Adiós, Don Alfredo, adiós.
El pasado 9 de mayo se nos fue el que probablemente sea el actor español más carismático de la historia de nuestro cine. Artísticamente, el vacío que deja Don Alfredo es irremplazable: teatro, cine, televisión… su trabajo, como a él le gustaría decir, a lo largo de cincuenta años por la escenografía patria, es el espejo donde la sociedad española ha reflejado los innumerables cambios, sociales, políticos y culturales que sufrió durante la segunda mitad del siglo XX. Con Don Alfredo hemos vivido la dictadura, la transición, la “democracia” (permítanme que entrecomille teniendo en cuenta los tiempos que corren); pero también hemos conocido la censura, la España rural y su deserción hacia la ciudad, la emigración a la lejana Alemania en busca de su milagro económico, el destape, la apertura de nuestra cultura cinematográfica más allá de los Pirineos, el acomodo a nuevas formas de entender la vida… en definitiva, Don Alfredo es una referencia social capital que nos permite, desde su dedicación y talento para con su profesión, entender mejor la complicada historia reciente de nuestro país.
Pero aún es más grande si cabe la pérdida humana. Navarro de nacimiento y de carácter, donostiarra de adopción, los que tuvieron el privilegio de conocerlo nos hablan de su autenticidad, de su transparencia, de su lealtad, de la ausencia de parafernalia sentimental o demagogia moral alguna, tan común en el gremio en estos días, en su forma de entender la vida. Y también nos cuentan que era amigo fiel, campechano y algo cascarrabias, sí, pero que presumía de un amor único, “como los de antes” afirmaba, a su compañera Maite, una donostiarra a la que iba a visitar todos los fin de semana cuando comenzaba su andadura profesional en Madrid, en una vespa de segunda mano que no pasaba de sesenta y que le tuvo en alguna ocasión más de quince horas en ruta. Excelente jugador de mus (“soy un profesional de esto”, advertía), formidable fabricante, en serie, de dry martinis (“nadie los hace como yo”, presumía) y aficionado no entendido a la tauromaquia, al fútbol y al boxeo, Don Alfredo se enorgullecía de haber tratado y trabajado con los Mihura, Nieves Conde, Bardem, Rabal, Rey, López Vázquez… y nunca dejaba pasar la oportunidad de airear la gran amistad que le unía a gente como Garci o Sacristán.
Por todo esto, y por mucho más, a Don Alfredo se le debe considerar parte fundamental de nuestro patrimonio cultural, uno de esos personajes que han puesto cara, y de qué manera, a la idiosincrasia de todo un país. Repasamos a continuación los momentos más importantes de una carrera inigualable, única.
Inicios, el teatro y Mihura
Sus comienzos en el teatro en San Sebastián durante su época universitaria, en donde iniciaría los estudios de Derecho, desembocarían pronto en su traslado a Madrid donde, ya en el inicio de la década de los 60, comenzó su carrera profesional. Su paso por los teatros madrileños se transformó en poco tiempo en un éxito rotundo que le llevó a tomar contacto con el gran dramaturgo Miguel Mihura quien escribió casi en exclusiva y pensando en él Ninette y un señor de Murcia, la historia de un joven murciano de provincias que llega a París para descubrir las excelencias de la Ciudad de la Luz. Mihura, creaba, producía y elegía el casting de sus obras; contrató a Don Alfredo quien le prometió “que calcaría su obra en el teatro”. Estrenada en 1962 y representada durante un año y medio, Ninette y un señor de Murcia supuso uno de los mayores éxitos del teatro moderno español y sirvió como trampolín a una carrera que ya estaba en marcha. Años después, el propio Mihura aseguraría “que nadie podría haber representado ese papel como Landa”, una afirmación que repetirían años después escritores como Miguel Delibes (Los Santos Inocentes) o Daniel Sueiro (autor del relato Solo de Moto que daría origen al film El Puente).
