6 de octubre de 2024

Críticas: A escondidas

A escondidas - Cinema ad hoc

Adolescencia y homosexualidad en Bilbao.

En las imágenes que abren A escondidas, metros de asfalto pasan a toda velocidad ante una cámara pegada a ellos. El excesivo granulado de las mismas llama poderosamente la atención, pero no tardamos en comprender que se debe a un arriesgado rodaje en 16 mm., un formato que muere escogido aquí como opción ante la homogeneización estética que acecha a las películas de tan escaso presupuesto. Mikel Rueda, autor en 2010 de la fallida Estrellas que alcanzar, ha pasado siete años buscando financiación para un proyecto que exuda tanto frescor en el naturalista tratamiento de sus personajes como cierto aroma a otro tiempo no demasiado lejano en todo lo demás.

Entre el vapor de la carretera y el dolor del desarraigo, las primeras películas de Gus Van Sant podrían servir como lejanísimo referente para etiquetar el arranque de una obra que comienza marcada por la tosquedad de su montaje. Rueda no escatima soluciones novedosas a la hora de presentar a sus personajes, pero tampoco puede decirse que la introducción al conflicto sea el fuerte de A escondidas. No obstante, no es nada complicado entrar en ella gracias a la transparencia de su propuesta, que no es otra que plasmar el descubrimiento de la identidad homosexual en un ambiente doblemente hostil para los adolescentes protagonistas –Ibrahim es un inmigrante sin papeles, mientras Rafa forma parte de una pandilla que reprueba a los extranjeros–, intentando en el camino explotar los recovecos de los barrios bajos de Bilbao como ambiente opresor. A la trama iniciática hay que añadir la pretensión de retratar la tragedia de la inmigración ilegal masiva en España, que no aporta más que un puñado de personajes secundarios adultos apenas definidos, entre los que cabe destacar la presencia del gran Álex Angulo en uno de sus últimos trabajos antes de fallecer.

A escondidas (2) - Cinema ad hoc

Sorprende que Rueda opte por subrayar las escenas con una música a todas luces excesiva y aparentemente fuera de tono, punteando a través del uso de canciones pop los momentos de tensión y euforia. Su “serranización” del drama choca con la austeridad que pedía a gritos la propuesta, y por momentos parece que su principal objetivo es el de acercar la angustia a un público poco acostumbrado a enfrentarse a ella en el cine, utilizando un tono que en ocasiones se asemeja más al de un producto destinado a proyectarse en escuelas para concienciar sobre la tolerancia que al de una película para adultos que buscan hallar matices en sus conflictos. Así, secuencias dramáticas son seguidas de momentos como un emotivo arranque de amistad en la bolera o el épico partido de waterpolo que gana Rafa –“vaya golazo has metido, ¿eh?”–. El director parece sentirse muy seguro aplicando ralentizados o difuminados en sus secuencias, sin preocuparse de que puedan afectar a la asimilación de su drama. Un drama, por otro lado, cuyo desarrollo es demasiado obvio, y que dedica casi una hora a dar vueltas a la incomodidad de Rafa con la chica que le pretende. La mirada de los jóvenes debutantes Adil Koukouh y Germán Alcarazu, sin dar como fruto interpretaciones memorables, sí transmite fielmente la odisea interior que sufren sus personajes.

Descrito así, no parece que A escondidas consiga acercarse al objetivo que pretende. Pero el caso es que esta aparente ligereza acaba por conferir a la película un inusitado aire de frescor, de normalidad a la hora de abordar un asunto que podía prestarse al morbo. Se trata de la descripción de unos días que terminarán siendo clave en la vida de ambos personajes, y se da en el clavo al no presentar la tragedia como algo retorcido a pesar del hondo pesimismo que se infiere de cada salida que otorga el guión. El apartado de la verosimilitud está logrado sólo en parte –esa conversación de WhatsApp en pantalla, con un literal “Ola wap? Vas maña a la disc?”, no hace sino recordar el logro que supuso al respecto el último trabajo de Jaime Rosales–, seccionado por varias coincidencias gratuitas y la repetición de frases manidas por parte de una pandilla cuyo líder parece también sacado de los abismos de 2003, pero el ridículo nunca hace siquiera acto de presencia remota. Se puede afirmar incluso que estamos ante una película sumamente entrañable, que consigue sobreponerse a sus múltiples defectos a base de aferrarse al alma insuflada por sus creadores.

A escondidas (3) - Cinema ad hoc

Los desmanes señalados no impiden querer, ni sentir como un acierto, un título de tal honestidad y nobleza a la hora de contar una historia íntima que corría el peligro de tratarse como algo espinoso o ajeno. Unos espacios antaño eufóricos y ahora vacíos, así como la reaparición del asfalto en el último plano, cierran una obra cuya estructura casi circular parece apelar a la imposibilidad de salida durante una brusca iniciación que pronto cristalizará en una madurez incierta. Que como logro no haya que destacar el habitual cliché de la valentía ya supone un enorme mérito en una película tan chocante como digerible, una rareza que quizá hubiera podido encontrar más aprecio general de haber sido parida hace una década. Otra odiosa frase hecha, porque si algún obstáculo puede impedir el eco que merece no será de carácter temporal.

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