20 de abril de 2024

Críticas: Trance

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Danny Boyle viaja al interior de la mente.

La filmografía de Danny Boyle, que dista mucho de ser homogénea tanto en contenido como en su aspecto formal, siempre se ha caracterizado por provocar controversia entre los espectadores. Mientras para unos es un genio que juega a mezclar situaciones imposibles e incluso con un toque fantástico, con circunstancias ordinarias de personas comunes, para otros es precisamente ese juego lo que hace que películas como La playa o Slumdog Millionaire puedan resultar tremendamente engañosas y efectistas, pero lo que es innegable es que el cine de Boyle tiene una alta dosis de entretenimiento que si bien no deja indiferente a nadie, consigue por lo menos no aburrir al personal.

Partiendo de esa base, en Trance nos encontramos al Boyle más desatado pero también al más retorcido y mareante con una historia de ladrones frenética. Simon (James McAvoy) es un empleado de una prestigiosa casa de subastas que ayuda a una banda de ladrones a robar un valiosísimo cuadro de Goya. Cuando los ladrones acuden a él para pedirle explicaciones de por qué el cuadro no está en su poder, se encuentran con que, a raíz de un golpe sufrido en el atraco, Simon ha perdido la memoria y no es capaz de acordarse de dónde lo escondió. Para hacerle recuperar la memoria, la banda liderada por Franck (Vincent Cassel) recurre a una psiquiatra para que utilice sus técnicas de hipnosis con Simon y hacerle recordar.

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La película hasta este punto del argumento hace gala de un ritmo frenético que unido a la impecable dirección de Boyle con una puesta en escena visualmente espectacular, y a una estimulante banda sonora que en esos primeros minutos va como anillo al dedo, pone de manifiesto la genialidad del director inglés para atrapar al espectador desde los mismísimos créditos iniciales sin darle tiempo a pararse a pensar en lo que está viendo. Sin embargo, el desvío argumental que sucede a partir de la entrada en escena de la hipnotista interpretada por Rosario Dawson, origina una película totalmente diferente en esa segunda mitad con los mismos planos imposibles, la misma banda sonora que acaba resultando demasiado machacona, pero con un giro de guión detrás de otro, a cada cual más inverosímil, sin descanso que bien pueden provocar que uno pierda el hilo de lo que nos quiere contar, o bien seguirlo y acabar mareado ante tanta vuelta de tuerca.

Ahí es donde la película tiene su principal fallo, en querer presentárnosla como un viaje al interior de la mente humana pero al mismo tiempo introduciendo aspectos románticos pretendiendo ser una especie de mezcla entre ¡Olvídate de mí! y Origen, pero no llegando ni de lejos al nivel argumental de ninguna de las dos. Por otra parte, acaba llegando a un desenlace en la que una explicación delirante sobre el papel de la psiquiatra en la historia  (que da paso a un final condescendiente y efectista) acaba desgraciadamente por dar la razón a aquellos que consideran el cine de Boyle un engaño en toda regla.

Realmente es una pena que una película tan técnicamente perfecta y con un comienzo tan abrumador, se pierda en el puzzle en el que acaba convirtiéndose el guión de Joe Ahearne y John Hodge, habitual colaborador este último en las películas de Danny Boyle. Ni siquiera las brillantes interpretaciones de James McAvoy y Vincent Cassel consiguen remontar la película una vez que se introduce en el laberinto que custodia el personaje de Rosario Dawson, que destaca más por su físico que por su calidad interpretativa.

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En definitiva, Trance es una película difícil de definir, muy entretenida en su primera mitad pero desconcertante y demasiado artificiosa en la segunda, acabando por ser tremendamente irregular a pesar de no bajar el ritmo narrativo en ningún momento.

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