23 de abril de 2024

Críticas: Sueño de invierno

Sueño de invierno

Un cuento en la Capadocia.

Si su anterior película Érase una vez en Anatolia, era un estudio más antropológico de la sociedad rural de esa zona de Turquía, en Sueño de invierno el director turco Nuri Bilge Ceylan se adentra en la psicología de un solo personaje y en los efectos que produce a los que tiene a su alrededor. Sí es cierto que plantea temas sociales tales como el desempleo, la crisis y el despotismo sectario de las clases superiores, pero lo hace recurriendo siempre al desgranaje de su personaje central, Aydin. Aydin regenta un hotel rural excavado en la roca, al que llegan turistas de paso atraídos por su exotismo, y en el que reside junto a su joven esposa y a su hermana a la que ha acogido después de que ésta se divorciara. El dueño del hotel es un actor de teatro ya retirado que, por obra y gracia de la herencia de su padre, se ha convertido en un rico terrateniente del pequeño pueblo de la Anatolia en el que vive, alquilando sus propiedades a personas que por su situación social tienen problemas para pagarle. Una piedra lanzada a su coche por un niño pequeño es prácticamente el único arrebato no verbal para mostrar la frustración y el enfado contra quien, en un principio, se presenta como una simple pieza de un tablero a la que las circunstancias han llevado a convertirse en opresor por el hecho de exigir lo que le corresponde.

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Es a partir de este hecho cuando empezamos a comprobar que lo que quiere Ceylan es precisamente hablarnos de una violencia mucho más moderada, a base de diálogos tensos y de actitudes deliberadamente diplomáticas que esconden mucho más de lo que muestran a simple vista. La contención y la habilidad de Ayrin para actuar con una disimulada cortesía ante los extraños, también forma parte de su vida privada en un mundo en el que su propio autoengaño sumado a una patente superioridad moral, se van abriendo paso a medida que la película se va alejando de la individualidad con la que inicialmente se le presenta, para mostrarnos cómo le ven los demás y cómo finalmente conocemos exactamente su personalidad. Algo pasa en ese matrimonio que se nota, se palpa, ahoga el ambiente cada vez que comparten escena y se ve desde el mismo momento en el que el rostro de Melisa Sözen aparece en pantalla dando vida a Nihal. También Necla, hermana de Aydin, en sus vidas trae consigo una tensión fruto de su propia insatisfacción al verse encerrada junto a dos personas que, cada una por su lado, toleran su presencia a cambio de opinar sobre sus decisiones y su modo de enfrentarse a su vida. Ambas siguen al lado de Aydin por la dependencia económica que les une a él y por un sentimiento de culpa y de agradecimiento que él mismo se ocupa de mantener vivo a base de manipulación.

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La inmensidad del paisaje casi etéreo de la Anatolia impecablemente fotografiado, contrasta con la asfixia que sienten los personajes que se encuentran bajo el yugo, a primera vista inapreciable, de Aydin, en escenas que a través de los diálogos que mantienen se van alargando y tensando cada vez más. Los celos, la religión, la maldad, el orgullo y la arrogancia de quien cree ser moralmente superior a los demás son cuestiones que se van hilando en un maltrato psicológico muy sutil pero realmente efectivo, que tiene su colofón en una última escena demoledora por completo. Ceylan se vale únicamente de la armonía visual y de la tensión de la palabra, sólo interrumpidas musicalmente por fragmentos del segundo movimiento de la Sonata para piano en A mayor de Schubert, para crear una magnífica obra teatral acorde con la profesión añorada por el protagonista en la que, precisamente, es el magnífico trabajo de sus actores el sostén perfecto para no dejar ni un solo fleco suelto en ella.

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Sueño de invierno se perfila así como una película tan fascinante visual y estéticamente como por un guión y unos diálogos intensos y mordaces que no dan tregua al espectador. Una vez que se entra y uno se deja llevar por ella, su metraje de tres horas y cuarto que de entrada es susceptible de recelo por un público más acostumbrado a la inmediatez y a la acción por encima de la oratoria, podría perfectamente continuar sin dejar de perder una pizca de interés.

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