Forqué y el cine. Secundario de lujo
El debut cinematográfico se produce de facto en 1962, con Atraco a las tres. La genial película de José María Forqué fue la primera de las ciento treinta y seis películas que interpretó. El tres, nuevamente (nacido el 3 del 3 de 1933 a las 3 de la tarde), se cruzaba en su camino para regalarle un papel que le abriría definitivamente las puertas a otras producciones maravillosas (El verdugo, 1963) y que permitieron a Don Alfredo hacer de su cara provinciana una de las más conocidas del panorama cinematográfico nacional.
El Landismo
Utilizado peyorativamente durante años, el landismo es sin embargo uno de esos casos paradigmáticos en la historia del cine donde un actor da nombre a una corriente cinematográfica. Iniciada con La ciudad no es para mí, de 1966, y seguida de infinidad de títulos míticos durante finales de los 60 y durante toda la década de los 70, Don Alfredo interpretó con gran talento en algunos casos y con soberana profesionalidad en otros (“¡voy a por todas!”, gritaba cuando caía la claqueta) títulos de infinito éxito en su momento y que marcaron una época en el cine español. Acompañado de su admirado Paco Martínez Soria, Tony Leblanc, Concha Velasco, Arturo Fernández, Gracita Morales, José Luis López Vázquez y un largo etcétera, el landismo nos enseñó a andar por las playas de Torremolinos alardeando de flotador natural, a pasearnos por Alemania sin tener ni idea de alemán, a enseñar gallardamente y sin complejos los pelos del pecho ibérico o a tirarle los trastos a las suecas con piropos tan castizos como “nena, eres más apañá que las pesetas”. Era el destape y Don Alfredo, a pesar de algunas producciones abominables, como él mismo afirmaba, se puso al servicio de las necesidades del momento para dar vida a la realidad de todo un país. Títulos como Despedida de casada, Amor a la española, Cateto a babor, Vente a Alemania, Pepe, Los novios de mi mujer, Un curita cañón, Manolo la nuit o Dormir y ligar, todo es empezar (nadie puede obviar una sonrisa al leer estos títulos) forman ya parte de una época pasada e irrepetible y que significó la elevación a la categoría de icono del nombre, y el hombre, de Don Alfredo Landa Areta.
El puente. Cine social y reconocimiento internacional
Para Don Alfredo, todo cambió en 1976 con el estreno de El puente. Basado, como dijimos anteriormente, en el relato de Daniel Sueiro Solo de Moto, de 1967, el film dirigido por Juan Antonio Bardem se situó a medio camino entre la parodia de la España del destape, que protagonizaba el propio Landa, y el cine social más comprometido. Con El puente el cine descubría a un actor de primera fila que a bordo de una Montesa Impala (con la que rodó más de quince mil kilómetros, aseguraba) bajaba hasta Torremolinos, desde Madrid y en pleno puente de agosto, en busca de la mezcla siempre atractiva de arena y bikinis. Sin embargo, su viaje se convierte en una road movie social donde Juan (Landa) tomará conciencia de la situación política y social del país, muy alejada ya de la España de la maleta de cartón y la gallina debajo del brazo. Para confirmar este nuevo cariz que estaba tomando su carrera, llegaría tres años después Las verdes praderas, su primera colaboración con José Luis Garci y “sin lugar a duda alguna, mi mejor película”, como le gustaba afirmar. Crítica feroz a la sociedad burguesa que se estaba formando en España durante la transición, su visionado no deja de sorprender hoy en día y nos descubre a un Don Alfredo en plena forma, derrochando facultades interpretativas por doquier.
No podemos finalizar esta etapa sin mencionar, quizás, su película más conocida, más prestigiosa: Los santos inocentes, de 1984 y dirigida por Mario Camus. Basado en la célebre novela de Miguel Delibes (otro que aseguraría que nadie habría interpretado a su Paco el bajo como Landa), la composición de Don Alfredo le elevó definitivamente a las más altas cotas de la interpretación, dando vida al cabeza de familia de unos pobres campesinos que aguantaban estoicamente los desaires de una España caduca, de señoritos y tiranos, pero que aún seguía muy viva en lo profundo de sus entrañas. Su legendario papel le valió el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival Internacional de Cannes, compartido con Paco Rabal, aunque de todos es conocida la anécdota en la que el Presidente del Jurado, el actor inglés Dirck Bogarde, aseguraba entre bambalinas que “el bueno es el bajito, el bajito”, como le gustaba siempre recordar a Don Alfredo. Y es que las miradas que nos regala en esta película forman ya parte de la historia de oro del cine español.
