Entre lo serio y lo pulp sin encajar.
Si hay una película extraña ahora mismo en cartelera es Overlord. No es críptica, ni es una rareza de un autor en permanente experimentación del medio cinematográfico, ni tampoco explora realidades o géneros desconocidos por el espectador, al contrario, su eje central es todo un tópico del cine bélico: el Desembarco de Normandía y los experimentos científicos del régimen nazi. No obstante, lo extraño de la propuesta es causado por el desconcierto sobre su tono; a priori, es una película de guerra siguiendo el patrón a rajatabla del cine clásico de Hollywood, pero, hacia la mitad de su metraje, el conjunto vira hacia un pulp de serie B de zombis. La doble fórmula no termina de cuajar, aunque siempre se asienta como un sólido entretenimiento.
Pocas horas antes del Día D, un grupo de paracaidistas estadounidenses emprenden una misión crucial para poder asegurar el éxito de la misión de las tropas aliadas. Este pequeño grupo de soldados, adentrados en las líneas enemigas, llegan a una localidad norteña de Francia, ocupada por los nazis, con la intención de derribar una torre de comunicaciones. A medida que se acercan a su objetivo, descubren que la calma tensa en el pueblo es fruto de algo mucho peor que los sanguinarios secuaces de Hitler: un científico está experimentando con cadáveres para lograr la inmortalidad de las tropas del führer. La búsqueda a toda costa de la raza aria y el ejército del Reich de los 1000 años. El resultado de todas estas investigaciones es la aparición de un grupo de zombis incontrolables.
Ya George A. Romero en la seminal La noche de los muertos vivientes cimentó en torno a los zombis una alegoría de las terribles consecuencias de un hipotético estado comunista con sus ciudadanos luchando por no acabar lobotomizados por el régimen. Ahora, Julius Avery hace lo propio con la temible voracidad con la que Hitler asoló Europa para construir el Tercer Reich y el terror que sembró con su exterminio de las minorías. Así pues, Overlord se acerca al horror de la guerra desde la perspectiva del cine de género con una segunda hora totalmente pulp, como una serie B de los años 60 o 70. Su mayor problema es que la bicefalia del filme funciona como dos entidades distintas, como conjunto su cambio de tono es demasiado radical y no se yuxtaponen con eficacia. Su primera media hora, rodada con mucho brío y un clasicismo estimulante, es el perfecto arranque para una cinta bélica, pero vistos los derroteros que toma la propuesta, hubiese acertado más Avery planteando un tono más desenfrenado y fantástico desde el inicio.
Ciertamente, pese a sus numerosas flaquezas, Overlord es un salto hacia adelante en la filmografía de Juluis Avery, cuya primera ópera prima, Son of a Gun, fue una de las decepciones más sonadas del 2014. Un proyecto maldito que heredó en plena fase de rodaje, pero del que no supo sacar partido y entregó un western sin alma y tremendamente aburrido. Su apuesta por el cine bélico con zombis es, como poco, entretenida, aunque también es un pastiche con varias decisiones de guion cuanto menos cuestionables. Un buen elenco plagado de jóvenes promesas (John Magaro es el mejor de todos ellos) y la notable banda sonora de Jed Kurzel (Macbeth, Slow West) son dos de las bazas con las que cuenta la película para subsanar las debilidades del libreto y el montaje. Por último, es pertinente señalar que la subtrama con el niño es totalmente prescindible, una fuga de búsqueda de sentimentalismo cuando la historia apuesta exclusivamente por lo pulp. Otra muestra más de la mal lograda conjunción entre los tonos y géneros.