¿En qué oscuro despacho se decidiría que el mundo necesitaba conocer película mediante la historia de amor de Lady Di con un cirujano de origen paquistaní?
Al parecer, en ese despacho se decidieron muchas más cosas. Se decidió que el mundo tenía que saber que las princesas también llegan cansadas a palacio, se quitan los tacones, encienden unas velas aromáticas y ponen música para relajarse. Al menos Diana, que es una princesa ESPECIAL. Todo se acompaña de una dirección grandilocuentemente estúpida. Todo es bastante moderno, se enlaza una breve escena tras otras y así vemos fragmentos del día a día de Di y su progresivo enamoramiento del médico que SALVA VIDAS, cosa fundamental para nuestra heroína.
Nuestra heroína es, por desgracia, una actriz de la talla de Naomi Watts, a la que vemos desviviéndose por dar vida a las estúpidas líneas que le han escrito. “¿Se pueden romper los corazones?”, esto a su amor cirujano cardiólogo. “No, mujer, que vives en palacio y no te enteras, los corazones se paran”. “¿Pero se pueden romper?”. No Oscar for you. Al principio de la película tengo ciertas esperanzas de ver algo interesante, por esto que digo de secuencias muy cortas entrelazadas. Pensaba que podría llegar a ser el Last Days de Diana. Pero no, la película sigue una fórmula bastante concreta. Imaginad que tenéis un amigo retrasado mental. Verle haciendo la compra o poniendo una lavadora puede conmovernos, nos hace pensar en el inquebrantable espíritu humano, en la voluntad de poder. Ahora veamos a la princesa calentando la comida en el microondas… ¡Qué campechana ella! Y lo mal que lo está pasando tras divorciarse. Lady Di, una princesa humana, Se acerca a alguien, le pregunta algo y sigue su camino. Esa persona, en cambio, se detiene como suspendida en la eternidad: ha sido tocado por la luz que irradia la princesa y por ello se revuelve entre orgasmos de bondad.
Curiosamente, la grandilocuencia no viene de la música, es algo casi exclusivo de la dirección, que quiere mostrarnos la épica de esta princesa limpiando un apartamento. En ello reside su grandeza. Es una princesa sumamente rebelde, que reina desde el corazón. Llega a tanto el empeño por mostrar la campechanía de Di que entre mis anotaciones puede leerse, en mayúsculas desesperadas “LA PELÍCULA HA PERDIDO EL CONTROL”.
Pues eso: que a Di le iba el rollito morune, de eso trata la película, porque después de Dr. Paki, llega el mítico Dodi. Ella a lo largo de la película tiene encuentros místicos y todos pueden leer su buen corazón. Es un Buda, un Siddhartha recién salido de palacio. Ve a los enfermos y los toca. Se entiende que al imponerles las manos los cura con su bondad noventera, pero eso queda un poco en el aire, para que el espectador saque sus propias conclusiones. Es algo propio del cine moderno, que al final no sabes si el DiCaprio estaba como una regadera en Shutter Island o si todo era un sueño de tercer nivel o qué pasa aquí.
Desde aquí quiero lanzar mi mensaje a Antena 3: compren ya los derechos y háganse con el target de las menopáusicas, cubran al 100%. Es el tipo de película en el que lágrimas caen sobre cartas.
Os lo estáis preguntando y os lo voy a contestar: hay varias escenas (con una no nos dejarían nada claro) en las que Diana corre atormentada intentando dejar la realidad atrás. En una de ellas, pierde un zapato.
¿Qué no era “su alteza”? ¡Pero era persona, Jesús!