En este punto tampoco debemos olvidar las dos colaboraciones con José Luis Garci para dar vida al detective Germán Areta en las entregas El Crack I, de 1981, y El Crack II, de 1983, rodada tras el enorme éxito de la primera parte. Claros homenajes al cine negro, que tanto amaban tanto director como actor, sirvieron, por si había algún resquicio de duda, para la ruptura total con la imagen que se tenía de Don Alfredo, de comediante ligero y de recursos limitados. Encarnando a un detective implacable, de aires bogartianos, amante del boxeo y capaz de llegar hasta la Nueva York de principios de los ochenta a ajustar cuentas pendientes, Don Alfredo consiguió sorprender a propios y extraños erigiéndose como un actor con multitud de registros y con una gran capacidad de regeneración y adaptación. Le gustaba contar, a propósito del estreno de la primera parte, que en aquella famosa escena donde le espetaba a un tipo “devuélveme el mechero o te quemo los huevos”, en la sala no se oyó “ni el aleteo de una mosca”, momento en el cual supo que le habían tomado en serio y que aquella película, con él como protagonista, alcanzaría de nuevo el éxito. No se equivocó Don Alfredo. Terminó esta etapa con otros títulos importantes (Tata mía, El bosque animado, El río que nos lleva o La marrana) que alternaban sus ya innumerables registros y que lo situaron definitivamente en el escalón más alto de la interpretación nacional.
Últimos años. Televisión y José Luis Garci
Fue ya en la década de los noventa cuando Don Alfredo se adentró en la televisión. Como él mismo decía “la televisión me da el dinero, el cine la popularidad y el teatro el prestigio”. Así, participó en numerosas producciones televisivas, destacando en este punto El Quijote de Don Miguel de Cervantes, en 1991, encarnando, como no podía ser de otra manera, a Sancho Panza. En este caso, a diferencia de Mihura, Delibes o Sueiro, no tenemos las declaraciones de Don Miguel, pero no nos cabe duda que también hubiera afirmado que nadie habría interpretado a su escudero manchego como Don Alfredo. Cinematográficamente se estrechó su relación con José Luis Garci, para quien rodaría hasta un total de cuatro películas, destacando la sobria interpretación en Canción de cuna, de 1994, la maravillosa escena final de Historia de un beso, de 2002 y su última aparición en, lo que a él le gustaba llamar “western asturiano”, Luz de domingo, de 2007, junto a su querido y también recientemente desaparecido Carlos Larrañaga, que firmaba, por otra parte, una de las mejores interpretaciones de su carrera.
Fue Luz de domingo su última película. Como llegó a afirmar en una entrevista a El País y a propósito de su retirada: “me ha costado mucho decidirme, ¿eh? Yo terminé la película que estaba haciendo en Oviedo con Garci y a finales de noviembre tuve un momento de reflexión. Me puse a pensar en eso, en que esto tiene que tener un fin. No puede uno dejarse arrastrar y prolongar, dilatar…Yo he visto a mucha gente deteriorada. Un día vi en un programa a alguien a quien yo admiraba mucho. Y le vi mal. Le vi que faltaba ya… Bueno, que sobraba el paso de los años. Y me cacé diciéndole a la televisión: retírate hombre, retírate. Y yo me volví y me dije: bueno, ¿y tú qué? Tú dices alegremente a este señor retírate, retírate… Y me miré en el espejo y me dije: pues tengo que pensarlo”. Su despedida oficial y definitiva se produjo en el Festival de Málaga de 2007 donde, con una voz en entrecortada que no dejamos de olvidar, se despedía de nosotros, de su público con un “adiós adiós, siempre adiós y para siempre adiós” con el corazón. Sencillas palabras para un hombre sencillo, inolvidable y cuya pérdida nos arranca a todos un trozo de nuestra historia, la más española de todas.
Don Alfredo, no somos dignos de su filmografía pero un solo fotograma suyo servirá para salvarnos.
Hasta siempre.