20 de abril de 2024

Críticas: La danza de la realidad

©Pascale Montandon-Jodorowsky (Foto 1)

Tras 23 años desaparecido de los cines, vuelve Alejandro Jodorowsky.

La Danza de la Realidad arranca con una de las cosas más tangibles que podamos echarnos a la cara: el dinero. Aquello que tanto “detesta” Jodorowsky y a lo que culpa de esa ausencia prolongada en el séptimo cine. Lo expone y lo hace desaparecer para dar paso a la película de su vida, al retrato fantasioso de su infancia en Chile.

En varias entrevistas, el polifacético artista confiesa que no encontraba a nadie que quisiera producirle una película bajo sus condiciones. Unas cláusulas muy particulares y acordes con su personalidad, por ejemplo el no enseñar al inversor en cuestión el guión a rodar. La eterna dicotomía en la que bascula el cine de arte o negocio le dejó fuera de juego. Pero su vocación artística no ha dejado de estar en activo: poeta, novelista, director teatral, guionista de cómics, compositor, pintor… Sería casi imposible nombrar todas las actividades en las que se ha inmiscuido. Sin embargo, su consideración como referencia intelectual ha perdido mucho fuelle respecto a lo que fue. A esas labores anteriormente citadas, habría que sumarle la de instructor de tarot, psicoterapeuta e impulsor de la psicomagia. Dicho así suena un poco a chufla, pero nada más allá de la realidad. Jodorowsky ha elaborado una serie de teorías en torno al arte, la metafísica, la filosofía oriental… Hasta el punto que muchos le reconocerán más por su actividad como chamán o guía filosófico, que por sus libros o películas.  En  su cuenta en Twitter podréis encontrar muchos ejemplos de todo ello. ¿Habrá sido esto un obstáculo a la hora de encontrar financiación? Pues realmente nunca se sabe, pero el efecto que produce en muchos de nosotros es que se ha convertido en una especie de parodia de sí mismo.

©Pascale Montandon-Jodorowsky (Foto 3)

Es inevitable hablar de todo ello para contextualizar la película y poder asimilarla, ya que según dictan los principios de la psicomagia, el arte tiene la finalidad de curar, y sino lo hace, no es verdadero. Es el mismo Jodorowsky quien parece llevar a cabo esta acción de “curar” en la película, apareciendo en pantalla para otorgarnos una serie de pensamientos y reflexiones metafísicas. El argumento de La danza de la realidad se nutre de las vivencias autobiográficos del mismo autor o más bien de las proyecciones imaginarias de sus recuerdos, algo que nos lleva irremediablemente a pensar en Amarcord (Federico Fellini, 1973), aunque formalmente ambas películas son muy dispares.

La narración camina entre lo alegórico, lo abstracto y el exceso para llevarnos a un mundo absolutamente ficticio, sustentado en ciertos hechos históricos como el régimen militar de Ibáñez. Pero la irrealidad predomina por completo partiendo de la misma base: en pantalla vemos a un Jodorowsky que tendrá unos 10 años (interpretado por Jeremías Herskovits); si la fecha real de nacimiento del director chileno fue en 1929, veremos que él no había nacido siquiera cuando se inicia el mandato de Ibáñez en el que se supone que se contextualiza el film, ya que data de 1927 a 1931. Unos juegos temporales y metacinematográficos que impregnan toda la película, otra buena muestra de ello es que el personaje del padre dominante y violento es interpretado por Brontis Jodorowsky, el hijo real de Alejandro.

©Pascale Montandon-Jodorowsky (Foto 8)

Si bien es cierto que en ocasiones logra introducirnos en esa vorágine de confusión y extravagantes personajes, también lo es que en otras el delirio en el que nos inmiscuye resulta forzado y gratuito, y por tanto carente de significado. El personaje de la madre ficticia de Jodorowsky, doblegada a la voluntad del marido, es buen ejemplo de ello. La actriz recita todos sus diálogos como si interpretara una ópera, algo que en un primer momento está bien traído, provocando cierto choque y también comicidad, pero que en el exceso del recurso acaba siendo tedioso.

La regresión a la infancia de Jodorowsky se traduce así en una obra de interés y que debería atraer a todo espectador inquieto que guste del cine experimental, pero que a nuestro parecer está lejos del poder transgresor de sus primeros films. A priori no sentimos que con La danza de la realidad nos haya llegado el efecto de la psicomagia, igual hay que esperar.

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