El biopic de la autora de Volver a los diecisiete.
Violeta Parra, la cantautora chilena famosa por rescatar y difundir por el mundo la música folclórica de su país, y por todo su legado, que incluye canciones que ya se han convertido en himnos, como Gracias a la vida, tuvo una biografía muy intensa, tanto personal como profesional, donde tocó muchos palos artísticos además de la música, entre ellos la poesía y artes plásticas, hasta su suicidio a los 49 años de edad. Basada en sus vivencias llega a España Violeta se fue a los cielos, el atípico biopic dirigido por Andrés Wood, que viene avalado por un número de importante de nominaciones (entre ellas, al Goya a la mejor película hispanoamericana) y premios, especialmente el Gran Premio Internacional del Jurado en el Festival de Sundance.
Basada en el libro del mismo nombre escrito por su hijo, el también cantautor Ángel Parra, la historia que nos cuenta Andrés Wood, autor de algunas de las películas chilenas más importantes de los últimos años, como Machuca o La buena vida, tiene como hilo conductor los fragmentos de una entrevista televisiva que realizó Violeta en Argentina en 1962, donde hacía un repaso a toda su vida y dejaba patente su negativa a dejarse amedrentar, gracias a su enorme personalidad. Una personalidad también compleja y llena de matices que parece comprender a la perfección la entregada Francisca Gavilán (actriz que no sólo da vida a la artista, sino que también interpreta ella misma todas las canciones), y que, sin duda, condiciona la estructura de la película. Violeta no era una persona convencional, y por tanto tampoco tendría sentido que una historia basada en su vida lo fuera.
Estamos ante una película hecha a retazos sueltos, algunos reales, otros oníricos, con enormes (e incluso diría que algo bruscas) elipsis temporales pueden crear desorientación o confusión al espectador que no conozca demasiado la vida de Violeta. Partiendo de la premisa de que es imposible abarcarla en su totalidad, la película va directamente a lo que le interesa, saltando de un episodio a otro, dándonos pinceladas sobre el carácter de la cantante, hasta que decide centrarse, y lo hace en la historia del gran amor de Violeta, con el suizo Gilbert Favre, que es el motor que va a mover el resto de su obra y su existencia, pero también el que le va a conducir a su dramático desenlace.
La película no sólo está contada desde el punto de vista de Violeta (si es que alguna vez lo está directamente), sino también desde el de sus hijos, el de Ángel de niño en la primera parte, y el de Carmen Luisa en la segunda, sobre todo en la parte final que se desarrolla en la carpa que Violeta montó en la comuna de la Reina, en Santiago de Chile. Está además plagada de metáforas interesantes aunque poco sutiles, como el “leitmotiv” de toda la película, que curiosamente no es una canción, sino esa madera crujiendo, como amenazante presagio de la tragedia que va a suceder, que es también es un claro ejemplo de la utilización hiperrealista del sonido. Es en este sentido más sensorial donde destaca la importancia fundamental de recurrir constantemente a las miradas, a los ojos, que abren y cierran la película.
Violeta se fue a los cielos es un acercamiento muy personal a la polifacética artista, y un sentido homenaje que quiere humanizar más que mitificar su figura, aproximándose a su sensibilidad y metiéndose dentro de sus pasiones y tristezas, aunque a veces deja la impresión de que pasa por encima de las cosas sin profundizar en casi nada. Aun así, merece la pena recalcar su coherencia como película que apela a los sentidos, al igual que Violeta lo hacía con sus obras.