la propia Tiburón. La diferencia con éstas es que el director Jon Wright se despoja del drama y del pánico que supone la llegada de estos seres al pueblo, y le da a la película un toque de comedia romántico-disparatada que se deja ver con una sonrisa en la cara. Digo sonrisa porque, aunque la premisa de “matar al bicho” emborrachándonos (no olvidemos que estamos en Irlanda), está bastante desaprovechada, por lo que, lo que podía haber sido una sucesión de carcajadas y situaciones delirantes a lo Mars Attacks, se queda simplemente en eso, una comedia simpática y blanca para hacernos pasar un rato agradable y olvidarla sin más.

Grabbers destaca más por una fotografía impecable y un reparto muy bien escogido, capitaneado por el inglés Richard Coyle y los irlandeses Ruth Bradley y Lalor Roddy, que por una historia que de entrada promete mucho y que por momentos acaba desperdiciada. A pesar del siempre efectivo humor irlandés, se echa de menos en Grabbers más exceso, más locura, para dejarnos mejor sabor de boca.

CAH Boneboys

Y después de pasarlo bien con dos películas entretenidas seguidas, empezó a mascarse la tragedia, de eso que sabes que no todo puede ser tan bonito y algo tiene que salir mal. La tercera sesión del día corría a cargo de Boneboys, lo nuevo de uno de los grandes artífices de la mítica saga de terror La matanza de Texas, el guionista Kim Henkel. Decir que Boneboys es la peor película que se proyectó ayer en la muestra es quedarse muy corto. Es la peor película que he visto en cualquier edición de la Muestra. Y en cualquier festival. Y en el cine. Dejémoslo en que es de lo peor que he visto en mi vida, así en general. ¿De qué va Boneboys? Unos chicos que vienen de fiesta atropellan sin querer al perro de unos matones que se ponen a perseguirles porque son muy malos y están muy locos así porque sí. A partir de ahí empieza una espiral de situaciones absurdas, frases sinsentido y interpretaciones esperpénticas, todo mezclado con un incoherente montaje y una dirección falta de recursos (ese plano de la luna que se repite hasta la saciedad). Resulta ridículo tratar de analizarla en ningún sentido concreto, ya que empieza siendo una película que parece hecha de broma exclusivamente para que la gente se ría de ella en este tipo de festivales (cosa que hubiese tenido su punto, por qué no) pero acaba derivando en la más absoluta absurdez. Es una vergüenza que gente con talento no cuente con los medios para trabajar en este mundo, y sin embargo salgan adelante cosas como esta. Aún la primera parte, del estilo de Se lo que hicisteis el último verano o Nunca juegues con extraños, aunque igual de abominable, despertaba risas y aplausos en gran parte del público y eso se nos acababa contagiando a los más reticentes. Pero según avanzan sus interminables 86 minutos, el entusiasmo fue muriendo, y ni el ambiente cinéfilo-festivo fue capaz de volver a levantarnos el ánimo. Al final, en el público nos dividíamos entre mirar el móvil, pensar en nuestras cosas, algún grito desesperado de “¡que se acabé ya!”, y los más afortunados, que huían de la sala antes de que terminara. Lógico, si yo hubiese podido, también habría escapado lo más lejos posible de este horror.

CAH John dies at the end

Y por última vez en el día nos volvieron a sacar a la calle a hacer cola en la lluviosa y descobijada Plaza de Callao para ver la cuarta y última sesión, que corría a cargo de la muy esperada John dies at the end, la última película de Don Coscarelli, director de renombre dentro del género en los 80 gracias a películas como El señor de las bestias o la saga Phantasma. Basada en el cómic de Jason Pargin (publicado bajo el pseudónimo David Wong, como el protagonista), la historia trata sobre dos pringados, Dave y John, que se inyectan una droga llamada “salsa de soja”, que resulta ser una sustancia que le permite ver el futuro, hablar con espíritus y tener acceso a otras dimensiones. Se trata de cine indie de ciencia ficción, basado en chispeantes diálogos y solventes interpretaciones, pero con una historia cargada de ramificaciones a cada cual más esquizofrénica. La película empieza como una absurdez sana e ingeniosa del estilo de las de Michel Gondry o Spike Jonze, con la que uno no puede evitar partirse de risa. Pero cuando a partir de un punto, deriva hacia la ciencia ficción pura y dura, se transforma en una locura que podría haber firmado el Terry Gilliam más pasado de rosca, y pierde el rumbo. La película logra no desbaratarse por completo gracias al buen hacer del reparto, encabezado por un carismático Chase Williamson haciendo el perfecto papel de héroe-perdedor, acompañado de Rob Mayes, Glynn Turman, Clancy Brown, y el gran Paul Giamatti, al que simplemente amamos, y ya está. La gente le aplaudía y no es para menos, nos vuelve a dar una lección magistral de interpretación, y la única queja que tenemos es que no salga más. John dies at the end no es una recreación de una fumada, sino que está hecha por y para fumados, que no sabe a dónde va, que toma cosas de todos los lados y no se queda con ninguna, que en su frenetismo llega a saturar. Sí, y entre tanta pirotecnia, tiene momentos de genialidad desternillante, pero que se hace casi imposible de seguir entera para cualquiera que la vea en condiciones normales.

Un artículo de Sofia Perez Delgado y MariFG

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