Críticas: El impostor

La increíble historia del suplantador Frédéric Bourdin llega a los cines españoles.

Cada vez abundan más los documentales que, sin requerirlo, se suman al juego de situarlo todo tras una cortina de permanente ambigüedad, de buscar la complicidad del espectador mediante un riesgo formal que cada vez se siente menos real. El impostor se presenta como la reconstrucción del caso verídico de Frédéric Bourdin, un joven francoargelino que decidió suplantar la identidad de Nicholas Barclay, el hijo en paradero desconocido de una familia del Medio Oeste americano. A pesar de su nulo parecido físico y de tener diez años más que él, fue aceptado en su seno. El enigma que envuelve la identidad del suplantador de Nicholas y los motivos que le llevan a tomar esa decisión se va solventando con su propia narración de la historia, y las cuestiones que plantea Bart Layton van más encaminadas a poner en tela de juicio una sociedad patológicamente enferma, en la que el gesto más insignificante tiende a interpretarse de manera ambigua mientras se aceptan engaños que rozan la inverosimilitud más extrema.

Ante la escasez de material de archivo, Layton opta por situarnos ante una continua reconstrucción del caso real, narrado en primera persona por su protagonista y las diferentes personas que se cruzaron en su odisea. La opción, muy loable, sirve más para introducirnos en materia que para resolver la tensión que deja en el aire. Una vez despejado el que de primeras podía parecer principal enigma, se indaga en las causas que han llevado al joven a querer ocupar el hueco vacante en una familia destrozada. Una familia que, a su vez, se ve casi obligada a aceptar el regreso del hijo desaparecido años atrás, alimentando sus ansias de engaño e introduciendo una inesperada línea argumental de la mano del carismático personaje del detective privado, en el que se centra el último tercio del metraje.

Reconozco haberme quedado a cuadros, incluso algo indignado, al finalizar el visionado de El impostor, y no del modo que seguramente pretendía Layton. El principal motivo es el formato escogido, que afecta seriamente a la verosimilitud. Más que ser un caso en el que la realidad supera a la ficción, provoca por momentos la incómoda sensación de estar quedándose con el espectador al no permitirse cesar ni un instante de subrayar el componente casi ficticio de lo que narra. Pese a la esmeradísima recreación y a un guión férreo, nos topamos con el inconveniente de que se nos esté explicando sin atisbo de sutileza lo fascinantes que son los hechos que aparecen en pantalla. Circunstancia a todas luces incómoda por mucho que realmente, como ocurre en este caso, lo sean.

La casualidad, o tal vez el magnífico trabajo que viene realizando desde hace tiempo, ha querido que la misma distribuidora estrene en España Searching for Sugar Man y El impostor con apenas tres meses de diferencia. El documental de Malik Bendjelloul, modélico a la hora de presentar sin referencias previas la asombrosa historia de Sixto Rodríguez, supone una referencia que difícilmente podrá eludirse al tratar la obra que nos ocupa –por suerte para los responsables del estreno–, y sirve para medir cuál habría podido ser el verdadero alcance de una película de objetivos y planteamientos distintos. Un trabajo sólido, que convence y funciona gracias al irresistible magnetismo de lo que cuenta, pero cuya magnitud podría haber sido mucho mayor si como mínimo se hubiese optado por instar a la duda en lugar de casi obligar a ella.

Al desvanecerse las luces permanece, por tanto, la incógnita de saber qué habría pasado si esta historia tan potente se hubiera planteado con otro formato. El escogido contribuye muy poco a la credibilidad de la enrevesada odisea que nos acerca, otorgando a un material revelador la misma sensación de impostura que irradia el personaje. En definitiva, El impostor es un visionado bastante satisfactorio que esconde también un fallido documental biográfico.