Snikt… Snore. Bostezos de adamantium.
Mira que adoro los cómics, pero cuando veo esas viñetitas y bocadillos pasado vertiginosamente en los créditos iniciales yo ya me echo a temblar. Después de petarlo con X-Men en el año 2000, parece que la factoría Marvel se ha propuesto, casi como un imperativo moral, torturarnos con tres o cuatro películas de superhéroes al año, auspiciadas por un Hollywood en serio declive creativo que parece encantado de que la casa de las ideas se provea de su aparentemente inagotable materia prima y así poder repanchingarse, sin sustos ni sudores, mientras la máquina de hacer millones sigue girando. Digo torturando porque muy pocas, por no decir ninguna, de estas gigaproducciones interesan más allá del más puro y onanístico entretenimiento palomitero en una sala de cine, y a veces ni eso.
Tal es el caso de Lobezno: Inmortal, el principal desvelo del director James Mangold, que ya ha firmado un puñado de títulos más que correctos (Copland, Identidad, En la cuerda floja, Inocencia interrumpida…), parece aquí conseguir el mayor número de situaciones posibles para que Hugh Jackman pueda lucir sus bíceps surcados de venas en camiseta de tirantes, cuando no el sixpack completo en todo su esplendor. Puro fanservice. Ahora explícales a las muchachas que Lobezno realmente es un tipo achaparrado, peludo y con una capacidad más bien nula para las relaciones sociales. ¡Y que podría ser vuestro tatarabuelo, joder!
Con todo, los compases iniciales de Lobezno inmortal son sensacionales: Logan en medio de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945, con sus garras de hueso, mucho antes de convertirse en el hombre de adamantium que es ahora. Genial. Poco después, aparece Jean Grey en los sueños húmedos del mutante, situándonos de forma sutil a continuación de los acontecimientos de X-Men 3: la decisión final sin que lleguemos a saber muy bien hasta qué punto la portadora del poder fénix es fruto de su imaginación. Otro puntazo para los fans.
Por supuesto, si algo me han enseñado las peliculas de superhéroes, y en especial las de superhérores Marvel, es a no fliparme con los arranques. Como era de esperar, ya metidos en harina, todo discurre por las sendas habituales, combinando, con la torpeza acostumbrada, momentos de tedio y grandilocuencia con otros de acción y peleas, garras haciendo ‘snikt’ y cara de mala hostia que no bastan ni por asomo para arrancarnos del sopor. No hay nada interesante, auténtico o, al menos, impredecible en la historia de amor de Logan, ni tampoco en las intenciones de los villanos. Lo de siempre, vamos.
La cinta se basa muy libremente en los primeros comics de Wolverine en solitario, iniciada en 1982 por Chris Claremont y Frank Miller, que se esforzaron en sacar el lado más humano del mutante mientras se convierte en un honorable samurai, como Robert Mitchum en Yakuza. Es verdad que hay escenas calcadas, como ese comienzo ‘in media res’ con el oso y el cazador o la imagen de Lobezno flechado como un acerico pero, en líneas generales, no se siente ningún apego a la historieta original que, todo sea dicho, tampoco es que haya envejecido demasiado bien. Igualmente se rescatan de allí, con todas las licencias del mundo, los personajes de Mariko (la futura señora de Logan), Sukio, Harada o el Samurai de Plata. Mención especial merece el debut en la gran pantalla de la también ‘marveliana’ Viper, con ese atuendo imposible y ese rollo tan chungo a lo Poison Ivy (en plan «uhhh, soy las mas zorra y sexy y mis besos son letales»), que no puede estar más desfasado. Gracias a todos ellos el despropósito es completo.
En fin… Logan, rájanos, descuartízanos, quémanos con tus puros… Pero, por Dios, no nos aburras.