11 de octubre de 2024

Críticas: Miel

Miel

La ópera prima de Valeria Golino llega a Cinema ad hoc.

¿A qué sabe la muerte? Supongo que nunca se lo han preguntado; ya es lo bastante trágica como para reparar en gustos. Y sin embargo hablamos de “muerte dulce” para definir la que fulmina el dolor insoportable. El trance siempre es amargo, pero hay quien hace lo imposible para dulcificar su sabor. El de Carla, una de las protagonistas de Miel, sabe a chocolate, el de los bombones que Irene le da para eliminar el regusto a barbitúricos.

Irene -Miel para los pacientes- prepara la mezcla letal con guantes para no dejar huella, y deja que sea el enfermo quien levante el vaso. Deportista, juerguista y amante esquiva, esta joven interpretada por una gran Jasmine Trinca no parece dispuesta a jugarse varios años de cárcel en cada trabajo. Pero eso es exactamente lo que hace, y la doble vida que exige su decisión mina su salud, devolviéndole una imagen cada vez más difusa en los espejos. Al contrario de lo que le cuenta a su padre, hace años que dejó Medicina, y no es a Treviso adonde viaja tan a menudo sino a México, donde compra fármacos para perros moribundos: cruel metáfora de los destinatarios.

Miel, la ópera prima de la actriz napolitana Valeria Golino -esposa de Diego Rivera en Frida, novia de Tom Cruise en Rain Man-, aborda con valentía los límites de la eutanasia. No sólo plantea el sentido de la eutanasia en casos irreversibles -algo que ya hicieron filmes como Mar adentro-, sino que lleva al límite la ética de los más convencidos.

Miel 2

¿Merece un hombre sano la misma muerte dulce que uno agonizante? El dilema se plantea cuando Miel recibe la llamada del señor Grimaldi (Carlo Cecchi), un ingeniero retirado convencido de que la vida ya no puede sorprenderle con nada nuevo. La buena salud de Grimaldi presenta una excepción radical a las reglas de Miel, lo que desata un enfrentamiento entre ambos que aviva el debate moral. Ella no quiere “matar” a un hombre sano; él quiere morir, pero no tiene valor para suicidarse. Pese a las diferencias iniciales, ambos están igual de solos y perdidos, por lo que no tardan en entenderse.

El desenlace de este guión plenamente discursivo esclarece la postura de la realizadora al diferenciar con claridad la muerte que otorga a cada personaje. Sin embargo, el final se hace de rogar en exceso, quizás porque Golino aspiraba a abarcar con nuevos personajes todo el espectro de una realidad tan compleja como polémica. Es una pena que esos circunloquios hagan perder tanto ritmo al último tramo del film, prolongando la angustia de una historia de por sí dolorosa.

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