Michel Gondry pregunta, Noam Chomsky responde.
El The New York Times señaló a Noam Chomsky (Filadelfia, Estados Unidos, 1928) como «el más importante de los pensadores contemporáneos». No es de extrañar, pues, que el cineasta francés Michel Gondry, preocupado por la avanzada edad del pensador, decidiera hace unos años comenzar la realización de una serie de entrevistas con el fin de atesorar sus ideas sobre el mundo en un documental antes de que fuese demasiado tarde. Algo similar a lo que le ocurrió con su tía, confiesa Gondry en tono de humor, caso en el que el miedo a la pérdida dio como resultado, unos años antes, L’épine dans le coeur –aunque esa ya es otra historia–.
Chomsky ha desarrollado su pensamiento durante décadas en distintas esferas de la vida intelectual, social y política. Los que hemos tenido acercamientos académicos a su figura –ya sea, entre otros muchos campos, desde la psicología, la filosofía o, como en el caso del que esto escribe, la filología– conocemos de primera mano la importancia de sus ideas y hasta qué punto fue relevante su aportación a la lingüística a través de la denominada «gramática generativa». Los que no se han aproximado a él desde este marco es muy posible, por otra parte, que hayan conocido su faceta como activista político o que hayan tenido la ocasión de leer algunos de sus célebres postulados sobre temas de alcance tan universal como, por ejemplo, las estrategias de manipulación mediática, de las que hizo un excelente análisis. Como puede observarse, Chomsky es una figura de extraordinaria importancia y no parece excesiva la definición que el célebre diario estadounidense dio de él.
Gondry ha articulado el documental sobre una idea bastante sencilla: colocar una cámara delante de Chomsky, grabar sus disertaciones sobre los más diversos temas y, una vez recopilado y seleccionado todo el material, mostrarlo todo a través de escenas animadas que van representando visualmente todos los conceptos explicados por el pensador. De esta forma, Gondry crea un híbrido realmente curioso entre el cine de animación –lo que vemos: una colección de dibujos de trazo simple pero muy funcional, que ayudan enormemente a mantener la atención y refuerzan gráficamente lo que, en ocasiones, es difícil de comprender– y el cine documental –lo que oímos: la conversación sin adulterar–.
El resultado se puede calificar como logro. No debe de ser nada fácil tener entre manos conceptos tan complejos como los que maneja Chomsky y hacerlos accesibles al espectador medio, verdadero profano en la mayoría de los temas tratados. Gondry consigue, gracias a su animación y a las explicaciones que inserta ocasionalmente entre un fragmento y otro de la entrevista (como si de notas a pie de página se trataran), que el espectador disfrute del documental aun cuando se siente pequeño, a veces perdido, ante la lucidez intelectual que demuestra Chomsky con sus teorías; no en vano, la animación aporta un toque naíf –pero nunca trivial– que nos hace sonreír al retrotraernos a nuestras primeras etapas de aprendizaje escolar.
La entrevista no siempre fluye con naturalidad: hay ocasiones en que surgen problemas de comunicación derivados de las diferencias idiomáticas entre un francés y un angloparlante, principalmente por la confusión que se produce al traducir al inglés algunos conceptos mentales de notable complejidad. Problemas metalingüísticos muy apropiados para la ocasión, realmente, si tenemos en cuenta que una de las grandes dificultades del estudio de la lingüística radica en que la lengua funciona a la vez como medio y como fin, como herramienta y como objeto de estudio, puesto que tratamos de explicar los mecanismos y estructuras de las lenguas haciendo uso de las mismas para lograrlo. No es ninguna paradoja, de este modo, que el problema en la comunicación surja por cuestiones de forma y no de contenido.
En lo referente a los temas tratados a lo largo del documental, hay un claro predominio de lo puramente intelectual en su primera mitad: oímos a Chomsky disertar sobre filosofía de la ciencia, psicolingüística e historia del pensamiento. Habla de cómo el método científico debe cuestionarlo todo y no dar nada por supuesto, diserta ampliamente sobre densos conceptos como el de «continuidad psíquica» y hasta tiene ocasión para dar un repaso a aquellas figuras que marcaron un antes y un después en nuestra forma de entender el mundo, como Isaac Newton. Hacia la segunda mitad del documental los temas tratados adquieren un cariz muy distinto, y Chomsky dedica largos momentos a la religión, su infancia entre libros, su carácter introvertido, el apoyo que le ofreció su mujer durante décadas e, incluso, asuntos tan delicados como el Holocausto y el problema actual de la inmigración en Francia.
El principal valor del documental, en definitiva, radica en su condición de testimonio de los razonamientos de un pensador de primer orden. Como en una conversación cotidiana, carente de planificación, hay temas importantes que se quedan en el tintero mientras que otros, mucho más accesorios, están presentes. Pero ahí radica gran parte de su encanto. Is the Man Who Is Tall Happy? supone un acierto más en la filmografía de Michel Gondry, que demuestra con la mera realización de este documental –resultado al margen– una sensibilidad que va mucho más allá de lo que su talento como esteta le ha permitido demostrar a lo largo de los últimos años.